¿Es usual tener un hijo favorito?
Estudios indican que tener un hijo preferido es normal. Sin embargo, es y siempre ha sido un tema tabú y negado por la mayoría de los padres. Tener mayor afinidad con alguien es común, el problema radicaría en cuando ese favoritismo se vuelve evidente y genera daño.
El 95% de los padres tiene un hijo preferido, y el 5% restante…miente.
Así de enfático es Jeffrey Kluger, autor de The Sibling Effect, quien incluso ha expuesto sobre el tema en TED Talks. No es el único que lo plantea así, muchos otros estudios disponibles en el mundo se inclinan por la misma tesis. Con todo, sigue siendo un tema tabú en la mayoría de las familias, pese a que, al ser consultados, la mayoría de las personas apuntarían a uno u otro integrante de la familia como el favorito de su padre o madre.
Sentir una mayor afinidad en ciertos vínculos por sobre otros es del todo normal en las relaciones humanas: lo hacemos con las amigas, con las parejas, en las relaciones familiares, y suma y sigue. Entonces, ¿por qué se esconde o es mal visto cuando como padre o madre existe una mayor afinidad con un hijo o hija en particular? Por muchas razones, y si bien las psicólogas señalan que es sano validar que las relaciones entre padres e hijos son diferentes unas de otras y que cada una tiene su particularidad, sugieren no exponer abiertamente un favoritismo porque genera más daño que ventajas.
¿Por qué ocurre?
Al igual que en todas las otras relaciones, entre padres e hijos el favoritismo muchas veces guarda relación con la existencia de intereses, características y atributos en común.
La psicóloga perinatal y de crianza Natalia Bruna, reconoce que “quizás hablar de favoritismo es difícil de digerir”, pero sí es un hecho que cada relación es única e irremplazable. Y pasa lo mismo en el vínculo padres e hijos. “Cuando dos personas disfrutan de su compañía se nota, resalta. Cuando no ocurre no se puede fingir, pero no necesariamente esto implica que hay más cariño o amor hacia un hijo u otro”, señala.
Asimismo, la psicóloga de Integramédica, Carolina Lorca, advierte que en una familia que tiene una vinculación sana y segura no deberían existir los hijos favoritos ni una expresión abierta al respecto. Sin embargo, reconoce que es normal que los padres sientan ciertas afinidades con algún hijo por sobre otros, sobre todo en algunos períodos, lo que no significa que haya un favoritismo. “Tener estas afinidades temporales es algo natural, ya sea por intereses comunes, similitud en la personalidad, identificarse con algunas circunstancias de vida por la que está pasando el hijo, hijos que comparten valores con sus padres y que manifiestan mayores habilidades sociales y emocionales. Ante el desarrollo de estas afinidades es importante no manifestar diferencias marcadas entre los hijos, así como tampoco sentirse culpables como padres”.
Lo mismo opina Francisca Alcoholado, de @grupoclinicosur, pero indica también que como padres debemos evaluar si estas diferencias de afinidad en la relación con nuestros hijos derivan en dinámicas de favoritismo, es decir, conductas diferenciales hacia ellos caracterizadas por la parcialidad y preferencia al margen de sus méritos y de la equidad. Es aquí, entonces, donde radicaría el problema, en cuanto “las conductas o dinámicas de favoritismo pueden llevarnos a favorecer a un hijo por sobre otro de manera injustificada, por ejemplo, al otorgarle más oportunidades o privilegios en el sistema familiar y/o dedicarle más tiempo y atención. Al ser percibido por nuestros hijos, esto puede generar daño en los vínculos parento-filiales, rivalidad y conflicto en las relaciones entre hermanos y un deterioro en la salud mental y autoestima de nuestros hijos”, advierte la profesional.
Efecto en los desplazados y también en los favoritos
“Cuando los padres exacerban la competitividad entre los hijos o generan una diferencia muy marcada entre ellos, la relación de hermanos se distorsiona y se rompe el vínculo fraternal”.
Las dinámicas que se dan en una familia son las que irán formando las personalidades, fortalezas y debilidades de cada integrante de ella. Es por esto que lo que ocurre allí -o más bien la manera de enfrentar cada situación-, podría tener consecuencias muy diversas en el futuro de cada una de esas personas.
