Hace un mes las psicólogas feministas Javiera Donoso e Isidora Serrano –ambas dedicadas al empoderamiento de la mujer, tanto desde la socialización del amor propio y el auto cuidado como a través de técnicas y herramientas que sirven para el desarrollo profesional– lanzaron la primera Escuela Sorora (Instagram: @escuelasorora) a nivel nacional; una iniciativa gratuita que busca fomentar el cuidado y apoyo entre mujeres, para proveer así una plataforma a modo de comunidad en la que se pueda construir en conjunto un nuevo pacto social.

La idea, como cuenta Javiera Donoso, se venía gestando hace un tiempo, dado el enfoque de ambas en sus consultas particulares, pero no fue hasta que empezó la pandemia que constataron que este espacio de formación y contención era más necesario que nunca. Así lo demostraban los estudios; las problemáticas eran históricas, pero se habían agudizado durante los meses de confinamiento y al fin se estaban tomando en cuenta. La inequidad laboral, la crisis de los cuidados, la doble y triple jornada laboral y la violencia intrafamiliar eran solo algunos de los temas que había que abordar de manera urgente. Se propusieron así crear una plataforma virtual –al menos por ahora– para realizar, en una primera instancia, encuentros formativos en los que se abordarían estos temas, divididos en cuatro ejes; el autocuidado, el emprendimiento, la prevención de la violencia de género y la reparación y activación de recursos cuando se ha vivido una adversidad. El primer encuentro, en el que participaron más de 30 personas, se realizó en julio. Y el próximo, cuyo foco estará puesto en la violencia de género y que contará con la participación de abogados y psicólogos especialistas en el tema (además de la participación de las fundadoras), se realizará de manera online el 5 de octubre y será abierto y gratuito para todas y todos.

“La pandemia precarizó la situación de las mujeres y el sueño de la equidad de género retrocedió en 10 años. A eso se le suma que muchas no tienen cómo acceder a ayuda o cómo adquirir herramientas y habilidades provistas por mujeres para mujeres. O más simple aun; no cuentan con un espacio y red de contención a través de la que puedan buscar mejores empleos, hablar, compartir historias, aprender oficios, perfeccionar habilidades o simplemente contar con alguien para sentirse acompañadas”, explica Donoso. Y es que es eso lo que busca proveer la Escuela Sorora, como le pusieron ellas; un espacio interdisciplinario en el que se pueda discutir y concientizar respecto a los temas de género y al mismo tiempo colectivizar las experiencias, para que de esa manera, ninguna mujer se sienta sola.

¿Cómo se educa respecto a estas temáticas cuando ya se es adulto?

Partimos de la base que creemos que la información es poder. Cuando una empieza a conversar con mujeres, te das cuenta que hay muchas que aun desconocen ciertas cosas que pensamos que ya son comunes, como que la violencia de género no es solamente violencia física. Se desconoce aun, en términos generales, que hay muchísimas otras maneras de ejercer control sobre la mujer. Sin ir más lejos, se desconoce cómo opera la violencia simbólica, el hecho que está plasmada en cada estereotipo o exigencia que se le deposita a la mujer. No hay mucho conocimiento tampoco respecto a lo que implica el autocuidado. Porque en definitiva, y esto es histórico, como sociedad hemos naturalizado que los cuidados y las tareas domésticas -y por ende relegarnos a nosotras mismas- es algo que recae única y exclusivamente en nosotras. Las mujeres creemos, o por mucho tiempo creímos, que eso es lo normal. Es nuestro deber y nos tenemos que hacer cargo. Si no lo logramos, somos nosotras las que tenemos un problema. Por eso hay que partir dándonos cuenta que no es un problema nuestro y que esta es una realidad compartida por muchas. Como sociedad tenemos que cambiar el paradigma, situarnos en otro lugar y conversar con nuestras redes y familia, para de esa manera potenciar la corresponsabilidad, tengamos pareja o no.

