Campaña 1124. Paula 883, Junio 2003.
Es día de sol, pero un viento levemente frío corre por la avenida La Croisette. A un costado de esta calle –que es el corazón de Cannes–, está el mar azul y un puñado de yates millonarios. También sobre el mar, los más elegantes hoteles han construido muelles de lujo con reposeras para que los famosos descansen o tomen sol.
Es el 56 Festival Internacional de Cannes y todo el día se respira aire de fiesta en esta ciudad. En los cafecitos, restaurantes y hoteles corren, a cualquier hora, las copas de champagne y de vino rosé. Y también corren los fans detrás de los famosos, y los periodistas (hay cuatro mil acreditados) en busca de una entrevista.
En el séptimo piso del Hotel Martínez circulan las estrellas: Andie MacDowell, Laetitia Casta, Noémie Lenoir, y otras modelos top están dando entrevistas como parte del elenco de embajadoras de L'Oréal Paris, el más importante patrocinador del festival. En frente, a escasos metros del mar, en un restorán llamado L'Ondine, Raúl Ruiz, el cineasta chileno que compite por la Palma de Oro con la película Ce jour-là se toma unas copas. El boliche está tomado por periodistas y fotógrafos que se pelean por capturar su imagen. Sobre una silla están los zapatos Yves Saint Laurent que usa la protagonista de la película, Elsa Zylberstein. Ella está más allá, jugando con sus pies en la arena.
Ruiz, en cambio, no se saca los zapatos. Es muy compuesto. Ha dado más de 30 entrevistas este día. En cada intervalo, toma una copa de vino y luego se pasea con las manos atrás. Esa noche del 15 de mayo, a las 22:30, subirá la escalera roja del Grand Théatre Lumière para el estreno de su película. Es la cuarta vez que compite en Cannes, y no se pondrá smoking.
"Chile es un país muy bueno para alguien que tenga espíritu paranoico. Ahora, por ejemplo, me sorprende que cuando llego a Chile, todo el mundo está enfermo de la rodilla. Eso debe querer decir algo. A todos los estaban operando del menisco. No sé, pero algo debe querer decir".
DESAYUNO
A la mañana siguiente, tras haber celebrado hasta tarde con su elenco en el bar del Hotel Martínez, Raúl Ruiz está feliz. Son las 9:30 a.m. y el hombre nacido hace 62 años en Puerto Montt ya ha leído todos los diarios. Las críticas que recibió su película lo han dejado contento. Pide un café y va al buffet a buscar huevos revueltos y una baguette. "Es importante comer por las mañanas", advierte, sin decir que es su diabetes lo que lo obliga a vigilar la dieta.
–¿Cómo vives este aire tan ceremonioso de Cannes?
–Aunque he venido muchas veces, siempre tengo una sensación de melancolía.
–¿Melancolía de qué?
–Vine a Cannes, por primera vez, en 1974. Me había hecho todo un programa de vida en Chile y tenía pensado hacer cine allá. Pero me tuve que quedar aquí. Desde entonces tuve una relación conflictiva con Cannes porque era un festival muy comercial. Poco a poco, se fue transformando en el único festival interesante. Los otros se convirtieron en una especie de mall con 300 películas y en que todo es anónimo. En Cannes, en cambio, se ha creado una especie de club británico. Uno se encuentra con los viejos amigos. Supongo que la aristocracia debe ser así: gente que se ha visto mil veces. Ya no se pueden odiar. Es como un lugar de familia.
–¿Qué sensación te provoca esto de ser un consagrado en el cine europeo?
–Digamos que, antes de estar en la selección oficial, debo haber hecho unas 40 películas. A un cineasta normal llegar acá le cuesta dos o tres películas. No es que haya sido fácil para mí.
–¿No te intimida tanto brillo, tanto glamour?
–Hay aspectos que tienes que aceptar y, simplemente, no hay que dejarse impresionar. Eso es todo.
–Has trabajado con actrices muy relevantes. ¿Qué relación tienes con ellas? ¿Cumplen un rol de musas?
