Cuando Daniela Cabrera (25) se tituló de enfermera en enero, jamás pensó que su primer trabajo iba a ser en medio de una pandemia. Tampoco imaginó que, de inmediato, iba a atender a pacientes de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Simplemente, le tocó. Entró en marzo a la Clínica San Carlos de Apoquindo de la Universidad Católica cuando la crisis del coronavirus estaba recién asomando sus primeros efectos en el país. Apenas llegó, sus compañeros le realizaron una rápida inducción, de dos semanas, para conocer el funcionamiento administrativo del recinto y adentrarse en las labores del día a día. Un espacio que en tiempos normales podría durar entre uno y dos meses. Pero estos no eran tiempos normales.
En medio del caos y vértigo, Daniela comenzó a trabajar con pacientes con compromiso respiratorio en turnos que duraban 24 horas. Ahí empezó a dimensionar lo que significaba trabajar en una UCI: no dormir, comer poco, no tener tiempo para ir al baño y, lo peor de todo, ver la peor cara de la muerte. “Me acuerdo de todos los nombres de los pacientes que fallecieron”, cuenta. El escenario no era alentador. Cada día llegaban más personas, mientras el coronavirus se expandía en el territorio nacional. Con todo ese trabajo y estrés encima, Daniela empezó a apagarse poco a poco. “Se notaba que no era la típica Dani. Estaba muy desmotivada, sin energía y en mis momentos libres solo podía estar acostada viendo series. Todo me daba ganas de llorar”, recuerda.
Como en toda crisis, Daniela recuerda un momento donde tocó fondo. Fue cuando un paciente al que le tenía especial cariño empezó a tener dificultades respiratorias por la enfermedad. Contra todo pronóstico y de un momento a otro, la persona empeoró y tuvo que ser conectada a ventilador mecánico. “El doctor me dijo que no iba a salir y ahí me empecé a dar cuenta de que todo lo que haces, puede que no sirva de nada, a pesar de que uno se encariña mucho”, cuenta. No sabe si fue suerte o coincidencia, pero justo ese día fue un psicólogo a visitar al equipo médico quien le recomendó apoyar su situación con un especialista. “Se dio cuenta que estaba mal. Mi mente no paraba con las 10 mil preocupaciones. Mi papá es adulto mayor y no saber si lo iba a contagiar o no, era complicado también. Entonces ahí el psicólogo me dijo que lo más sano sería ir a una consulta”, explica.
La salud mental de personal médico está viviendo uno de sus peores momentos a raíz de la sobrecarga laboral generada por el brote mundial de SARS-CoV-2. Así lo demuestran las cifras recientes: de acuerdo al estudio COVID-19 Health Care Workers Study, una investigación internacional -integrada por 30 países y publicada en octubre-, un 10,1% de los funcionarios de salud ha manifestado ideas de muerte. Un panorama similar pudo constatar la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva (Sochimi) que, mediante una encuesta nacional, dio cuenta que un 60% del personal manifestaba algún grado de cansancio emocional.
A pesar de ser una situación transversal dentro de los trabajadores de la salud, una revisión científica realizada por el psiquiatra Rodrigo Figueroa de la Universidad Católica reveló algunas condiciones de riesgo extra para presentar un mayor impacto en el bienestar psicológico. Ser enfermera/o era uno de esos factores. “En un turno estamos el 70% del tiempo con los pacientes y tenemos que gestionar todo: hacemos tareas administrativas, preparamos medicamentos, acompañamos al usuario, entregamos información a sus familias, asistimos a los doctores. Son hartas cosas en el día a día, entonces uno va sintiendo mucha responsabilidad”, explica Daniela.