¿Buscan desprivatizar estas experiencias para que las mujeres sepan que es una vivencia -por más distinta- colectiva y mayormente compartida por todas?

Estas experiencias, por más distintas, sí son compartidas por todas, porque son parte de un pacto cultural que tenemos y que está basado en la dinámica de abuso de poderes, en esta estructura llamada patriarcado. En la medida que cuestionamos desde adentro, y desde nosotras hacia nuestro entorno, también vamos expandiendo el cuestionamiento hacia lo social.

¿Cuál es la importancia de hablar de esto desde la infancia temprana y cuál es el rol de los profesionales ahí, considerando por ejemplo que ni siquiera tenemos una Ley de Educación Sexual Integral?

Al visibilizar ciertas problemáticas, se pueden desarrollar factores protectores y se pueden prevenir situaciones que se complejizan en la adultez o en la adolescencia. Hay estudios que demuestran que a partir de los 11 o 12 años las niñas ya se empiezan a sentir inseguras con su imagen corporal y empiezan a usar filtros en las redes sociales. Eso está dado básicamente por los estereotipos de género que hemos construido y perpetuado, estereotipos que se vuelven patrones de exigencia y que ellas sienten que tienen que cumplir. Todos estos temas, en la medida que se hablen abiertamente con las madres o los cuidadores primarios, o que se problematicen y divulguen en los medios de comunicación, con indicadores e índices, van a poder ser identificados a tiempo y se van a poder abordar. De no identificarlos, se sigue el círculo vicioso. En la medida que nos podamos dar cuenta que nuestra realidad no funciona, eso nos da mayores posibilidades y a su vez nos empuja a exigir un cambio social cultural.

El trabajo parte desde nosotras pero no es solo nuestro. ¿Cómo se permea al resto de la sociedad? ¿Cómo educamos a nuestros pares en una ética de equidad y colaboración?

Nuestra apuesta es que las mujeres, en esta era digital, tenemos la posibilidad de ser agentes de cambio. En la medida que eduquemos a nuestros hijes, que hagamos otros acuerdos de corresponsabilidad o coparentalidad, y en la medida que pongamos límites a situaciones que hasta hace diez años atrás parecían totalmente aceptables. Eso mismo va a hacer que se puedan establecer otros patrones de conducta, otras dinámicas de relación, en las que vayan quedando atrás los patrones de dominación, sometimiento y control de los que están en el poder hacia las más vulnerables.

En nuestro primer encuentro, que se trató sobre el autocuidado, conversamos respecto a cómo se había normalizado tanto que la mujer cumpliera todos los roles. Esta figura de la mujer pulpo, que en la pandemia se vio con trabajo doméstico y de crianza además de trabajo remunerado y todo lo demás, teniendo que cumplir en todos los frentes y sin apoyo. Muchas veces a las mujeres ni siquiera se les ocurre que hay otro en casa que puede asumir la responsabilidad. Eso ya genera un primer movimiento. Para algunas puede ser algo evidente hablar de corresponsabilidad, pero para muchas no lo es, y de verdad sigue siendo un tema el cómo delegar. O el hecho que esto se tiene que abordar con políticas públicas que fomenten y garanticen la crianza compartida y que entiendan que para que una mujer salga a trabajar, tiene que venir otra. Todo esto lo abordamos en los encuentros, además de hablar sobre técnicas para empezar un negocio, poder crecer profesionalmente sin tanta inversión, el hecho de que en un mundo machista las mujeres no nos atrevemos a pensar en grande y más bien pensamos en chiquitito, o las dificultades a las que nos enfrentamos a la hora de vender o nombrarnos como tal; la brecha de autovaloración. También hablamos de la importancia de apostar por espacios de colaboración en los que nos podamos encontrar con otras mujeres. A todo eso apuntamos, porque estamos frente a una urgencia cívica y moral y hay que cambiar el paradigma y llevarlo hacia la colaboración y cooperación en tribu.