Cuando hablamos de punitivismo hablamos de un aumento en las penas legales como solución a problemáticas sociales; de dar por sentado que alguien cometió un crimen sin una sentencia; y finalmente de una sanción extrema en la esfera pública. De los debates clásicos que han girado en torno a la terminología destaca el que tiene que ver con el sistema penitenciario. Una pena aumentada y radical ¿detiene realmente el círculo de la violencia o termina por disminuir las posibilidades de reinserción y reparación del individuo condenado?
El debate que plantea que ciertos feminismos han incurrido en un mayor punitivismo no es nuevo. Son muchas las que manifiestan que los movimientos de denuncia por redes sociales, tales como el #MeToo –que surgió en 2017 con la intención de revelar abusos sexuales en ciertas industrias y en poco tiempo sentó las bases para que mujeres de todo el mundo se sintieran lo suficientemente amparadas para contar sus propias historias– y el #NiUnaMenos, se han vuelto una suerte de linchamiento público –muchas veces sin derecho a la defensa para el acusado– que pretende soluciones rápidas y la anulación completa del otro. Pero, ¿qué tanto de lo que comúnmente denominamos “funa” implica realmente caer en un punitivismo?
La abogada fiscal Bárbara Sepúlveda explica que es habitual confundir los conceptos, y que si bien la funa es un término polisémico cuyos significados e interpretaciones son múltiples, dentro de ellos no está el afán vengativo. “Le hemos dicho funa al contenido que comparte una persona en una red social contando algo que le pasó relacionado al abuso sexual, muchas veces sin más intenciones que las de compartir su experiencia y tener una instancia de catarsis, sin siquiera exponer los datos del agresor. El punitivismo, por otro lado, utiliza la sanción excesiva. Contrario a lo que se suele creer, en la funa no hay una intención de hacer justicia por las propias manos, y es importante aclarar esto para desmitificar la idea de que en las denuncias por redes sociales hay algo de vengativo. Esos casos son la excepción”.
En ese sentido, como explica Sepúlveda, frente a las barreras de entrada del sistema judicial, la funa se vuelve a ratos la única instancia para esa mujer de dar a conocer lo que le pasó. Por eso, muchas de ellas recurren a las redes sociales, porque saben que es probable que por la vía institucional la denuncia no llegue a puerto. No por nada un informe realizado por Miles Chile en 2019 reveló que si bien el porcentaje de denuncias por violencia sexual había aumentado en más de un 10% en los últimos siete años, el 77% de las mujeres víctimas de este tipo de delitos no los denunciaba ante la justicia.
“La mayoría de los abusos sexuales suceden en el ámbito privado, sin testigos, sin registros y a puertas cerradas. El hecho de no tener ese tipo de pruebas muchas veces determina que los casos se cierren y que los agresores queden impunes. La única forma de obtener algo de reparación, entonces, pasa por contárselo al resto, especialmente en casos en los que una mujer adulta cuenta hechos sucedidos en su infancia y que hasta hace poco estaban prescritos (hace poco cambió la legislación y los delitos de abuso sexual a los menores de edad son imprescriptibles)”, explica Sepúlveda. “En las funas, entonces, la intención suele ser la de compartir lo ocurrido y alertar a las otras mujeres. Si ahí operara realmente el obtener justicia por las propias manos, sí se podría hablar de linchamiento, pero ninguna mujer que denuncia lo ve así. Y el problema se da cuando estos discursos se centran demasiado en los victimarios y en lo que están sufriendo ellos al ser ‘linchados’, siendo que deberíamos estar pensando en las víctimas”.
Y es que, según los especialistas, eso es lo que pasa. Existe una reacción organizada por parte de los acusados que incluso toman acciones legales en contra de las mujeres que los denunciaron, amparándose en el hecho de que están vulnerando sus derechos a la honra y a la propia imagen. Son muchos los casos en los que el Tribunal estima que las acusaciones que se le atribuyen al denunciado, más allá de su posible culpa o inocencia, constituyen una falta a su honra y que las plataformas virtuales en las que se divulga esa denuncia vulneran sus garantías constitucionales. Por lo que finalmente es la víctima la que queda mayormente expuesta. “Esto es complejo porque pone a la víctima original –la persona agredida– en la situación de victimaria. Ahora es ella la que vulnera los derechos”, señala Sepúlveda.
