La semana pasada se hizo de conocimiento público una imagen utilizada por Curriculum Nacional –entidad que depende del Ministerio de Educación– en la asignatura de Ciencias Naturales de cuarto básico, en la que se explicaban los efectos del alcohol en el cuerpo de las mujeres, órgano por órgano. La imagen señalaba que dentro de los efectos en el sistema reproductivo “ingerir alcohol aumenta los riesgos de ser atacadas sexualmente y de participar en relaciones sexuales riesgosas”. Y esto despertó la furia en redes sociales.
La primera denuncia, de hecho, acusó a la entidad de promulgar una educación machista y sexista. “¿Hasta cuándo culpando a las víctimas? Me parece terrible que una niña tenga que leer que por beber alcohol puede ser víctima de abusos o violación. ¿Esta es su manera de educar?”, decía el comentario. A esto se sumaron otros de apoderados, académicos, diputados y representantes políticos, cuyo foco giraba en torno a un mismo eje: el contenido de la imagen parecía justificar, de manera indirecta, la agresión en contra de la mujer. Y a su vez, depositaba en ella –y sus posibles acciones– la responsabilidad de ser atacada sexualmente. Porque en el fondo, como explica la abogada y presidenta de Corporación Humanas, Lorena Fries, es más fácil hablar de lo que debió haber hecho o no la víctima para prevenir ser agredida que del agresor o el delito en sí.
La imagen, que finalmente fue eliminada por el Ministerio de Educación, es, como explica la abogada fiscal y directora ejecutiva de la Asociación de Abogadas Feministas (ABOFEM), Bárbara Sepúlveda, un claro ejemplo de la cultura de violación en la que vivimos. Una cultura –dentro de la cual se articulan una serie de comentarios, conductas, acciones y comportamientos cotidianos y aparentemente inocuos– que a la larga ha servido para reforzar un imaginario en el que la víctima es finalmente la culpable de haber sido agredida, acosada, violada o violentada. Una cultura que naturaliza, mediante distintas manifestaciones, la violencia sexual hacia las mujeres.
¿Qué es la cultura de violación?
Bárbara Sepúlveda explica que este concepto encuentra sus raíces con las feministas estadounidenses de los años setenta, quienes plantearon que la sociedad, a través de sus manifestaciones culturales y cotidianas, ha reforzado los relatos que normalizan la violencia sexual hacia las mujeres, al punto de aceptar no solo que ocurran, sino que también trasladando la culpa de tales hechos a las propias víctimas. “La cultura de violación se refleja de distintas formas, en particular cuando consideramos como justificación de las violaciones y abusos ciertas conductas o acciones de las mujeres, tales como su manera de vestir o manera de caminar. Es en este contexto que surgen frases como ‘ella se lo buscó’ o ‘lo está pidiendo’, como si fuese responsabilidad última de la víctima que estos delitos ocurran”, explica.
¿En qué se manifiesta?
La cultura de violación encuentra su sustento inicial en un sistema altamente patriarcal, cuyos alcances repercuten incluso en el ámbito judicial. Como explica Lorena Fries, la cultura de violación no es, por ende, el punto de inicio, pero sí es un punto de llegada al que infinitas acciones cotidianas empujan. “Una cultura no es un solo mensaje, sino que un conjunto de mensajes que se normalizan y dan cuenta de una preconcepción, que es la patriarcal. Y por la cual se da paso a la idea de que las mujeres son objetos cuyos cuerpos pueden ser apropiados y cuya esfera íntima puede ser invadida”, explica. Tiene que ver, según Fries, con la socialización de los géneros y todo lo que se desencadena de ahí en adelante. “Si a ti desde pequeña te socializan en una cultura en la que se enseña a sentarse con las piernas cruzadas, si te sientas con las piernas abiertas, estás llamado a que algo pase. Así se educa”.
Esto se refleja una serie de conductas, comportamientos, comentarios e incluso chistes que consolidan y refuerzan un imaginario en el que la víctima hizo algo –y por ende es en parte responsable– para que la atacaran. “La idea de la víctima activa: una víctima que gatilló en el hombre su accionar. Con eso, las mujeres no podemos emborracharnos o tener las mismas posibilidades de carrete que los hombres, porque todo eso es leído –desde una mirada masculina– como una posibilidad de apropiarse de nuestro cuerpo. Y las mujeres tenemos tan internalizado eso que cuando ocurre, no nos atrevemos a denunciar. Porque creemos que tuvimos algo que ver y nos cuestionamos qué hicimos nosotras para que eso pasara. Cuando nada de eso justifica los hechos, aunque la víctima haya estado curada o no se acuerde de lo ocurrido”.
