Estamos dando lo mejor de nosotras
Estamos cansadas, agobiadas, superadas y muchas veces nos sentimos juzgadas.
Para los hombres que estén leyendo esto: no es contra ustedes y tampoco es la idea desvalorizar su rol como padres. Solo es visibilizar lo que vivimos las mujeres, a las que veo dejando el alma día a día, dividiéndose en mil para poder cumplir las funciones diarias de la casa, criar y trabajar.
Repasemos un día cualquiera de una familia con niños. Tenemos que levantarnos de buen ánimo para despertar, vestir y dar desayuno a los hijos. Repetimos 20 veces distintas instrucciones como: "vístete por favor", "lávate los dientes", "termínate el desayuno". Debemos acordarnos del bolso de gimnasia de uno, de la guitarra para la academia del otro y del queque para la colación compartida del tercero. Hay que preparar almuerzos, colaciones saludables, echar pañales para el que va al jardín. Todo esto mientras tratamos de vestirnos, arreglarnos un poco, y lograr comer algo o terminarnos el café frío. Subimos niños y mochilas al auto y los amarramos en las sillas (con un par de garabatos susurrados), misión casi imposible que equivale a 30 minutos de gimnasio. Algunas vamos a dejar a los niños a sus respectivos colegios y jardines, y vamos negociando en el auto la música, para que todos alcancen a elegir qué canción poner. La lista puede ser variada y algunas veces agotadora, porque ciertas personalidades se quedan pegadas en la misma canción por meses, o años, como ha ocurrido con "Let it go" de Frozen, que con tal de innovar ya nos sabemos en varios idiomas.
Cuando ya están todos repartidos, la mayoría parte a trabajar o a tratar de desarrollar sus proyectos personales. Otras deben volver a la casa a ordenar, limpiar el caos del desayuno, o atender y dar papa a la guagua de la casa. Las que dan papa, además, andan deprivadas de sueño.
Durante la jornada laboral de una mamá con hijos, aparte de trabajar y rendir, debemos tener en mente turnos de colegio, vacunas pendientes (que por cierto estoy atrasadísima), horas al dentista y hacer diferentes puzles para navegar la semana de la mejor manera. Además, debemos hacer las compras del supermercado, comprar el regalo para el cumpleaños del compañerito, ir a la reunión con la profesora, pedir hora al dentista o pediatra, o encontrar a alguien que se pueda quedar con el hijo que se enfermó y no fue al colegio. Mientras, tratamos de ver dónde cabe una horita para poder teñirnos las canas o depilarnos.
El día pasa volando. Salimos un rato del trabajo para cumplir con el turno de colegio que nos toca. Almorzamos algo paradas en la cocina, si es que podemos almorzar. Volvemos al trabajo y logramos seguir con nuestros deberes laborales. Y aquí también dejamos el alma. A las 5 de la tarde ya estamos empezando la vuelta a la casa, con niños cansados y sucios. Llegamos a la casa a jugar con el más chico y a hacer tareas con los más grandes. Revisamos libretas y mochilas. Sacamos el sándwich aplastado que no se comieron. Firmamos comunicaciones sobre la salida a terreno del segundo básico y mandamos la plata que hay que pagar para el paseo. Vamos un rato con los niños a la plaza y nos encontramos con otras mujeres en las mismas, con las que intercambiamos algún ataque de risa en vez de llorar. Empezamos la planificación de la comida y se junta con la hora más cansadora del día. La hora del baño y de acostar niños, que debieran agradecer que uno los obliga a acostarse. Yo pagaría oro para que alguien a las 20:30 me obligara a acostarme y apagar la luz.
Damos comida, mientras tratamos de lidiar y tolerar alguna pataleta. Tratamos de moderar alguna pelea de hermanos, mientras intentamos mantener algún grado de comunicación con el marido, si es que tenemos la suerte que llegue temprano a la casa y compartir estas tareas. Siempre hay que recoger comida del suelo, secar el vaso de agua que se dio vuelta y ayudar a alguno a comer. Luego empieza la hora del baño, pijama y la repetitiva cantinela: "anda a acostarte", "acuéstate", "voy a contar hasta tres", "última vez que te lo digo, anda a acostarte". A veces nos da la paciencia para leer un cuento, otras veces ya no queda energía alguna.
En mi caso, primero acompaño un rato a los dos más chicos y trato de leerles. Espero hasta que están casi dormidos para correr a la pieza de los dos grandes a ver si conversamos un ratito y me cuentan más de su día. La mayoría de las veces me duermo sentada, con la boca abierta, en la cama de alguno de ellos. Me despierto solo por el dolor de cuello y bajo a terminar cosas pendientes. Mando un par de mails que se me quedaron en el tintero y termino la compra que se me quedó en el canasto de Cornershop (el mejor invento del mundo). Comemos con mi marido y logramos cerrar el día. Me ducho y caigo planchada. Intento ver alguna serie de Netflix, pero me duermo 7 segundos después de ese sonido característico y pesado con el que empiezan todas sus series originales.
Durante la noche siempre llega algún niño a nuestra cama, o hay que levantarse porque alguno se hizo pipí o vomitó. El caso es que la noche de corrido es bien escasa. Y a la mañana siguiente, empieza el día de la marmota. Todo de nuevo. Y si bien los maridos juegan un rol fundamental no mencionado en esta columna, el caso es que la mujer se lleva una porción de la carga mucho mayor. Hay una carga mental de la que la mayoría de los hombres no se enteran. Y no es su culpa, es así y punto.
Estoy profundamente admirada de las infinitas capacidades de las mujeres. De lo capaces que somos de hacer miles de cosas a la vez. De administrar diferentes áreas de la vida y, además, trabajar, algunas por necesidad y la mayoría porque además nos fascina. Es impactante la capacidad de entrega ilimitada de la mayoría. Todas las mujeres y mamás que conozco están dando lo mejor de sí mismas. Así que la petición es eliminar los prejuicios y los juicios. No juzguemos a la mamá que vemos haciendo algo con sus hijos que nosotros no haríamos. Ella probablemente ya ha intentado diferentes estrategias sin resultados positivos, pero el caso es que está haciendo lo mejor que ELLA puede. No juzguemos ninguna acción que veamos y no aprobemos. Cada una está dando sus propias batallas. Todas estamos viviendo o pasando por algo que el resto no sabe y que nos agrega una cuota de estrés y dolor a la vida. Así y todo, seguimos dando lo mejor de nosotras. Tratamos constantemente de mejorar y de aprender. Y nos necesitamos; para darnos una mirada de aliento, alguna palabra amorosa, para contenernos mutuamente. Definitivamente necesitamos no juzgar, ya que solo vemos un céntimo de la vida de los otros.
Sé con certeza que todas estamos haciendo lo mejor que podemos. Aunque para uno no sea suficiente lo que otra hace, ella está dando lo mejor de sí misma. Todas estamos dando lo mejor de nosotras. Amén.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.