Si antes de la pandemia el estrés laboral estaba provocando problemas de salud mental entre los profesionales de enfermería, el panorama se ha visto agudizado por el coronavirus. Y es que las condiciones laborales, que ya eran complejas, cambiaron. A los desgastantes turnos de 24 horas que comenzaron a hacer los profesionales en pandemia, se le sumó el hecho de ingresar a trabajar a sectores -como la UCI- que requieren de un alto nivel de capacitación que, con la urgencia, muchos no alcanzaron a completar. “Entraron al sistema de turnos personas que no habían trabajado nunca. Además, enfermeros que no se dedicaban a cuidados intensivos respiratorios tuvieron que capacitarse rápidamente. Y los nuevos no estaban acostumbrados a este tipo de pacientes. Eso trajo un estrés constante con muchas preocupaciones. Lo que más manifestaban era un miedo a enfermarse, a contagiar a sus cercanos, a la muerte y las incertidumbres”, analiza Andrés León, enfermero y psicólogo, y académico de la Universidad Católica.
Además, por los contagios internos o las cuarentenas preventivas, los equipos han estado en constante rotación y, por lo mismo, las cargas de trabajo se han elevado para aquellos que se han tenido que quedar a cubrir esos turnos. En resumen: un horario laboral de 24 horas, jornadas extenuantes, trabajo con pacientes graves y un escenario en constante cambio para hacer frente a una nueva enfermedad. Todos esos factores han derivado en un desgaste profesional que, a 9 meses de iniciada la pandemia en Chile, tiene al personal en un estado crítico. “Tenemos equipos que llevan meses en esta forma de trabajo y que actualmente que están agotados. Ese es el gran problema que tenemos ahora. El estrés inicial y el miedo fueron disminuyendo porque la pandemia se ha ido controlando con respecto a casos más críticos. Pero hay personas están quemadas por el trabajo”, señala Andrés León.
A eso se le denomina síndrome de burnout, un trastorno emocional -reconocido por la OMS- que hace alusión al agotamiento mental provocado por el estrés laboral crónico. “Las enfermeras son las que se quemaron antes porque tuvieron que estar desde el principio con mucha tensión, demanda y exigencia. Entonces hay un cansancio que es consecuencia de un largo período de trabajo de turnos extenuantes y esa fatiga emocional ha sido más generalizada que en cualquier otro período. De mis más de 40 años de trabajo, esto es lejos lo más complejo que he visto”, cuenta María Angélica Baeza, presidenta nacional de Colegio de Enfermeras.
Eso fue lo que le ocurrió a Daniela Cabrera. También le pasó a la enfermera Paula Latorre, quien ha trabajado durante todo este tiempo en la denominada primera línea del personal médico. Durante su trabajo en urgencias de la Clínica Dávila y en pleno auge de contagios del virus, empezó a sentir una fuerte carga emocional y las crisis de pánico la obligaron a pedir licencia médica para resguardar su salud mental. “Tuve que ir al psiquiatra porque no podía pisar un hospital sin angustiarme. Me entregaban turnos y me daban ganas de llorar o salir corriendo. Era como no quiero estar acá, no puedo más. Un punto en el que sientes mucha angustia, estrés, empiezas a soñar con el hospital y dejas de comer”, cuenta.
Por ello, se dio un tiempo y, después del descanso, empezó a trabajar en la UCI del Hospital de Curicó. Aunque la situación sanitaria ahora está un tanto más calmada y los equipos han bajado los niveles de estrés, cuenta que el cansancio se siente en el ambiente. “Estamos agotadas porque llega un punto en el que sientes que no descansas. Es un agotamiento crónico acumulado: llegas cansada, te vas cansada, viviendo la tensión del año. Y eso jugaría en contra en caso de tener un rebrote porque nos estamos tratando de recuperar y, quizás, vamos a volver a lo mismo si la gente no se cuida”, explica.
