A mediados de los años 90 en la televisión española hubo una serie que marcó la vida de Sonia Español-Jiménez, hoy Directora Ejecutiva de Fundación MERI, licenciada en Ciencias del Mar de la Universidad de Cádiz (España) y doctora en Biología Marina de la Universidad Austral de Chile. Por esos años se había estrenado Las nuevas aventuras de Flipper, un delfín que podía comunicarse con su entrenadora. Una relación que, vista con la inocencia de una niña, a Sonia le pareció “alucinante”. Recuerda varios capítulos, pero especialmente uno en el que la entrenadora va mar adentro en su lancha y ésta se avería. “La chica no podía dar aviso de este accidente, pero Flipper, que entendió lo que estaba pasando, fue en busca de ayuda. Al final, le salvó la vida”, relata.
Ese fue –según dice– un antes y un después en su vida, pues así descubrió a lo que se quería dedicar y que es hoy su pasión: el estudio de mamíferos marinos, principalmente la identificación, distribución y comportamiento de ballenas a través de sus sonidos. “Me especialicé en ballenas porque en el avance de mis investigaciones descubrí que son lo máximo en cuanto a sonidos, y que la ballena jorobada, si pudiéramos homologar esto a la música, es como una cantante de ópera. Por eso hice mi tesis doctoral sobre ella”, cuenta. Estudios que la trajeron a Chile en 2011 debido a que es aquí, específicamente en el Golfo Corcovado –cercano a la Isla de Chiloé– el área donde más ballenas azules se juntan para alimentarse de todo el hemisferio norte, o sea las posibilidades de verlas y trabajar con ellas son muy altas. “De las once especies de ballenas que se pueden encontrar, nueve están en Chile y eso no pasa en casi ningún sitio”, agrega.
¿Por qué las estudias a través de sus sonidos y no observándolas, que es lo más habitual?
También podríamos identificarlas visualmente pero, por ejemplo, en el Golfo Corcovado en invierno hace mucho frío, es lluvioso y está nublado, por lo que es muy difícil verlas. En cambio sus sonidos están siempre. Además el sonido dentro del agua viaja kilómetros, entonces quizás no las estás viendo por la distancia, pero al escucharlas sabes que están ahí y qué especie de ballena es. Y eso, a nivel científico, sirve para estudiar su comportamiento y el estado de conservación de una especie, te abre un mundo de posibilidades. Encima se trata de una técnica poco invasiva porque solo escuchas, no emites un sonido.
Para escucharlas ponemos diferentes instrumentos en diferentes lugares del golfo y durante el año estos equipos están grabando. Lo que conseguimos con eso es saber en qué meses están las ballenas, qué lugares prefieren, entre otras cosas.
¿Cada ballena tiene un sonido diferente?
Cada especie. Es como si una especie hablara chino, otra japonés, otra español y otra inglés. Lo que hacemos es identificar a la ballena con su idioma, y así, las podemos estudiar.
¿Cómo aprendiste a diferenciarlo?
Fue un gran desafío, porque no hay una licenciatura o un grado de acústica en cetáceos, tuve que ir de curso en curso. Surge esa labor como de músico o dj, como le suelo llamar. Y es que el mismo programa que usa un dj en un bar para poner música es el que uso para escuchar a mis ballenas. Son horas, días, meses o años de escuchar y escuchar esos audios.
¿Cómo es pasar la vida escuchando el sonido de las ballenas?
Antes de partir con esto me imaginaba que iba a ser una actividad relajante, mientras todo el mundo escuchaba el ruido de las grandes ciudades, yo estaría conectada a través de los audífonos con el mar y el sonido de las ballenas. Casi como una actividad terapéutica. Pero la realidad no es así. Los océanos son de todo, menos silenciosos. Hay muchísimo ruido, mucha contaminación acústica. Las embarcaciones emiten un ruido demasiado fuerte, incluso para las ballenas. Entonces cuando cojo el archivo y me dispongo a escuchar a mis ballenas, me puedo pasar horas escuchando el ruido de un motor, y entre medio de eso, aparecen ellas. Ese momento es el que vale la pena.
Ahí se genera la magia, la misma de Flipper con su entrenadora...
Sí, es la misma conexión. No puedo hablar con ellas como en la serie de ficción, pero el momento de verlas y escucharlas, cuando es en directo, es lo que me da fuerza para después pasarme tres meses escuchando ruidos de embarcaciones. Ese momento para mí no tiene precio, es el que me mantiene al día de hoy con la misma ilusión de cuando era pequeña, no la he perdido en nada, porque verlas y escucharlas, es un momento mágico. Es algo que le desearía a todo el mundo que pudiera vivir, lograr esa conexión con la naturaleza, en este caso con las ballenas.
¿Qué caracteriza a los cetáceos?
Los delfines, por ejemplo, son animales muy inteligentes. Probablemente los más inteligentes de todo el reino animal, y eso se nota. Cuando comienzas a fijarte en ellos, a tratar de entenderlos, ves que tienen comportamientos muy similares a los humanos: tratar de hacer amigos, de hacer grupos para defenderse. También tienen una vida muy larga, parecida a nosotros, de hecho se cree que las hembras incluso tienen menopausia. Y cuando tienen crías les dan el pecho y luego, al igual que nosotras con las palabras, ellas usan los sonidos para enseñarles cosas a sus crías.
¿Esos sonidos también los logras reconocer?
Si, es que como humanos intentamos darles un significado a esos sonidos. Por ejemplo el macho de la ballena jorobada emite unos sonidos para atraer a la hembra; después la hembra con sus crías tienen un “lenguaje” distinto, emite unos sonidos diferentes en la época en la que está buscando alimento o la que quiere buscar al macho. Pero yo prefiero no tratar de comparar nuestras emociones o comportamientos como humanos con las de un animal, porque así les quitamos justamente su parte animal y a lo mejor nos confundimos al tratar de asociar un comportamiento con otro. Esa es una tendencia del ser humano, poner todo a su nivel para tratar de entenderlo. Pero no hay por qué, ellos son como son y tienen su propia estructura.
Además de esa conexión que buscaste desde niña con estos animales, ¿cuál es el objetivo al estudiarlos?
La principal amenaza de las ballenas es el tráfico marítimo, porque emite este ruido que impide que una ballena se comunique con la otra. Es como que yo estuviera en un bar y no logro hablar con mi amiga porque hay tanto ruido que no nos escuchamos. Eso le pasa a las ballenas, con la diferencia que es la única forma que tienen para comunicarse, porque con mi amiga al menos me podría ver. Debajo del agua no hay luz, su ambiente es negro, por tanto la única manera de encontrarse es a través del sonido. Esto sumado a que las grandes embarcaciones a veces chocan con ellas, porque no las ven. Mi trabajo consiste entonces en intentar evitar que esto pase. Para eso le propuse a la Fundación MERI un proyecto que hoy, junto con el Ministerio del Medio Ambiente se transformó en un compromiso país para el cuidado de las ballenas.