–No, es algo natural. Hacer una película es un asunto de todos los días, y hay gente con la que uno se entiende mejor y va más rápido. No hablo de peleas, sino de ritmos. Además, tengo una cierta tendencia a conservar la gente con la que trabajo. Con el camarógrafo debemos estar en la película número 15. Con Jorge Arriagada, quien compone la música, debemos estar en la número 30. Y con Valeria (su esposa, que es la montajista de sus filmes) no sé cuantas ya. En el fondo, somos una familia.
–Pero has trabajado con Catherine Deneuve, que es un mito del cine.
–Catherine Deneuve es bastante fría y dura, pero extremadamente generosa: capaz de usar su reputación para ayudar a películas no tan comerciales. En Genealogía de un crimen, por ejemplo, ella escuchó la historia y me dijo: "Puedes usar mi nombre". Y cuando dice "usar mi nombre", te está dando una enorme cantidad de posibilidades, no sólo de dinero, sino de distribución y de publicidad. Esos gestos hacen toda la diferencia con Hollywood.
–Entiendo que actores como John Malkovich te llaman para estar en tus películas.
–¡Ah! Pero eso es reciente. Durante mucho tiempo no quise tener actores conocidos. Pero de repente me vi acogotado y fue Mastroianni el que me propuso trabajar con él. Después lo hizo Catherine Deneuve, y todo empezó a ir bastante más rápido.
–¿Y te cuesta mucho mantener tu independencia?
–Los cineastas con voluntad de seguir siendo independientes están desapareciendo. Es difícil mantener la libertad. Hay que trampear mucho. Yo diría que con todas las astucias que he tenido que usar para hacer mis películas habría podido hacer tres golpes de Estado en Chile.
–¿En qué andas ahora?, ¿qué ideas te revolotean?
–Es que yo trabajo un tipo de cine pendular. Hago algunas películas que son bastante caras para Europa como el Tiempo recobrado, otras medianas como Ce jour-là, y ahora parto a Bélgica a filmar otra que es casi sin plata.
–¿Eso lo haces para mantenerte elongado?
–Claro, es una manera de mantenerse joven. El cine hay que practicarlo todos los días. Uno se olvida de filmar. Ése es el gran problema del cine americano, porque allá un realizador hace una película cada 4 ó 5 años. En ese tiempo, se le olvidó todo. Eso hace que las películas tengan muy poco carácter. En cambio, las que yo hago son más artesanales, se fabrican como se fabrica el queso.
–¿Cómo te las bates para seguir haciendo cine artesanal?
–Con el método de Ulises. Es decir, con el máximo de astucia. Ahora, el problema para seguir haciendo este tipo de cine no es el público, sino la avidez de los americanos por controlar el mercado en todo el mundo. No soporta que Europa resista.
–¿Tú eres un soldado en esa resistencia?
–Sí, claro. Esto me ha llevado a viejas riñas. Pero, te insisto, no es que los americanos sean hostiles a un cine de expresión. Lo que quieren es controlarlo.
–En este afán de los norteamericanos por controlarlo todo, ¿qué crees que quedó después de la guerra?
–Que ya nadie puede ignorar ese afán de control.
–¿Y qué cambios puede provocar eso?
–Va a haber una resistencia muy fuerte. De hecho, ya la hay. Los países europeos se están volviendo a juntar y quieren tener un plan de armamento común. Con eso se va a crear un equivalente de lo que fue la Guerra Fría, que tuvo aspectos positivos y negativos, pero había un poder alternativo, lo que es bueno para todos. Inclusive, para el Islam que se está volviendo un fenómeno inquietante en todo el mundo.
–¿Sientes que el Islam se está volviendo una amenaza?
–Honestamente, no. Lo están vendiendo así, pero el Islam es tan variado, tan contradictorio, finalmente tan humano.
–Entiendo que eres un apasionado de la teología.
–Sí, leo mucho, particularmente teología católica e islámica. Además, en el barrio donde vivo en París, Belleville, la mayoría de mis vecinos son islámicos. Me interesan mucho los mundos árabes.
–¿Qué es lo que te interesa de ellos?