La segunda ola de contagios del COVID-19 es un tema de conversación recurrente entre el personal de enfermería. Cada vez que lo hablan, en sus cabezas aparecen fantasmas y miedos que ninguno quisiera volver a enfrentar. “El tener que volver a pasar por lo mismo, a los turnos de 24 horas, estar corriendo y sin comer, me da miedo. No sé si sería capaz de volver a pasar por eso. A nosotros la pandemia nos afectó fuertemente nuestra salud mental porque vimos familias enteras morir por el virus”, cuenta Daniela. Por eso, la presidenta del Colegio de Enfermeras asegura que éste podría ser el momento ideal para tomar las medidas preventivas de salud mental que no se concretaron durante la primera fase de la pandemia. “Podemos corregir todo lo que no se hizo bien. Es tiempo de dar los permisos para que el personal descanse y pueda recuperar energías para este nuevo período laboral pesado. Pero también hay que revisar los protocolos de salud mental. Si hay programas de intervención previa, hay que hacerlos ahora porque es el momento”, manifiesta María Angélica Baeza.
¿Apoyo institucional?
La crisis de salud mental de los profesionales de la salud fue algo que no se vio venir. O al menos así lo dejaron de manifiesto las autoridades al no plantear inicialmente programas en esa línea. “Al inicio de la pandemia se enfocaron en capacitar al personal en manejo crítico, pero no se preocuparon de la salud mental. Se habló que esto podía ser un problema, pero no se hizo nada preventivo. Todas las acciones fueron más bien reactivas”, explica Andrés León. Esa falta de apoyo quedó demostrada en los datos que reveló el Colegio de Enfermeras, luego de su encuesta Situación de las Enfermeras y Enfermeros de Atención Primaria en el marco de la crisis sanitaria nacional por COVID19. Ahí se dio cuenta que más de un 60% de los profesionales no contaba con programas de salud mental por Covid dentro sus establecimientos
Con el paso del tiempo, surgieron algunas acciones para apoyar a los trabajadores en esta área. Así, desde el Ministerio de Salud implementaron un sistema de atención remota, a través del Hospital Digital, para entregar primeros auxilios psicológicos y orientación a los funcionarios de la salud. Además, la cartera entregó a los establecimientos sanitarios un documento de recomendaciones para el cuidado personal de los trabajadores durante la crisis. “El personal de salud es un grupo de especial preocupación, considerando factores específicos asociados a su labor (…). La pandemia aún no termina, por lo tanto, el plan de cuidado está en pleno desarrollo y los aprendizajes se van acuñando en el transcurso de ésta”, explican en un comunicado emitido para este reportaje.
“Es insuficiente, no sirve enfrentar estas situaciones de manera individual, sino que es importante el componente colectivo. Los hospitales han iniciado acciones con recursos propios y de maneras muy creativas para enfrentar el desgaste. Pero son acciones poco articuladas y sin directrices claras”, indica Elisa Ansoleaga, psicóloga y doctora en salud pública. A falta de un apoyo a nivel nacional, han surgido iniciativas como Acción Salud UDP -dirigido por Ansoleaga-, un programa que tiene como objetivo ayudar en el ámbito del bienestar, a partir de intervenciones grupales para contener a los equipos que han enfrentado situaciones límite.
Algo similar realizó el Hospital Félix Bulnes cuando los funcionarios empezaron a solicitar apoyo psicológico para enfrentar de mejor manera la pandemia. Fue ahí cuando se implementó el proyecto de contención emocional para funcionarios que consta de atenciones psicológicas/psiquiátricas individuales, además de estrategias preventivas a través de pausas activas o relajación. El psicólogo Gonzalo Retamal forma parte de este plan y cuenta que las intervenciones han servido para sensibilizar a los funcionarios sobre el desgaste profesional. “La gente ha percibido bien el trabajo y quedó como una necesidad instalada. La demanda es intermitente, pero alta y los mismos funcionarios te buscan en los pasillos para que les des una hora. Pasa que en salud el personal no está acostumbrado a identificar lo que le pasa. Están acostumbrados a rendir y funcionar, pero este ejercicio ayuda a entender que tienen derecho a no estar bien y que pueden hacer algo para estar mejor”, finaliza.