"Cuando tenía un año, mi mamá, mi hermana y yo llegamos a vivir a una casa de 36 metros cuadrados que podía recorrerse de punta a punta en menos de 10 pasos. Era una vivienda social que mi mamá compró con un subsidio y que estaba en el sector de Camilo Henríquez, en Concepción. En ese tiempo no había muchas cosas en el barrio porque era todo nuevo y además estábamos casi en la periferia de la ciudad. Vivíamos en un pasaje y entre una casa y otra había solo cercos de alambre púa. A pesar de que el barrio era inhóspito y mi casa era chica, mi mamá siempre se preocupó de que fuera muy bonita. La gente que nos visitaba se sorprendía. Era como una especie de oasis.
En ese lugar viví hasta los 22 años, cuando me fui a estudiar a Santiago. Y se podría decir que esa casa fue creciendo conmigo. Mi mamá es una amante de los cambios, por eso nuestro espacio siempre estuvo en un estado constante de transformación. Recuerdo tres etapas diferentes de nuestra casa. Al principio cuando solo teníamos 36 metros cuadrados, había una cocina, un living comedor y dos piezas. Todo era muy chiquitito, pero a pesar de eso yo me las arreglaba para andar en triciclo dentro de la casa. Mi hermana compartíamos la pieza y cuando mi mamá invitaba a sus amigas o hacía reuniones, la gente se quedaba a dormir incluso debajo de la mesa, porque no cabíamos de otra forma. Era como un tremendo pijama party.
Cuando ya era más grande, la pareja de mi mamá vino a vivir con nosotros y la casa tuvo su primera ampliación. Se duplicó en tamaño y mi hermana y yo pudimos tener piezas separadas. A pesar de eso, nuestra casa nunca fue tradicional. Recuerdo que con esa remodelación mis papás agregaron cosas que para la época eran muy rupturistas. No teníamos puertas en ninguna habitación. Sólo la puerta de entrada y la puerta del baño. Todo el resto eran espacios abiertos. Mi mamá tenía un baño en su pieza que también era abierto, con una tina enterrada en el piso. Al principio nuestras camas estaban en el suelo, pero después a mi padrastro se le ocurrió colgarlas del techo. Todas las camas estaban colgadas con cables de acero. Los sillones del living, también.
Al principio estos proyectos y remodelaciones estaban a cargo de mi mamá, quien diseñaba y organizaba todo. Más adelante mi padrastro también participaba en los cambios. A veces contrataban a un maestro que los ayudaba, pero ellos daban las instrucciones y se hacían cargo de todo. Nunca hubo asesoría de diseñadores ni arquitectos. Mis papás lograron crear un lugar acogedor y versátil sin ayuda de ningún especialista. Recuerdo que a mis amigos les gustaba ir a mi casa porque era un espacio entretenido. Si alguien dejaba de ir por un tiempo, al volver estaba todo distinto. La disposición de los muebles, los espacios, todo cambiaba.
En la etapa final, mi casa llegó a tener 2 pisos, 2 baños y 3 piezas. En realidad eran semi piezas, porque ninguna estaba cerrada. La de mi mamá era grande y tenía una superficie igual a la que tenía nuestra casa completa cuando recién llegamos a vivir ahí. Me gustaba mucho ese espacio porque ahí pasé mucho tiempo con ella, acompañándola cuando hacía tapices o bordaba. En esa pieza llegaba una luz de tarde que no tenía el resto de la casa. En el primer piso teníamos un espacio abierto enorme sin separaciones de living, comedor o cocina. Era un espacio para estar, para compartir en familia o con amigos. Teníamos sillones y cojines en el piso, la cocina era abierta y comíamos en la barra. Ese lugar se convirtió en muchas cosas a medida que pasó el tiempo. En algún momento fue el taller de mi hermana cuando estudió diseño. También pasó por una época en que fue taller de mi padrastro, a quien siempre le gustó la carpintería. Finalmente fue mi taller cuando estudié arquitectura en la universidad.
La casa donde crecí siempre se adaptó a las etapas en las que estábamos nosotros. Crecí en un entorno en el que constantemente se estaban mejorando los espacios y probando nuevas cosas. Creo que de todas maneras mi casa influyó en mi decisión de estudiar arquitectura. Ahí aprendí que la belleza y crear un espacio agradable no tiene nada que ver con el dinero, más bien todo lo contrario. Se trata de vivir con lo suficiente y de forma sencilla.
Paz tiene 30 años, es arquitecto y creadora de @ProyectoDiccionario