Escribir cartas a mano: “Escribir y leer puede ser más íntimo que hablar”

Escribir cartas a mano



Hace unos días quise contarte algo a mi mejor amiga y no me atreví. Hay cosas que me cuesta enfrentar cara a cara, principalmente por miedo al rechazo, así que en vez de decírselo en una conversación presencial recurrí a la escritura. Cuando era chica y me costaba expresarme, solía sentarme en mi escritorio y escribirle cartas a mi mamá. Esto, por supuesto, no era algo natural. Era algo que ella me había enseñado a hacer, una especie de recurso de emergencia para cuando hablar no resultaba fácil. Mi abuelo escribía -pero nunca se dedicó totalmente a eso- y ella misma escribe muy bien, aunque sólo seamos un par de personas las que hemos podido leerla.

En mi familia escribir es algo íntimo. Reservado.

Con los años, para mí se fue transformando en una práctica que me ayudó, dentro de mis dificultades, a expresarme. Ahí, en el papel, podía contarle a mi mamá qué me pasaba. Se las dejaba debajo de la almohada, para que sólo ella las encontrara y así me aseguraba que las leería en un momento íntimo. A veces, sólo para ocasiones especiales, ella me escribía de vuelta. Eran cartas largas, dedicadas, personalizadas, emocionales. Se notaba que muchas veces había llorado cuando las había escrito. Después de que nos leíamos -cada una en su pieza-, dábamos por cerrado el episodio con un beso.

Así crecí. Y hoy tengo la certeza de que -cuando nos cuesta enfrentar algo- escribir y leer puede ser más íntimo que hablar. Porque en las cartas manuscritas estamos volcadas honestamente. En las teleseries la verdad se sabe a través de las cartas, los engaños se descubren a través de las cartas, las herencias se aclaran a través de las cartas. Y eso es porque nuestro puño y letra es garantía de certeza.

En el colegio y la universidad me encantaba tomar apuntes, pero crecí con computador, me fascinaron los procesadores de texto y a medida que iba creciendo la práctica de la escritura manuscrita se fue perdiendo. O por lo menos reduciendo. A pesar de que soy de llevar cuadernos y bitácoras de viaje, nunca volví a escribir a mano tanto como cuando chica. Y lo cierto es que hoy echo de menos escribirle a alguien, sobre todo a mano alzada. Echo de menos calcular el espacio de las líneas en el blanco de la página, echo de menos equivocarme, echo de menos redactar algo mentalmente sin tener la posibilidad de borrarlo con una tecla. Porque cuando escribimos a mano es un arrojo. No hay vuelta atrás.

Más todavía cuando eso que escribimos tiene un destinatario.

Ahora creo que mi desafío es ese. Escribir en el computador con el mismo impulso que escribía cuando chica mis cartas a mano. Sólo tengo que encontrar a quién escribirle. Por que lo que le quiero decir, lo tengo claro y viene directo de mi corazón.

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