Afuera se escucha el sonido seco de una pelota de tenis.
Adentro, Stephanie Elías Musalem camina por el largo pasillo de la Federación de Tenis de Chile saludando a todos los que ve en su camino. “Hola, profe, ¿cómo estás?”; “Hola, ¡Qué gusto verlo!”; “¡Tanto tiempo!”. Luego ingresa a una gran sala, al fondo a la izquierda. Su hijo, Santiago, está en brazos del abuelo, el presidente de la Federación, Sergio Elías. “Vengo a buscar a la mamá. ¡Mamá, llegó la periodista de Paula!”, dice Stephanie.
La mamá es ella: Leyla Musalem (75), que en 2019 fue la número 1 del mundo en el ranking de jugadores sobre 70 de la Federación Internacional de Tenis y que ahora acaba de ingresar a la categoría +75 del ranking ITF con cuarenta títulos a su haber desde 2001.
Así es la dinámica de los Elías-Musalem. Los límites son difusos entre el espacio personal y profesional. Entre el tenis y la familia.
Quizás el mejor ejemplo de esa mixtura sea la publicación del primer libro de Stephanie, periodista y escritora: Leyla (Ocho Libro Editores), la biografía de su madre.
Lo intentó hacer tres veces antes de lanzarse de lleno a la definitiva. Tenía muchas dificultades. Nunca había escrito un libro, quería hablar de lo bueno y lo malo de la vida de Leyla, pero hacerlo con amor, y -como en cualquier relación madre-hija-, se peleaba con su mamá y todo el proceso se interrumpía. En total, pasaron más de cuatro años desde que lo empezó.
Durante ese proceso, dice, empezó a conocer a otra mujer. “Una mujer que estaba escondida, de la que mi mamá no hablaba mucho, o no recordaba mucho. Hice cada entrevista dos o tres veces porque tenía que obligarla (a Leyla) a repasar, yo tenía que llegar con la evidencia: ‘mira, mamá, en 1970 tú dijiste esto’. Fue hurgar mucho en la vida de ella, a ratos de forma insistente en episodios muy dolorosos que yo pensaba que estaban sanados”, cuenta Stephanie.
Escribir sobre su madre también fue conocerla como mujer y como una figura más humana. Reflexionar que cuando Leyla tenía su edad estaba pasando por X o Z momento de su vida. “Fue un ejercicio súper interesante”, afirma.
Su madre reconoce que no fue fácil recordarlo todo, salir un poco de la vereda de tenista profesional, para entrar a la vereda de una joven que perdió a su hermano (Francisco Javier Musalem) en un accidente de auto. De una esposa que vivió un tiempo separada de su marido. De alguien que se fue de Chile un período y sufrió muchísimo. De una madre que se empoderó y tuvo que vender la casa que tanto quería para aliviar una pila deudas acumuladas. De una hermana que estuvo ocho años sin hablar con otro de sus hermanos (Jaime Musalem) por malentendidos.
“Si bien en una parte de mi vida tuve muchísimo éxito, también ha habido momentos de dolor y de sombras. Eso fue para mí muy, muy difícil sacarlo, porque ni siquiera se lo había contado a Stephanie como madre. Sacar todo eso ahora a la luz fue potente, fue un acto de humildad. Porque además, yo soy muy para adentro en todas mis cosas”, relata Leyla. Aun así, añade, “solo lo asumí y lo asumí bien gracias a Stephanie, porque ella me insistió mucho en eso. Además, para mí como mamá fue un acto de generosidad tremendo lo que hizo Stephanie, porque para ella tampoco fue fácil. Yo sé que es un libro que le ha costado, que le tomó mucho trabajo y que ha sido muy lindo”.
Aunque eres periodista, tampoco tiene que haber sido fácil conocer esos otros lados de tu mamá..
Sí, fue doloroso. Me dio pena, porque yo siempre vi a mi mamá como un tronco. Siempre fue una mujer muy fuerte, rara vez la he visto llorar y con el libro me di cuenta que yo muchas veces le hacía preguntas que podían ser crueles. Creo que en ciertas partes fui poco delicada con mi mamá, pero también fue una forma de darme cuenta de los sentimientos que ella tenía, de los dolores que ella escondía y que a veces escondió. A lo mejor porque buscaba ser un ejemplo para nosotros (sus cuatro hijos, Esteban, Sergio, Paola y Stephanie, la menor).