–Que tienen una extraña sensualidad. En el Tratado de los Sueños de Mohamed Sirin, el más conocido del mundo árabe, hay un repertorio de sueños con sus interpretaciones, pero lo raro es que la mayoría de los personajes sueña con olores, y los olores quieren decir algo. Yo nunca he soñado con ningún olor, salvo una vez que se estaba quemando el departamento y me desperté por el humo.
"Catherine Deneuve es bastante fría y dura, pero extremadamente generosa: capaz de usar su reputación para ayudar a películas no tan comerciales. En Genealogía de un Crimen, por ejemplo, ella escuchó la historia y me dijo: 'Puedes usar mi nombre'. Y cuando ella dice 'usar mi nombre', te está dando una enorme cantidad de posibilidades. Esos gestos hacen toda la diferencia con Hollywood".
ALMUERZO
A las 14:00, muy despeinado, con el aire de Cannes en la cabeza, llega Ruiz al Noga Beach Hilton, un restorán muy elegante al lado del mar. Junto a él entra Valeria Sarmiento, su mujer desde hace 34 años. También están algunos de los actores de su película, como Bernard Giraudeau, Jean–Luc Bideau y Elsa Zylberstein. Ruiz pide un vino blanco helado. Es un buen conversador, y le explica a los comensales que las mujeres chilenas son potentes y mandonas. Y se explaya: "Las chilenas están condenadas a ser terribles porque el estereotipo femenino es terrible: están Fresia, la Quintrala, Inés de Suárez... la más suave es Paula Jaraquemada. Ese modelo de mujer fuerte, en el sentido de cruel, de dominadora, es una cosa que está presente en su historia".
–¿Te refieres a que son autoritarias o malévolas?
–Autoritarias. Aunque también son corajudas, decididas, valientes. No quiero decir que todas sean así, pero todas tienen esa impronta.
–¿Y los hombres?
–Ellos son más perfil bajo, más femeninos en ese sentido. Como diría Bello, son como el Mapocho, que es un arroyuelo silencioso, pero que en tres horas puede subir y echar abajo todos los puentes. El hombre es aindiado. Lento en reaccionar y desproporcionado en la reacción.
–¿Quiénes te parecen más interesantes?, ¿las mujeres?
–No, no. Yo prefiero dejarlas tranquilas... A mí me interesa el Chile más borroso, más anodino, más trágico, el de la mayoría de los chilenos. La gente que no tiene rostro. ¿Te das cuenta que todos los chilenos nos parecemos? Es terrible.
–¿Y tus amigos en Chile? ¿Ellos son tu elenco estable?
–Bueno, los amigos envejecen y empiezan a tener problemas de todo tipo, No sólo problemas de viejos, sino de cesantía. Allá, a partir de los 50 años, se comienza a ser cesante. Chile es un país de jóvenes en el buen sentido y también en el mal sentido de la palabra.
–¿Qué te provoca eso?
–Melancolía. Aunque en cine las jubilaciones son tardías, siento que ya está empezando a llegar la hora de la jubilación.
–En Chile tus amigos dicen que eres un poco genio, un tipo medio renacentista que sabe de todo.
–Renacentista no significa que uno sepa todo, sino que se interese por todo. Soy un poco así porque creo que todas las cosas están conectadas. Ahora que estuve en Chile conversé con Enio Vivaldi, profesor y neurólogo de Concepción. Comimos tres veces en el restorán japonés de la calle Marcoleta, sólo para hablar del sueño paradojal y el cine. Él es neurólogo, yo cineasta, y nos juntamos a hablar por puro gusto.
–¿Esa es tu manera de mantener redes en un país que casi no reconoces?
–A cada cual su cruz.
–¿Cómo vas encontrando tus rincones en Santiago?
–¡Ah! Cambian, siempre cambian.
–Salvo la casa de tu madre, la señora Olga.
–Eh... No. Hasta la casa de mi madre cambia bastante. Recuerdo que antes, la calle Huelén, donde vive ella, era como un barrio japonés. Todo el mundo se conocía. Había una serie de personajes viejos que ya no están. Todo se transformó. Ahora hay edificios de oculistas, de dentistas. Es raro. También están los choferes de taxi que casi viven ahí, juegan al dominó en una esquina y están al tanto de la vida de todos. Es una vida estable, pero al mismo tiempo muy cambiante.
