“Con Matías nos conocimos hace ocho años, cuando yo estaba saliendo de la universidad y él terminando un posgrado. Nos vimos por primera vez en una fiesta en la casa de una amiga en común y desde que nos identificamos compartimos una sonrisa de un lado a otro del living y buscamos alguna excusa para pasar esa noche juntos. En un minuto entré a la cocina a prepararme un trago y él entró detrás mío diciendo que también quería hacerse uno. Pero su vaso estaba lleno. Lo miré, miré el vaso y me reí. Él se rió de vuelta. Desde esa noche, en la que hablamos sin parar, dimos paso a una amistad. Y al poco tiempo, luego de confesarnos que nos gustábamos y que queríamos conocernos más, empezamos a compartir nuestra cotidianidad.
Fue desde el inicio una relación sana y de crecimiento mutuo, porque la prioridad siempre estuvo puesta en el diálogo: recuerdo que en una de nuestras primeras discusiones establecimos que todo era válido siempre y cuando se conversara. No era simplemente por el afán de conversar, porque de hecho ambos valoramos mucho los silencios y los momentos de introspección. Se trataba más bien de una comunicación bilateral en pos de hacerle saber al otro lo que nos pasaba y lo que estábamos sintiendo. Ante todo, tratar de verbalizar y ser conscientes de nuestros sentimientos.
Durante cinco años estuvimos juntos de una manera más convencional, se podría decir. Tuvimos altos y bajos, como cualquier otra relación, y nos fuimos conociendo en un contexto de mucha sinceridad. Nos vimos crecer, asumir desafíos y abandonar otros. Nos frustramos y nos apoyamos. Nos confundimos y seguimos en la búsqueda. A ratos no supimos muy bien qué era lo que estábamos buscando, pero entendíamos y abrazábamos el proceso del otro. Al sexto año, antes de emprender un viaje a Canadá con unas amigas –que habíamos planificado hace tiempo para ir a ver a otra amiga que residía allá– le planteé mi creciente necesidad por conocer a otras personas y dar paso a otra dinámica amorosa. Fui súper clara al planteárselo, incluso sin tener tanta claridad respecto a lo que quería realmente, porque sabía que pese a la confusión e incertidumbre, esas inquietudes se estaban volviendo cada vez más insistentes. Si habían aparecido era por algo. De alguna manera tenía que atenderlas.
Matías me seguía gustando igual que antes, estaba segura. El amor que sentía por él había mutado, pero no por eso había perdido fuerza. Era otra etapa de mi vida, otra etapa de la suya y como todas las que habíamos navegado juntos previamente, esta también la podíamos descifrar. Pero antes tenía que transparentar lo que me estaba ocurriendo y los pensamientos que habían aparecido.
Sin saberlo del todo aun, y tratando de encontrar la manera correcta de modular ese deseo –después me di cuenta de que no hay una manera correcta–, lo que estaba queriendo era estar con él, pero a su vez con otros. O quizás otro. Eso no lo tenía del todo claro, porque no existía una persona en particular que me estuviera despertando esa inquietud.
Le expresé entonces, unas semanas antes del viaje, que quería experimentar otro formato y que quería saber qué sentía él al respecto. Su respuesta no me sorprendió; si hay algo que había facilitado nuestra dinámica era estar casi siempre alineados. Me parece difícil creer, de hecho, que en una relación de confianza y en la que prima la sinceridad una de las dos partes esté totalmente en otra. Eso daría cuenta de otra cosa. Por lo contrario, nosotros estábamos más bien en sintonía. No había un manual, no conocíamos a nadie que hubiera incurrido en esta dinámica, pero decidimos –o nos permitimos– abrir la relación. Digo “nos permitimos” porque tampoco se trata de una decisión definitiva. Se trata de un “intentémoslo y comuniquemos lo que va pasando”.
Es riesgoso, sí. Da miedo, sí. Existen prejuicios. Millones. Pero es lo que nos acomodó y se fue dando con suma naturalidad. Y lo cierto es que el riesgo de perder al otro está siempre y no depende únicamente de tener o no una relación abierta. En el fondo, lo que teníamos y seguimos teniendo claro es que no queríamos terminar nuestra relación, porque si no hubiésemos hecho eso. Queríamos darle cabida, en la medida de que fuese posible, a otras dinámicas además de la nuestra. Con honestidad y de manera abierta. Y eso es lo que hicimos.
De las primeras y pocas cosas que definimos fue la importancia de la honestidad. Trataríamos de contarnos todo y el minuto que a uno de los dos le incomodara algo, o si a alguien le empezaba a pasar algo con otra persona de manera más insistente, nos tomaríamos un tiempo para evaluar y revisar. Cada uno por su lado. También partimos de la base que lo que estábamos haciendo era poco convencional, pero que no existe una única manera de llevar el deseo. Lo importante era que nos sintiéramos cómodos y que todos los involucrados estuvieran en paz y tranquilos con lo que estábamos haciendo. Ser sinceros, transparentar los deseos, las inquietudes, las ganas y a lo que estábamos dispuestos.
Es difícil, no lo voy a negar. Y también es difícil establecer dinámicas con otros sabiendo que hay un vínculo principal. Suele ser una limitante. Pero si se logra traspasar esa barrera, también se puede conocer al otro y explorar otras formas.
Creo que hemos sido capaces de llevar esto porque existe un nivel de confianza y conocimiento mutuo muy grande. Creo que sin eso no habríamos podido y no habríamos querido tampoco. También creo que existen ciertos mitos en torno a las relaciones abiertas. Es menos glamoroso y hollywoodense de lo que se suele pensar. Y también ocurre con menos frecuencia. No es que uno abra la relación para estar con 10 personas de manera simultánea, o al menos ese no ha sido nuestro caso. Se abre y se cierra dependiendo de lo que estemos sintiendo. Y eso se va viendo.
Lo que sí creo es que muchas veces las relaciones abiertas no son del todo comprendidas. Y efectivamente no hay una sola forma de definirlas, por lo que no me puedo poner a dar cátedra de eso. Sí me gustaría decir que no se trata de una falta de compromiso –al contrario, creo que requieren de mucho compromiso hacia con uno mismo y los demás–, se trata más bien de ser sinceros y de aceptar ciertos momentos de duda y exploración sin culpa.
Desde que abrimos la relación, yo he estado con tres personas más además de Matías. Con uno estuve durante un periodo más largo y los otros dos fueron encuentros más fugaces. A los tres los quise y aprendí de cada uno de ellos. Todos supieron desde el principio mi situación y estuvieron de acuerdo. Todo se fue conversando y, si bien hubo momentos de mayor confusión y duda, me di el espacio para decantar y revisar. Sin perder de vista lo que estaba sintiendo y desde dónde venían los impulsos.
Este es parte de un proceso de autoconocimiento, que puede ser o no acogido, eso depende de cada uno. A nosotros, por ahora, nos ha resultado así. Por eso digo que es menos rebuscado de lo que se suele pensar, porque al final es una situación que se va dando de manera natural, en la medida que se conversa, y termina siendo una manera más de amar. Como cualquier otra”.
Josefina (32) es profesora de inglés.