Levantar a los niños, darles desayuno, llevarlos al colegio, prepararles el almuerzo, limpiar la casa, pasarlos a buscar. Llevarlos al doctor, cortarles las uñas, cuidar que no se maten, revisarles las tareas, convencerlos de que se bañen, laven los dientes, pongan pijama, acuesten. Leerles un cuento de buenas noches…vuelta a empezar; calmar sus pesadillas, ponerles paños fríos para la fiebre, darles vuelta el colchón cuando se hacen pipí, prepararles la papa, cambiar pañales, intentar descansar un poco y volverse a levantar. El cuidado sistemático y la dedicación a horario completo del cuidado y crianza de niños y niñas es un trabajo único, algo que no tiene precio. O al menos eso nos premian, con flores y chocolates, cada año en el día de la madre; pero, ¿no será hora de empezar a darle un valor económico real?
Más allá de la romantización del rol de madre, y aunque se haga por voluntad propia y con todo el amor del mundo, las labores de cuidado de niños y niñas, al ser realizados mayoritariamente por mujeres, está significando no solo una dependencia económica para ellas, sino también una barrera a la igualdad de participación en el mercado laboral y a la incrementación de la brecha salarial. Según la última encuesta del INE sobre uso del tiempo, las mujeres, sin importar el estado de ocupación, edad o nivel educativo, realizan más trabajo de cuidados que los hombres, con un promedio nacional de 3 horas más al día. Esto se traduce en que tienen menos tiempo para dedicar al trabajo remunerado o combinan estos roles como pueden. Un trabajo diario gratuito –y realmente 24/7- que sostiene las economías familiares y de los países; según el Banco Central equivale a un 25% del PIB, lo que supera a la contribución de todas las otras ramas de actividad económica. Específicamente, el cuidado de niñas y niños de 0 a 4 años, corresponde al 13,9%, una de las actividades que concentran el mayor número de horas de trabajo no remunerado en la población de 15 años o más. Pero con estas cifras y todo, bajo la mirada económica y política, sigue considerándose casi como parte del “tiempo libre”.
Para Camila San Martin la crianza de sus hijas ha sido sobre todo un privilegio. Desde que nacieron Mila y Olimpia ha podido estar con ellas, acompañar su crecimiento, no perderse ninguna de sus etapas, algo que ella no pudo vivir con sus padres. La decisión de dedicarse a las labores domésticas y de cuidado la tomó junto a su pareja, en parte porque él ya tenía un empleo formal y ella acababa de egresar de la universidad, y en parte por no tener dinero ni redes para tercerizar esa labor. Sin embargo, dice, sabe que la decisión fue a costa de su propio bolsillo, ya que no ha podido, en estos más de diez años de crianza, poder sustentarse sola económicamente. “La dedicación a la crianza hizo que no pudiera nunca prosperar o mantener los emprendimientos que he intentado desarrollar, lo cual además me hizo dependiente económicamente de mi pareja”. Cuando se separó del padre de sus hijas, este se fue a vivir fuera del país y dejó de pagarle pensión de alimentos, por lo cual no le quedó otra que salir a buscar un trabajo. “Ahí me di cuenta de que no iba a ser fácil. Después de criar todo este tiempo, recién a mis 40 años empecé a repartir CVs, sin ninguna experiencia previa. Tuve que buscar pega entre mis amigos porque nadie contrata a esta edad sin experiencia laboral remunerada”. Hoy es asistente de un centro de terapias alternativas, gana un poco más que el sueldo mínimo y lamenta que todos esos años de crianza no sean valorados en la sociedad como un trabajo más.
La realidad de Camila es la de muchas mujeres que trabajan a diario pero socialmente son consideradas como “desocupadas”. Según estadísticas nacionales, las mujeres dedicadas exclusivamente a las labores domésticas y de cuidado de hijos y personas mayores trabajan en promedio siete horas diarias y aquellas que tienen además un trabajo externo remunerado trabajan once, bordeando el máximo permitido legalmente. Para Alejandra Sepúlveda, Presidente ejecutiva de ComunidadMujer, el trabajo de cuidado no remunerado es una de las brechas de género más invisibles y que a la vez más inciden en las oportunidades de acceso y desarrollo en el mundo laboral por parte de las mujeres. Entender su valor económico y sus implicancias, dice, es urgente. “El gran peso del trabajo de cuidado no remunerado en la economía no se condice con la poca valoración social que tiene y con la ausencia de políticas para mejorar las condiciones en que se realiza, ni con la falta de esfuerzos destinados a desproveerlo de los sesgos de género que aún imperan”. Alejandra explica que la actual organización de los cuidados en Chile deposita la responsabilidad de manera casi exclusiva en las mujeres, teniendo consecuencias muy costosas para ellas. “En primer lugar, un notorio déficit de tiempo para dedicarse a su propio autocuidado, al descanso o al ocio, pero también pierden la oportunidad de dar continuidad a sus estudios superiores, aumentar su capital humano y desarrollar una actividad remunerada que les dé autonomía económica y realización personal, lo que por cierto tiene un impacto positivo importante en las familias. También se traduce en lagunas previsionales y en menores recursos para su vejez. La desventaja de esa mayor sobrecarga y ausencia de corresponsabilidad social y parental, es enorme para ellas y repercute en su ciclo de vida”.
Pero, ¿es posible que esta invisible labor sea remunerada por el Estado? Para Alejandra sí. “Son muchos los países que han implementado iniciativas que buscan, con mayor o menor éxito, reconocer social y económicamente el trabajo de cuidados no remunerado, cuya experiencia puede enriquecer el debate en Chile”. Entre las formas en que esta valorización económica podría ocurrir, la primera ya presente en las propuestas gubernamentales y las otras ya sugeridas por ComunidadMujer, se encuentra un sistema nacional de cuidados, “de carácter integral, universal, accesible, suficiente, interseccional y con pertinencia cultural, que debe articular las prestaciones y promover la corresponsabilidad al interior de la comunidad”; una cuenta satélite de hogares, complementaria a las cuentas nacionales, para el mejor diseño de políticas públicas que en definitiva reconozcan, reduzcan, redistribuyan y remuneren el TDCNR (Trabajo doméstico y de cuidado no remunerado) según estándares internacionales” y “el reconocimiento del TDCNR a través de los llamados créditos jubilatorios por cuidados, que reconocen las lagunas propias del tiempo en que ellas dejan de trabajar para dedicarse a la crianza y a la familia”. Para Camila San Martin, quien sumaría también el tener un postnatal de un año, estos mecanismos hubiesen sido suficientes para apoyarla y valorar el enorme trabajo que aportó ella, y siguen aportando todas las mujeres que cuidan a la economía del país. “Las condiciones en que las mujeres estamos criando en este país son demasiado precarias. Hay que repensar políticas públicas para poder tener los derechos básicos que necesitamos para criar”.