–Da la sensación de que miras con sospecha los cambios que se han producido en Chile, pero igual pareces obsesionado por refregarnos la memoria en la cara.
–Bueno, en realidad yo estaba a punto de romper definitivamente con Chile, de distanciarme un poco. Pero justo ahí me dieron el Premio Nacional. En ese momento perdí la posibilidad de alejarme. Fue una manera de engancharme. Ahora estoy pagando esa deuda.
–¿Con ganas?
–Sí, con muchas ganas porque se están despertando cosas que iban a perderse. Los recuerdos de infancia son importantes no sólo para mí, sino para todos. Ustedes son la primera generación que tiene una verdadera ruptura con el pasado de Chile. Me refiero a una ruptura emocional. Para ustedes, los más jóvenes, el Peneca no significa nada, la magia de los radioteatros tampoco. Pero cuando nosotros éramos niños no había nada más que la radio. Por las noches, apagabas la luz, escuchabas en silencio los radioteatros y te imaginabas cosas. Y cuando era aún más chico, yo pensaba que dentro de la radio vivía una gente chiquitita que me hablaba. Ese tipo de imágenes no se pueden perder.
–Igual tienes rabia con los cambios...
–Hace mucho tiempo que se me quitaron las ganas de enojarme con Chile. Eso se acabó, aunque me da un poco de pena esa especie de triunfalismo errático que tiene nuestro país. Poco a poco, Chile se ha ido volviendo antipático para el resto de los países de América Latina. Antes, era el país simpático por excelencia porque era pobre, perdedor, risueño, tallero y generoso. Eso desapareció hace rato.
–¿Te jode que se esté poniendo un poco arribista?
–Hablemos de cosas concretas: es muy raro que en Chile alguien te invite a un café. No digo a mí, porque no lo necesito, pero que se inviten entre ellos. Chile se ha convertido en un país extremadamente avaro, que funciona con una maldad que se le da muy natural. Eso es lo extraño. Porque Chile siempre fue maldadoso, pero no malvado.
–Ahora estás filmando una serie de películas sobre Chile, llamada Cofralandes. ¿Te emociona estar en eso?
–Por supuesto. Es ir en busca del tiempo perdido a Chile, donde, además, siento que se pierde mucho el tiempo. Estuve un mes allá, y tengo la sensación de haber estado 3 días y no haber hecho nada. Bueno, hice un guión.
–¿Escribiste ese guión en tu antigua habitación de niño?
–Sí, lo escribí en la casa de mi madre, pero no en mi pieza, sino en el comedor escuchando radio Beethoven... Es que yo necesito pasearme. Siempre ha sido así. ¿Sabes que Albert Camus escribía parado?
"Hablemos de cosas concretas: es muy raro que en Chile alguien te invite a un café. Chile se ha convertido en un país extremadamente avaro, que funciona con una maldad que se le da muy natural. Eso es lo extraño. Porque Chile siempre fue maldadoso, pero no malvado".
HORA DEL TÉ
Son las 5 de la tarde. Ruiz llega al bar del hotel. Ha dado tres entrevistas más y se declara cansado. Pide una copa de vino rosé, se acomoda y sigue conversando.
–Me decías que se viene una segunda Guerra Fría. ¿Pero con qué ideología?
–Lo que ha desaparecido son las ideologías totalitarias. Pero eso no quita que exista aún mucha ideología. En la cultura, por ejemplo, se juegan cosas sustanciales como la identidad, la infancia; la marginalidad; la razón de vivir. Pretender que esas cosas tengan un valor en el mundo, es una forma de ideología. Es como defender la humanidad contra el dinero. El dinero está transformando a los seres humanos en algo horrendo. La sobreaparición de celulares y de música de walkman hace que esté desapareciendo poco a poco toda forma de introspección. Y sin introspección no hay creatividad. Finalmente, todo este boom tecnólogico, está transformando a cada ser humano en un terminal. Luchar contra eso es defender la individualidad de cada cual.