Se nota que son madre e hija. No solo por sus ojos, los ángulos de sus rostros, la misma pintura en las uñas o las ropas de todos combinados que están usando ahora. También por sus gestos. Cómo se miran entre ellas. Cómo demuestran admiración mútua.
Los mea culpa
Hacer un libro sobre su propia madre, también obligó a Stephanie a hacer un mea culpa. A darse cuenta de los momentos en los que no estuvo presente y sí debería haber estado. Como en este extracto de su texto:
La mañana del 8 de marzo de 2019 Leyla enfrentó en la final a Donna Fales, número dos de Estados Unidos en la categoría senior +70. Con una bolea cruzada cerró el partido: 6-3, 6-3. Una victoria que la coronó campeona del Regional de Miami 2019.
Yo, por motivos logísticos imperdonables, no estuve ahí. Leyla, sabiendo que erraría en el cálculo del tiempo no me advirtió, tampoco me pidió que me quedara. Después del partido me dijo que hubiera deseado que yo la acompañara, pero que a pesar de saber que no llegaría no podía desconcentrarse con ese tipo de cosas antes de una final.
Stephanie todavía se siente mal por no haber estado presente ese día. Aunque había viajado a Estados Unidos acompañando a Leyla, el día del partido fue a entrevistar a un exentrenador de su madre que vivía allá, pensando que era indispensable hacerlo.
Pensaste como periodista y no como hija…
Incluso a niveles periodísticos creo que debí haber dicho “es más importante asegurarme de estar en el momento de la final”. Pero creí que podía tenerlo todo y no fue así.
Leyla dice que nunca se quiso meter en esas decisiones de su hija. Que además, estaba concentrada en ganar. “No quise perder ni un ápice de energía o de concentración diciéndole que no fuera a ver a mi entrenador. ¡Si la vi tan entusiasmada! ¿Cómo lo iba a hacer?”
“Mi mamá me dijo: ‘si no estuviste fue porque no te nació’. Esa es una muestra de cómo ella es potente, de cómo puede ser increíblemente tierna y al mismo tiempo fuerte, cabrona, directa. Y si bien me dio pena, fue así porque yo sabía que me había equivocado, no por sus palabras. Hasta hoy, eso sí, no me lo perdono. Es irrepetible verla en la final en la que sale campeona…”.
Su madre la interrumpe: “Eras menor también, Stephanie. Yo creo que te faltó un poco de madurez. Todo eso es la madurez”.
Cuando ese episodio ocurrió, Stephanie tenía 27 años.
Una mujer empoderada
A lo largo de la escritura de la biografía, Stephanie dice que se impresionó con lo empoderada que es Leyla.
“Antes del libro yo tenía una imagen de una mamá súper tradicional, un poco a la antigua. Cuando me metí en el mundo del feminismo, de apoyar a la comunidad LGBTIQ+, yo solía decir que ‘obvio que mi mamá no me pesca o no entiende’”, cuenta. Pero la verdad era otra.
En su investigación, Stephanie encontró una entrevista de los años 70 en la que Leyla dijo que no tenía ningún problema con jugar con Renée Richards (la primera tenista trans), incluso cuando la Asociación de Tenis de EE.UU. le negaba la participación en campeonatos. También descubrió que Leyla había peleado para que los sueldos entre hombres y mujeres tenistas fueran iguales.
“Me di cuenta de que mi mamá era feminista sin saberlo, y que yo la había prejuzgado simplemente porque no me había metido en su vida pública. Fue una sorpresa encontrarme con esta mujer”, afirma.
Otro episodio, casi anecdótico, que revela Stephanie en el libro, es el del compromiso de Leyla con Sergio:
Semanas antes del matrimonio, la familia del novio llamó a los padres de la novia para informarles que, según su investigación energética, los nombres de los prometidos no eran compatibles, pues uno se relacionaba con el agua y el otro con la tierra, o con el fuego, pero como fuera algo debía hacerse o una catástrofe llegaría para el matrimonio y las familias.
