“Perdonar para sanar” debe ser uno de los consejos que más recibimos de cercanos y terapeutas cuando cortamos vínculo con alguien que nos hizo daño. Lo escuchamos de otros, lo vemos en post de redes sociales, lo leemos en libros de autoayuda: debes perdonar para seguir tu vida, para vivir en paz, para cerrar ciclos. La práctica del perdón es un valor importante de nuestra cultura, un acto altruista que socializamos de muy niños y que tiene sus bases en la tradición; desde la moral judeocristiana hasta las religiones orientales ponen a la capacidad de perdón como una virtud superior del ser humano, un acto compasivo que nos libera. A nivel terapéutico son muchas las corrientes que aspiran al perdón como un camino fundamental para sanar las heridas que nos pudieran haber inflingido en el pasado, incluso al punto de crear estrategias o métodos para lograr perdonar a otro. Pero, ¿qué ocurre cuando no deseamos perdonar, y estamos en paz con ello? ¿Es realmente necesario perdonar para seguir adelante? ¿Es el perdón algo fundamental y aplicable a todos los casos?

La terapeuta María Belén Gómez, que ocupa una técnica de desensibilización y reprocesamiento por medio de Movimientos Oculares, una de las terapias más recomendadas para quienes siguen padeciendo las consecuencias de experiencias traumáticas, explica que la exigencia del perdón se relaciona profundamente con la religión y con una sociedad patriarcal, que muchas veces bajo su doctrina ocupa la necesidad y la culpa para ser fuente de merecimiento y estar “libres de pecado”. “La concepción del perdón desde la psicología tiene hasta hoy diferentes posturas acerca de su potencial benéfico desde el punto de vista clínico. En primer lugar está la que concibe el perdón como crucial para la resolución de heridas, sosteniendo su importancia para el bienestar y la salud mental y física, identificando una variedad de poblaciones en donde sería una herramienta útil, como en personas con estrés post traumático, pacientes con cáncer y relaciones de pareja. Pero existe una segunda posición más crítica que sostiene lo contrario; generalmente ligadas al trabajo con temáticas y situaciones de alta vulnerabilidad como el maltrato y abuso el no perdonar podría ser un estado positivo, donde se trabaja la reparación desde los límites, y aquí el perdón podría ser incluso revictimizante. No existe evidencia científica que sustente que el perdón sea una herramienta psicoterapéutica en sí para la disminución de sintomatología ni como reparación de experiencias traumáticas. Las y los profesionales que trabajamos de hecho con trauma, vemos en la consulta cómo muchas veces la imposición de otro a perdonar (familiares, amistades e incluso de mensajes de autoayuda en redes sociales) pueden ser revictimizantes por el hecho de no validar las consecuencias ni la gravedad la experiencia traumática”.

Una tercera postura que podría ser intermedia entre las dos anteriores, dice María Belén, es la que pone el foco en el contexto y el marco relacional donde ocurre el conflicto, siendo esa la medida de cuán necesario o beneficioso sea realmente perdonar a otro según el caso. Porque sí, el acto de perdonar sinceramente hace bien: del lado de la ciencia lo reafirman múltiples estudios que demuestran que la practica del perdón está relacionada con beneficios de salud mental y física, con la reducción de la ansiedad y control de la depresión, por lo mismo muchas corrientes terapéuticas lo consideran fundamental para sanar. En esa línea, la psicóloga Catalina Celsi, especialista en psicoterapia psicoanalítica, explica que en el enfoque terapéutico, el perdón se asocia a la sanación y a la resolución de algo. “Implica no guardar rencor ni castigar la falta que ha cometido otro. Se trata de trabajar emociones difíciles que nos atormentan y dejar de tener conductas destructivas hacia el otro o hacia uno mismo”. Por el lado contrario, dice Catalina, el no perdonar implica quedarse con emociones difíciles de albergar dentro. El rencor es una de ellas, y en ocasiones, nos lleva a realizar conductas destructivas como quejarse constantemente, victimizarse, realizar acciones de venganza, mantener una actitud hostil, desear el mal, rumiar constantemente sobre lo que ha pasado, tener ideas vengativas, etc. “El no perdonar nos sitúa en una posición de sufrimiento permanente, por lo tanto, considerar la opción de hacerlo, es de ayuda para no quedar fijados en un círculo vicioso de rumiación que al final nos empobrece. Es necesario reconocer que se ha recibido un daño que duele, y aceptar ese dolor. Establecer estrategias para auto protegerse ayuda a aprender de lo ocurrido, y nos ayuda a mantener nuestro espacio interno más luminoso y limpio. Creo que el fin del perdón es aliviar cargas y pesos que de otra manera nos harían mucho más pesado el camino”.

Ahora bien, el perdón, aclara Catalina, no incluye de manera obligatoria la reconciliación. “Esto quiere decir que perdonar es una alternativa personal, es un proceso que ocurre dentro de nosotros y que no implica necesariamente la participación activa del ofensor. En cambio, cuando hablamos de reconciliación, estamos hablando de un proceso que realizan dos personas. Esto es importante porque a veces puede pensarse que perdonar significa restaurar un vínculo. En realidad, es posible perdonar, y decidir no restaurar una relación que sentimos que nos daña o que simplemente ya no nos hace sentido”. Otra de las confusiones que se tiene con el perdón, dice Catalina, es que no significa en ningún caso someterse a una situación, ni olvidar, ni minimizar los hechos. “Perdonar implica lo contrario: revisar qué pasó y tomar las medidas necesarias de autocuidado y límites con el otro para que no vuelva a suceder, mientras que trabajamos en las emociones difíciles que la ofensa y la desilusión despiertan en nosotros”.

Sin embargo, dice Catalina, perdonar es un acto que cobra sentido solo cuando lo pensamos como un camino para resolver conflictos con otros y con nosotros mismos. María Belén se detiene en ese punto: es una opción personal, en ningún caso una condición para sanar. “El perdón es una opción, una alternativa que puede darse o no dentro del proceso psicoterapéutico y que de ninguna manera es un fin a alcanzar en sí mismo, sobre todo cuando no ha habido reparación de parte de un tercero. Las y los profesionales de la salud mental debemos ser muy cuidadosos y no caer en explicaciones ni reducciones psicológicas en el ejercicio clínico ni en redes sociales, donde no se toma en cuenta el contexto ni el tipo de problemática a la hora de entregar “tips” o explicaciones a un fenómeno, poniendo el perdón como fuente de reparación a todo el abanico de sufrimiento psíquico”.

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