–¿Tú quieres dar esa pelea?
–Si no se presenta en forma de batalla, sí.
–¿Y como quisieras que se presente?
–En forma de guerrilla poética. Con debates, conversaciones, con pequeñas bombas que son las películas, los poemas. Porque si lo presentas como batalla, los americanos se van a atrincherar y vamos a perder. En cambio, en estos momentos, los americanos están de acuerdo con esto. Siento que hoy encontraría más aliados en Estados Unidos que en Chile. Es decir, si yo le hablo de esto al presidente Lagos o a algunos de sus ministros, y le hablo de lo mismo a algún delegado del Partido Republicano, sé que tengo más chance de llegar a un derechista americano que a un izquierdista chileno.
–¿Por qué?
–Porque Chile es lo que es y ha sido siempre así.
–Pero es fuerte creer que te puedes entender mejor con un americano derechista.
–Bueno, no exageremos. Pero con un americano que vive el capitalismo a fondo y entiende las críticas al sistema que esos chilenos con empleada y jardinero, y cuya única preocupación es no poder cambiar el auto. Esos chilenos de mala muerte oyen menos que un americano tonto.
–¿Eso es porque algunos viven con los oídos tapados?
–No, lo digo porque lo que decía mi mamá: "Es la raza la mala". Cuando yo era chico, ella me decía: "No te puedo castigar. Tú eres español e indio. No saco nada con retarte. No vas a cambiar nunca. La raza es la mala". Para mí, la mejor metáfora de Chile es la juguera.
–¿Todo se revuelve?
–Sí, y puede salir un buen jugo, pero será siempre jugo, jamás otra cosa.
–Eso es mirar a Chile con una tremenda desolación.
–Así se llamaba un muy buen libro de alguien que ganó el Premio Nobel... Tal vez, la fuerza de Chile podría ser el hecho de saber que nadie los va a ayudar nunca, ni ellos mismos.
–En las películas que estás haciendo, ¿vas a mostrar esa caricatura "del chileno con empleada y jardinero".
–Sí, y con empleadas que a su vez tienen empleadas y jardineros. En el fondo, es mostrar ese país de hombrecitos, esa especie de Liliput al que yo quiero mucho.
–Lo quieres, a pesar de todo
–El amor es ciego. O por lo menos miope.
–Claramente ha ido cambiando tu relación con ese Liliput. En 1998 decías que cuando mirabas a Chile, no veías nada. Ahora, al menos, ves un país de hombrecitos.
–Sí, porque he empezado a hacer películas. Chile es un país muy bueno para alguien que tenga espíritu paranoico. Ahora, por ejemplo, me sorprende que cuando llego a Chile, todo el mundo está enfermo de la rodilla. Eso debe querer decir algo. A todos los estaban operando del menisco.
–¿Y qué puede significar eso?
–No sé, pero algo debe querer decir. ¿Tal vez hay algún coleccionista de menisco que quiere atacar a Chile?
–¿Volver a vivir a Chile es una opción en tu vida?
–Hay que ser realista: volver es imposible. Salvo una guerra mundial, que es una cosa posible también, creo que es bastante difícil.
–¿Por el tema de sobrevivir allá?
–Por todos los temas posibles. Es decir, no es sólo por lo que decía Gabriela Mistral que tenía miedo que después de una semana le llamaran "La Gaby" y la agarraran para el fideo. También porque creo que hay maneras de no volver volviendo. Neruda inventó un sistema que consistía en estar siempre fuera pretendiendo que estaba dentro.
–Tú también haces un poco eso.
–Sí, hago algo de eso. Pero no se me puede acusar de que cuando voy ando en visita oficial a Chile. Y voy a Chile normalmente.
–¿Y andas muy escondido?
–Ni siquiera. Camino por la calle, no me molestan mucho. De vez en cuando hay unas señoras que me paran y me hacen discursos. Eso es simpático. No me siento para nada agredido en Chile. Simplemente, veo lo que veo.
–¿Y qué ves?
–Que la Madre Putria, como le digo yo, está bastante perdida.