Unos de los temas más recurrentes en la educación de nuestros hijos e hijas es cómo establecer límites y normas en la casa; una tarea que resulta difícil y cansadora para los papás y mamás, y que ofrece posiciones extremas, que van desde lo autoritario a lo permisivo, siendo ambos polos poco efectivos para los objetivos que se quiere lograr.
El sistema autoritario generalmente se encuentra en familias donde la comunicación y los vínculos son más frágiles, y se basa en amenazas y castigos, que se imponen pensando que a través de estas medidas los hijos se comportarán de la manera que el adulto desea. Sin embargo, con esos métodos se genera una dinámica donde impera el miedo, la angustia y la tensión, lo cual impacta negativamente en el desarrollo de la personalidad de los hijos/as, debilitando su autoestima y confianza en sus capacidades.
Otro sistema al que se suele recurrir es el permisivo; padres y madres que piensan que los niños van a ser más felices si tienen todo y que llamarles la atención puede dañar la imagen que tienen de sí mismos. Esta manera de crianza también es perniciosa, porque no entrega herramientas para que los pequeños desarrollen la tolerancia a la frustración, la paciencia y la empatía; convirtiéndose en pequeños tiranos que piensan que todos sus deseos deben ser satisfechos. Como sostienen los expertos en autoestima M. McKay y P. Fanning, la ausencia de disciplina termina menoscabando la autoestima. Es necesario que nuestros hijos/as aprendan a enfrentarse a sentimientos desagradables o dolorosos y no a evitarlos porque, si no se sienten capacitados para esto, su autoconfianza será frágil.
Ni los castigos ni la absoluta permisividad son sanos para el desarrollo de nuestros hijos e hijas. Los castigos generalmente surgen cuando estamos cansados, irritados y sin paciencia, lo cual nos impide traducir o interpretar el comportamiento de los niños y niñas. De estas acciones no sale ningún aprendizaje, sino sentimientos de culpa, vergüenza, frustración, rabia y pena, para ambos. Por otra parte, es importante transmitirles con mucha claridad a nuestros hijos que todas nuestras conductas tienen consecuencias. El objetivo de que ellos o ellas sean conscientes de esto, es que puedan desarrollar la capacidad de análisis y reflexión de sus actos, para poder responsabilizarse de ellos. Esto les permitirá entender que la existencia de normas redunda tanto en su beneficio personal como para la vida en sociedad. Las reglas que vayamos implementando y acordando permitirán que nuestros hijos e hijas se sientan más seguros.
Esto es como poner una barrera al borde de un barranco, la cual nos permite manejar con mayor seguridad, sin miedo a caernos, podemos confiar en la ruta. Para los niños es lo mismo, los límites permiten predecir y así confiar en los ambientes donde se crían. Los ayudan a poner freno a sus impulsos, enseñándoles el camino para la autoregulación y control sobre ellos mismos, ya que esperamos que a medida que vayan creciendo puedan elegir sus comportamientos y conductas. Por eso, como dice Alan Sroufe –autor de la teoría del apego– se necesita disciplina no para limitar la libertad, sino para hacerla posible. Lo que se busca no es dominar al otro, sino promover la autodisciplina y la autogestión.
Como todo en salud mental no hay recetas exactas para establecer límites y normas en cada familia, pero hay ciertos criterios que pueden ayudar. Es recomendable que las normas y límites sean predecibles, es decir, que los niños sepan cuales son las consecuencias de quebrantar los acuerdos. Es importante que estos límites sean acordados. A partir de que se adquiere el lenguaje y los niños/as van creciendo, podemos hacerlos partícipes de las decisiones y acuerdos. Eso genera mayor compromiso y adhesión en ellos. También se les puede preguntar por más alternativas; escuchar su opinión. Es imprescindible que estas normas y límites sean acordados y respetados por ambos padres o cuidadores, independientemente a que estén juntos o separados.
Junto con esto, es necesario que los límites y normas se definan con un sentido pedagógico, compartiendo y comprendiendo por qué es importante que se establezcan. En situaciones fuera de casa, vacaciones, salidas, etc., se sugiere establecer acuerdos previos. Por ejemplo, “vamos a ir al cine, es importante mantener silencio para que podamos ver la película y por las otras personas presentes”. Por la misma razón, los adultos debemos ser capaces de flexibilizar los límites, utilizando el criterito. Por ejemplo, durante el año escolar los niños se duermen a las 8:00, pero en vacaciones es razonable que se duerman más tarde. Es importante comunicar este cambio y establecer un nuevo horario. Asimismo, como padres debemos empatizar y tolerar cuando el niño, niña o joven expresa su disconformidad o sentimiento negativo frente a los acuerdos. El hecho de que haya límites y se respeten, no significa que siempre van a estar felices por la presencia de ellos. Por último, es muy recomendable utilizar refuerzos positivos, haciendo visible el esfuerzo por respetar los límites, que en algunas ocasiones tienden a ser traspasados.
Ni los castigos ni la absoluta permisividad son sanos para el desarrollo de nuestros niños y niñas. Poner límites, pero hacerlo de manera no autoritaria y con sentido pedagógico permitirá que sean efectivamente respetados, lo cual redundará en el reforzamiento de la autoestima y seguridad de nuestros hijos e hijas.