Como explica la abogada de Corporación Humanas, Constanza Schönhaut, el fenómeno de las funas en casos de violencia de género aparece precisamente ante un sistema judicial que está en deuda. “Es una especie de protesta, hastío y búsqueda de reparación ante décadas de impunidad y silenciamiento. En ese sentido, podría tener una dimensión punitivista, porque busca la sanción pública, pero solo porque no hay otra a la que se puede acceder; ante las barreras de un sistema de justicia que nos cuestiona, revictimiza y nos obliga a cumplir con el imaginario de la ‘víctima perfecta’ (la que no sale mucho, no toma y tiene una vida sexual poco activa, entre otras cosas), la denuncia por redes aparece en algunos casos como el único camino para ser escuchadas”, explica. “Tenemos que hacernos cargo de esta realidad para canalizarla institucionalmente. Esto nos debería llamar a repensar el sistema y ver cómo garantizamos el acceso de las mujeres y disidencias a la justicia”.
Y es que tal como sostienen los especialistas, son muchas las denuncias que son descartadas por la vía institucional y que encuentran un canal de comunicación a través de comunidades en redes virtuales las que generalmente las acogen y replican. El problema, según argumenta Schönhaut, es que la denuncia por redes sociales es una sanción binaria: se está funado o no, sin atender al carácter o la gravedad de la agresión. “Además, es una sanción sin término. ¿Se puede des-cancelar a alguien? Y por cierto, es profundamente desgastante para las víctimas que se ven expuestas a querellas por injurias”.
¿Relacionarse o no con hombres funados?
Dentro del rango de contradicciones inherentes al ser humano, esta es posiblemente la que más nos hemos cuestionado en el último tiempo. Como mujeres, ¿podemos relacionarnos con personas que han sido acusadas de violencia de género?
Según Bárbara Sepúlveda, la relación entre mujeres y hombres funados siempre va ser tensa. “No creo que sea imposible que los hombres puedan rehabilitarse o que puedan resignificar muchos de sus actos y experiencias pasadas. También creo que pueden volverse conscientes de sus privilegios y tomar una postura proactiva no solo en cambiar ellos, sino que cambiar a los demás. Pero no podemos olvidar que hay víctimas y hay daños. Entiendo que muchos piensen en el daño que sufre el acusado cuando se hace una denuncia por redes, con el alcance que eso puede tener. Pero a las víctimas de sus agresiones le destruyeron la vida”.
La directora ejecutiva de ComunidadMujer, Alejandra Sepúlveda, sugiere que el proceso que hemos vivido de sacar a la luz todas las historias de abusos y que conectó a mujeres de manera intergeneracional, se trata de un movimiento pendular. “Probablemente ese péndulo esté en un extremo en este minuto, y eso ha supuesto señalar a todos los abusadores. Pero creo que este movimiento debe transitar desde el extremo al equilibrio, porque hay que encauzar la discusión de una manera que genere reparación para las víctimas en primer lugar, pero también un cuestionamiento respecto a cuáles son las relaciones de género que nos han llevado a esta gran asimetría de poder. Hay que exigirle a la vía institucional que esté a la altura, porque está al debe en la prevención, protección, sanción y reparación. Nos tenemos que responsabilizar del problema y no podemos dejárselo solamente a la funa”.
Por su lado, Schönhaut señala que hay que ser cuidadosas con terminar sancionando a las mujeres por las acciones de los agresores. “Nuestro rol como feministas es acompañar, visibilizar y ayudarnos a salir de situaciones de violencia cuando éstas existen. Desde el feminismo no espero hacer caso omiso al hecho que las personas somos complejas y contradictorias, lo importante es hacernos conscientes de esas contradicciones y ser más esclarecedoras que castigadoras”.