Mateo Guzmán (14) ha pasado toda la cuarentena en casa de su papá, intentando jugar video juegos sin aburrirse y estudiar sin estresarse. La pandemia lo dejó sin una de sus actividades favoritas: practicar parkour con sus amigos. “En quinto básico empezamos a hacer parkour a escondidas en el colegio, porque el deporte significaba liberarnos mientras hacíamos movimientos extremos y saltábamos paredes, algo que según los adultos ponía en riesgo a los más chicos. Por eso después lo llevamos a las calles, íbamos todos los días en bicicleta a desestresarnos y pasarlo bien, y pronto esas salidas se convirtieron en aquello que me daba ánimo para el resto de la semana. Siento que esta práctica es tan importante para mí, que me ayudó a no deprimirme en periodos difíciles, pero todo eso se fue con la pandemia y ha sido agotador no saber cuándo lo voy a recuperar”, cuenta.

Como Mateo, son miles de adolescentes que redujeron la posibilidad de hacer actividades deportivas al aire libre en pandemia, y que han estado esperado el desconfinamiento con ansias. El 18 de agosto se anunció que los mayores de 14 podrán salir durante 90 minutos en dos rangos de horario específicos, pero evitando plazas e instalaciones para hacer deporte. El criterio de lo que pueden hacer y dónde pueden ir queda relegado a una decisión que, muchas veces, se da en un contexto de conversación familiar, y que puede ser “una oportunidad no para prohibir, pero para crear el mundo nuevo en conjunto escuchando lo que los hijos sienten y piensan”, según Camilo Morales, psicólogo y coordinador del Núcleo de Estudios Interdisciplinarios sobre la Infancia de la Universidad de Chile.

Para muchas madres y padres puede ser complicado sentarse a conversar sobre el desconfinamiento, porque “hay una añoranza insistente de los adolescentes por salir, que no necesariamente remite a tener problemas familiares, sino que a la necesidad de tener un espacio diferenciado, de privacidad y de expresión con sus semejantes”, según explica el especialista. Mientras que para los adultos, según la orientadora familia María Angélica Forno, “es difícil tener tiempo o cabeza para sentarse a tener una conversación. El diálogo es rápido, tenso y tajante, porque hay miedos al contagio y también los problemas económicos son muy grandes. Eso hace que exista un desequilibrio en el diálogo”.

Sin embargo, es fundamental hacer que esta conversación suceda, porque lo que está en juego aquí, es la salud de todos. Hay que partir por entender la pérdida que los adolescentes han hecho durante la pandemia, para explicar sus ansias incontenibles de salir y juntarse con los amigos, según recomienda Camilo Morales. “Algo muy relevante para los adolescentes tiene que ver con lo que se construye a propósito de la relación con sus iguales. Entonces podemos entender que el confinamiento ha producido una dificultad para mantener esos vínculos afectivos que también determinan su propia identidad”, asegura. Para Mateo, la negociación con su padre para volver a salir a andar en bicicleta tuvo un acuerdo en cuanto a la protección necesaria y las nuevas normas de sanidad, pero sintió “que no era mi emocionalidad sobre lo que se estaba conversando, y eso me hizo sentir dejado de lado y que se produjeran choques en el momento”.

Aunque esos choques, pueden tener un desenlace positivo, e incluso ser necesarios. “No podemos quedarnos en que las discusiones son una desobediencia o una rebeldía. Más bien son una oportunidad para entender que puede haber cierta desilusión hacia lo que los adultos y las instituciones les han ofrecido a los adolescentes como proyecto y horizonte, porque no han logrado que los jóvenes se sientan realmente incluidos”, asegura Camilo Morales.