Glosario
Es desde este imaginario que se configuran frases que postulan que la víctima es en parte culpable. Frases que están totalmente normalizadas en la cultura actual –muchas incluso fueron utilizadas por el abogado defensor de Martín Pradenas, Gaspar Calderón–, tales como:
“Estaba curada”
"Ella se lo buscó"
"Me estaba provocando"
"Es una loquilla"
"Para qué se viste así"
"Nunca dijo que no"
"Es una calienta sopa"
Como explica Lorena Fries, todos estos conceptos refuerzan la idea de que la víctima tuvo algo que ver. También dan cuenta de otra problemática: el consentimiento o, en su defecto, la falta de consentimiento. “En el fondo, cuando una mujer dice que no, bajo la lectura masculina, puede estar diciendo que sí. El no de la mujer no es considerado un no”, explica la especialista. “Mi generación creció escuchando que una no podía calentar la sopa si después se iba a quejar. Calentar la sopa se lee como una participación en el inicio del juego sexual, que después avala o establece un consentimiento para todo lo que podría venir después, como si una no pudiera parcelar a partir de su consentimiento hasta dónde quiere llegar. Si le hiciste ojitos o bailaste de manera sexy, todo eso es leído como que te abriste y por lo tanto de ahí en adelante todo es sí. Ahí queda anulado tu no posterior”.
Por otro lado, como explica Bárbara Sepúlveda, la cultura de violación también ha reforzado ciertas aceptaciones del acoso en los espacios públicos, mediante el argumento de los piropos. También ha servido para trivializar las agresiones sexuales, que pasan a estar incorporadas –e incluso romantizadas– en todo tipo de producto cultural, tales como la música, series y películas. “El discurso que apela a que si las mujeres dicen que no en realidad quieren decir que sí está muy arraigado en nuestra cultura popular. Se normaliza así la cosificación y la idea de que él sabe realmente lo que ella quiere. Habría que dejar de lado este lenguaje que culpa a las mujeres y que justifica el acoso sexual, y entender que no existe ninguna justificación; ni la ropa, ni el historial sexual, ni si bebió o no. Nada de esto es una invitación para que nos agredan o ataquen”.
¿Cómo influye en el sistema judicial?
Como explica Sepúlveda, uno de los problemas es que la cultura de la violación se refleja en el sistema jurídico y por eso muchas mujeres tienen miedo de denunciar. “En el momento de la denuncia, si los funcionarios que reciben a la víctima no están preparados en materia de género, no comprenden el fenómeno que se está denunciando y las revictimizan al preguntarles por qué iban solas o vestidas de tal forma”, explica. “La cultura alcanza el derecho en su primera etapa y por eso se ha creado un imaginario que establece cómo tiene que ser la víctima para que se le crea. Es decir, cuáles son las válidas para el sistema judicial. La víctima ideal, que se ve vulnerable, visiblemente afectada, con un trauma y ojalá llorando. Si está empoderada y enojada, va a presentar una imagen que para el sistema judicial presenta dudas y pondrá en cuestión su credibilidad. Porque no actúa de la forma que se espera que actúe.”
A su vez, como explica Fries, los jueces reproducen la cultura en la que están inmersos, salvo que estén en una actitud consciente de romper sus propios parámetros de interpretación de las leyes. “No son mecánicos en la aplicación de las leyes, son intérpretes y en ese sentido la cultura los acompaña. Por otro lado, las leyes no necesariamente están redactadas de manera tal que permiten deconstruir la cultura. Hemos tenido que realizar correcciones posteriores para que se ajusten más a los cambios sociales”, explica.
Cifras
El 20 de julio el Observatorio Contra el Acoso Chile (OCAC) presentó Radiografía del acoso sexual en Chile, la primera encuesta a nivel nacional que aborda este tipo de violencia sexual en el ámbito callejero, laboral, educativo y virtual. Una de las principales conclusiones dio cuenta de que este tipo de acoso no se vive de manera aislada o en ocasiones puntuales, sino que es parte de un continuo de violencia. Se reveló también que son las mujeres quienes lo viven con más frecuencia pero que pocas lo reconocen o identifican como tal.