La solución que encontraron Leyla y Sergio fue que ella se cambiara el nombre a Lina. Duró un mes.
“Estamos hablando de los años 70. Olvídate del machismo en Chile, estamos hablando del machismo en una familia palestina, entonces es muy potente que incluso toda esta familia hace el cambio de nombre y el nombre Leyla surge nuevamente. Yo creo que tiene que ver con el poder de su nombre”, afirma Stephanie.
Hay otro elemento: toda la familia está metida en las canchas de tenis. Hasta Salvador -el más chico de los nietos de Leyla, con casi dos años- tiene previsto empezar sus clases el verano de 2023-2024. El tenis está tatuado en su familia, literal (Stephanie tiene una raqueta en su brazo derecho) y metafóricamente.
Pareciera, Leyla, que como usted es una mujer tan exitosa, o llevaba a la familia a las canchas y hacía con que este elemento fuera parte de su vida cotidiana, o se enfrentaba a la posibilidad de que la juzgaran por siempre pensar en el tenis…
Para mí no había otra opción. ¿A dónde iba a llevarlos? ¿A volley? ¿A esquí? El tenis ya estaba integrado en la casa. Hasta mi marido se había puesto al tenis porque mi padre lo obligó. Así se fue dando. Todos llegaron a un súper buen nivel, disfruto mucho cuando voy a ver a mis nietos jugando, o cuando veo a Stephanie jugar, aunque deja el tenis cada seis meses.
En el libro su hija le pregunta cuánto más va a jugar usted. Le repito: ¿cuánto más?
Es potente eso. Yo sé que probablemente no me queden muchos años, por eso estoy haciéndome un lavado de cerebro y estoy pensando en el día a día. Doy gracias a Dios cada día, porque sé que estoy en los descuentos. Sé que el día que salga será doloroso, no conozco otra vida sino esta. Imagínate, si yo empecé a jugar cuando tenía 12 años, hoy tengo 75 y mi rutina es prácticamente la misma. Pero me he concentrado mucho en este año, porque puedo volver a ser la número uno, ahora de las +75.
Dos mensajes
Solo Leyla y Stephanie sabrán cómo fue la elaboración del libro. Es un nuevo secreto de madre-hija. Pero hay dos mensajes que la autora no quiso que pasaran desapercibidos para ningún lector. El primero es casi un mantra de la familia de Elías-Musalem: “la vida es una cancha de tenis”.
Leyla lo explica: “No tengo ninguna duda de que sea así. Es un caerse y un levantarse constantemente. A veces uno pierde y tiene solo dos opciones, irse a la casa, romper todo lo que estuvo delante suyo y no volver a jugar, o darse cuenta de que debe mejorar en algo, entrenar y volver a intentarlo. Son cosas de la vida: siempre hay un mañana, siempre”.
Stephanie complementa: “Lo que tú digas te lo puedo llevar a una metáfora de la cancha de tenis. Lo que sea”.
El segundo mensaje, se lee en la dedicatoria del libro: Para mamá. Que seas eterna.
Esa es la motivación detrás del libro, dice Stephanie. “Durante el proceso, cuando sentía que no podía avanzar, fui a una psicóloga y ella me preguntó por qué no podía dejar de escribir nomás. Y yo le decía que no podía soltarlo, que no me podía morir sin terminar este libro. Es más, pensaba ‘mi mamá no se puede morir sin que yo termine este libro’”, cuenta.
En ese momento, su psicóloga le preguntó por qué lo estaba escribiendo. Stephanie no tenía pensada la respuesta. “Me salió del corazón. Le dije: ‘porque quiero que mi mamá viva para siempre’ y me largué a llorar. El libro fue la forma que yo encontré de hacerla perpetua. Yo ya estoy casada, ya tengo un hijo e incluso así necesito mucho a mi mamá. Yo todavía me peleo con mi marido o tengo un problema en el que él claramente no puede ser maternal y pienso ‘quiero a mi mamá’. No veo cuándo eso se va a acabar. Entonces el libro fue mi manera de decir: ‘acá está mi mamá para siempre’.
Los ojos de Leyla se llenan de lágrimas.
¿Le emociona?
Es que es muy potente. Como mamá, lo que Stephanie hizo y dijo es muy potente.