“Los adolescentes saben y sienten que están siendo invisibilizados”, dice Francis Valverde, directora ejecutiva de la Asociación Chilena Pro-Naciones Unidas (ACHNU), asegurando que ese desconocimiento de sus necesidades particulares no solo ha afectado a conversación en el ámbito familiar, sino también en lo social. Y es que a pesar de que el Observatorio de la Niñez y la Adolescencia reveló que para junio, 8 de cada 100 contagiados (7,9%) perteneció a este rango etario (0-19 años), superando a países como Italia, España y México, “en las comunas se están tomando medidas que fueron pensadas de forma demasiado generalizada y no viendo las condiciones de cada grupo etario, como si la “niñez” fuese un grupo homogéneo, pero no lo es”, dice.

El consenso entre los especialistas es que debe haber una mayor personalización de las medidas, tanto dentro como fuera de la casa. “La negociación de salidas dependerá de lo que han sentido los jóvenes en la pandemia, pero también de su condición social, y eso es algo que no se puede dejar de lado”, explica Francis Valverde. “Por ejemplo, en los sectores más vulnerables hay una preocupación porque sus familias han perdido el trabajo y no tienen recursos, y sienten que ellos tienen que buscar alguna forma de apoyar. Entonces la conversación no va a ser “mamá, papá, ¿a dónde puedo salir?”, sino, “¿qué trabajo puedo tener para aportar?”, agrega, lo que podría provocar que no vuelvan ni a las salas de clases, ni a ver a sus pares como quisieran.

Un momento oportuno para enseñar la generosidad

Las conversaciones que ha tenido Carol Hernández (27) con su hijo Isaías Durán sobre si puede volver a jugar fútbol en el club profesional donde entrena, han estado marcadas por una protección que, según ella, él aún no logra entender. “Yo no puedo dejar que salga aún porque vivimos ocho personas en la casa entre yo, mi pareja, mis cuatro hijos y mis padres mayores de 60 años con enfermedades crónicas que pueden empeorar si se contagian. Ha sido difícil explicarle la nueva realidad, porque él cree que con mascarillas y guantes puede evitar el contagio, pero no comprende mi susto de que eso no sea así”, cuenta.

Pero lo cierto es que, si los adultos aclaran sus miedos con los hijos, puede haber un beneficio en la conversación, porque según Camilo Morales, “es un paso para reconocer al otro en una misma condición de dignidad. Los papás no pierden su autoridad si es que hablan de lo que les preocupa o les da temor. Más bien, los adolescentes valoran cuando se encuentran con un adulto disponible para conversar, porque se sienten reconocidos como personas que escuchan y son escuchadas”.

Entonces cuando Isaías le dijo a Carol que extrañaba ver a su papá –que no vive con ellos–, ella sintió que había que tomar una decisión en base al bienestar emocional de los demás. “Su padre me pidió si podía llevarlo al cumpleaños de su actual pareja, y a mí me hizo todo el sentido del mundo, porque son familia. Dejé mis aprensiones a un lado e incluso, toleré que en el trayecto lo llevara a cortarse el pelo, cuando yo había comprado una máquina especialmente para que no saliera de la casa. Tuve que ceder, pero fue un proceso para dejar el miedo de lado”, cuenta.

Por eso, el acuerdo familiar debe ser claro, y tiene que estar basado en los sentimientos de todos los participantes sin importar su edad, pero, sin dejar de lado las prioridades: cuidar la salud y evitar contagiarse. María Angélica Forno explica que “solo mediante la atención que el adolescente va a sentir en el momento de la conversación, va a entender la importancia de cuidarse y ser prudente, por él y por los que lo rodean. Esta es una oportunidad de enseñarles la generosidad hacia los demás y que no viven solos en este mundo, algo que se logra mostrándoles preocupación a ellos primero”.

Además, la especialista destaca que tanto padres como hijos estén constantemente informados sobre las medidas de precaución antes de este tipo de conversaciones, pero también de convivencia y emocionalidad, para lo cual recomienda “acudir a los cursos de mediación y orientación familiar online de la fundación internacional Hacer Familia”, o revisar la Guía “Preguntas y Respuestas para los adolescentes en relación al Covid-19” de la OMS.