- 8 de cada 10 mujeres entre 18 y 26 años ha sufrido alguna situación de ciberacoso sexual durante su vida. Un 31,7% no lo identificó como violencia sexual. (Fuente: OCAC)
- El 96,2% de las mujeres entre 18 y 26 años ha sufrido alguna situación de acoso callejero durante su vida. Un 36,5% no lo reconoce como tal. (Fuente: OCAC)
- 1 de cada 3 mujeres ha sido o será víctima de violencia sexual. (Fuente: ONU Mujeres)
- 63 fueron los femicidios registrados en el 2019 (Fuente: Red Chilena contra la violencia hacia las mujeres)
- 108 fueron los femicidios frustrados registrados en 2019 (Fuente: Servicio Nacional de la Mujer y Equidad de Género)
- El 83,5% de las mujeres considera que la violencia de género ha aumentado (Fuente: Corporación Humanas)
- 92.896 fueron los delitos de violencia intrafamiliar registrados en 2019 (Fuente: Centro de Estudios y Análisis del Delito)
- 72.780 fueron las denuncias por violencia intrafamiliar realizadas a Carabineros en 2019 (Fuente: Centro de Estudios y Análisis del Delito)
Entrevista a Mercedes Bulnes, representante de una de las denunciantes de Martín Pradenas
¿En qué se basa la defensa de Martín Pradenas?
Hay un dicho antiguo que dice que la mujer de Julio César no solo tiene que ser buena, sino que tiene que parecerlo. Esa es la hipocresía de este país. La defensa de Pradenas se aferra al hecho que es un tipo guapo y desde ahí plantea que todas las mujeres van a querer estar con él. Se basa en que la víctima estaba ebria, lo acompañó y se dejó besar. Que además después se fue con él a la cabaña, donde se metieron a un dormitorio y donde ella pudo ir al baño. Básicamente, se basa en que ella manifestó voluntad y no manifestó rechazo, habiendo podido hacerlo. A eso apela el abogado defensor de Pradenas; que ella fue al baño y pudo haber dicho que no. O que pudo haber pedido auxilio a los guardias del estacionamiento o en la cabaña, por lo que ella estaba ahí de manera voluntaria, habiendo un informe del SML que establece que ella no estaba en condiciones de resistirse. Es una defensa muy machista y misógina.
¿Por qué es machista?
Porque es una defensa que apela a la emocionalidad masculina y al juez que estaba ahí presente. También apela a una serie de prejuicios que tienen cabida a nivel social, como que las mujeres que toman están dispuestas a cualquier cosa, son materia disponible y coto de caza para el que le interese. Eso es parte de una cultura patriarcal y de abuso, en la que además el hombre cree que es el centro. Entonces si una mujer se viste de manera más atractiva o si toma algo, es para él. ¿Cómo se lucha contra eso? Solo con educación.
Ese argumento solo se lo puede tener si es que se sabe que va contar con cierto apoyo. Cuando se sabe que va tener audiencia. Que va a haber una cultura que lo va respaldar y decir “ella se emborrachó”. Por suerte es una cultura que está retrocediendo y que está cambiando. La gente lo está cuestionando. Y eso fue lo que se vio en la formalización. Además, hay toda una legislación nueva que tiene que ver con la Convención Internacional para la Erradicación de la Violencia Contra la Mujer, que es muy definitiva porque lo considera como una atentado hacia la dignidad de la mujer.
La defensa de Calderón no fue a puertas cerradas, sino que se transmitió digitalmente y lo vieron un millón de personas. Y el discurso que apareció ahí va totalmente en contra de lo tolerado actualmente. Él decidió apelar a la emoción de los hombres porque sabía que iba a encontrar eco en el juez. El sistema judicial todavía está en falta, pero eso está cambiando. Se trata de valores culturales que atraviesan todo; puedes luchar, pero en algún ámbito te vas a encontrar con algo de eso. Incluso en un chiste. Yo no me río de los chistes contra las mujeres, aunque lo encuentre divertido, porque han costado sangre. Así mismo no me preocupa el historial sexual de la víctima, o si mi representada era virgen o no. Porque nada de eso justifica la violencia.