Para Lorca, la relación entre hermanos supone una competencia natural por la atención de los padres, y eso precisamente es lo que enseña a los niños sobre las relaciones horizontales, aunque se trate de una vinculación entre “iguales que no son tan iguales”, ya que contempla los roles implícitos de ser hermano mayor, menor o del medio, dice la profesional. Por tanto, para los hijos, la hermandad significa la primera oportunidad de formar parte de un equipo y de salir de la zona de confort, relacionándose siempre de manera amorosa y con cuidado por el otro. Así, cuando los padres exacerban la competitividad entre los hijos o generan una diferencia muy marcada entre ellos, la relación de hermanos se distorsiona y se rompe el vínculo fraternal, comenta. “Declarar que uno de los hijos es el favorito va a generar una relación distante, aumentando la posibilidad de celos patológicos, relaciones de maltrato o conductas agresivas, así como la evitación”, advierte.
La situación de favoritismo, además, produce daño en el desarrollo psicológico de los niños, pudiendo provocar baja autoestima en aquellos menos reconocidos. “En estos hijos se genera un malestar crónico y tienden a ponerse a la defensiva con el padre ‘rechazante’, un conflicto que puede manifestarse con conductas desafiantes o una sobre adaptación, tratando de alcanzar la perfección para intentar ser dignos del amor de los padres y acercarse al hermano favorito, frecuentemente idealizado”, dice. Y agrega eso sí, que para el hijo favorito esto tampoco es fácil porque su rol también lo carga con responsabilidades y el cumplimiento de expectativas por parte de sus padres. “Los hijos favoritos quedan desplazados en la hermandad, teniendo una mayor visión de desconfianza con los pares y menor espontaneidad, ya que su posición en los grupos tiende a ser más vertical”, recalca Lorca.
Por tanto, para la terapeuta, en una familia con dinámicas emocionales sanas, no debería ser algo tácito ni declarado la existencia de un hijo favorito ya que obstruye la relación entre hermanos, y desde ellos hacia los padres que crean esa diferenciación.
Culpa de reconocerlo
Para la mayoría de los padres reconocer la existencia de mayor afinidad con un hijo por sobre los demás, o reconocer que existen ciertas conductas de favoritismo, muchas veces está cargado de vergüenza o culpa.
Lo anterior, se explica en cuanto los discursos dominantes en nuestra sociedad refuerzan la idea de que los vínculos entre padres e hijos deben ser siempre similares entre sí y que debemos experimentar el mismo tipo de afinidad y cercanía hacia ellos, dice Alcoholado. “Lo que no siempre es posible”, agrega, porque cada relación naturalmente posee diferencias y particularidades.
Sin embargo, como padres hay que estar atentos y conscientes de las afinidades y cercanías con cada uno, y ver si las diferencias naturales de estos vínculos podrían estar derivando en conductas de favoritismo que podrían estar dañando o facilitando la comparación y competencia entre hermanos. “Hacer conscientes nuestras conductas de favoritismo puede permitirnos modificarlas con el objetivo de mejorar las relaciones familiares y permitir que cada uno de nuestros hijos se sienta visto y considerado a partir de sus particularidades”, indica.
En este sentido, la psicóloga Natalia Bruna dice que hay que estar particularmente atentos como padres, dado que estas preferencias pueden acarrear una gran cuota de culpa que a la vez impiden ver la realidad de la situación.
Agrega que lo importante como padres es buscar el equilibrio a nivel familiar, potenciar las instancias de interacción según los intereses de cada hijo, conocer qué cosas les gustan y adaptarse a cada etapa. “Siempre va a haber algo único que puedan compartir y que sirva para fortalecer la cercanía, incluso en actividades cotidianas como manejar y escuchar música que les guste a ambos, pero buscar esa herramienta que les ayude a disfrutar estar juntos. Poder reconocer para sí mismo que hay diferencias en las relaciones permite verlas en su totalidad y no negar lo que necesita ser reparado o cuidado”, señala.
En la misma línea lo explica Alcoholado, quien indica que, si bien es sano validar que las relaciones entre padres e hijos son diferentes unas de otras, hay que dejar en claro que esto no implica que el hijo con el cual se es más afín en ciertas temáticas se quiera más. “Es importante reflejar los aspectos positivos o afines que existen en la relación con cada hijo, marcando que son aspectos diferentes, y no por ello mejores o peores”, dice.
Por último, las terapeutas coinciden en que nunca se debería reconocer abiertamente el favoritismo de un hijo por sobre el otro, pero sí es bueno reconocer en cada hijo lo que se considera especial en él, destacar sus cualidades, valorar las experiencias compartidas y conversar sobre qué es lo que vuelve tan especial el vínculo entre cada padre y cada hijo.
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