Cuando pienso en niños traumatizados, pienso en vidas difíciles y hostiles. En hijos de padres negligentes que han sido criados sin amor, cariño ni certezas. Sin embargo, aunque muchas veces ese sí es el caso, el trauma se configura durante la crianza de nuestros hijos de diversas maneras, incluso cuando pensamos que estamos haciendo lo mejor por ellos, dicen las especialistas.

“Si no te comes la comida, te voy a dejar de querer”, “si sigues llorando así, me voy a ir de la casa y te vas a quedar solo”, “si no me haces caso, voy a dejar de ser tu mamá”, dicen muchos padres intentando que sus hijos se calmen, coman lo que corresponde y sean obedientes. Buenas intenciones que, en realidad, son parte de la tan normalizada violencia hacia los niños. “El chantaje emocional y las amenazas son un tipo de violencia y está absolutamente normalizada. Yo entiendo que los padres generalmente lo hacen sin ninguna mala intención, pero lo hacen permanentemente y eso genera un trauma”, explica Maribel Corcuera, psicóloga infantil (@maribel_corcuera).

Aunque el chantaje emocional no es una conducta físicamente agresiva, muchas veces es suficiente para impactar en el sistema nervioso de un niño. Al igual que pequeños gestos de los padres como miradas, tonos de voz o movimientos corporales pueden desregularlos. “No se trata solamente de violencia de alto calibre, sino que incluso se ha visto niños traumatizados con papás ‘normales’ que se preguntan en qué minuto pasó eso porque nunca lo violentaron. Y es que, al no tener un sistema nervioso completamente maduro, los niños (hasta al menos los 7 u 8 años) leen los tonos de voces, las descalificaciones y las miradas como algo que los pueda violentar porque no tienen la capacidad de estructurar cognitivamente lo que están viendo en sus padres”, dice Vilma Bustos, psicóloga clínica de la Universidad Católica, experta en trauma individual y social. (vilmabustos.cl)

¿De qué hablamos cuando decimos violencia?

Si bien la violencia física hacia los niños es cada vez menos aceptada y más castigada socialmente, muchos padres siguen perpetuándola con la errónea convicción de que hará a sus hijos más fuertes. Tal cual como “funcionó” con ellos, que recibieron un chancletazo, un tirón de pelo o una cachetada cuando eran niños. “Y no les pasó nada, acá están”, según dicen.

“En mi consulta he escuchado varias veces a padres justificar la violencia a sus hijos diciendo: a mí me dieron unos cuantos coscachos y no me pasó nada. Y qué bueno que no les pasó nada, pero nadie debería aprender con violencia. No hay que pasarla mal para aprender porque desde el amor y desde el cariño se aprende y se aprende mucho mejor”, asegura la psicóloga infantil, quien explica la multidimensionalidad de formas que puede tener la violencia hacia los niños.

“La violencia física son todos esos empujones, tirones de pelo, de oreja, palmadas y golpes. La violencia psicológica tiene que ver con los gritos, malas palabras, garabatos, insultos y dichos que degradan a los niños, como ‘eres tonto’ o ‘no eres capaz de nada’, mientras que la violencia por omisión se perpetúa al no preocuparse de la educación de un niño, de su salud o bienestar emocional, no darles cariño, contención ni estando presentes en su vida”, dice Corcuera.

En nuestra sociedad, agrega Bustos, el tipo de violencia más normalizada hacia los niños tiene que ver con la descalificación y la ironía. “Está muy instalado y aceptado el reírse de los niños, algo bien dramático porque parece chistoso burlarse, pero eso daña considerablemente su sistema nervioso”, asegura.

Las secuelas de un trauma infantil

Según las especialistas, cuando las situaciones violentas son repetitivas en el tiempo, se generan patrones neuronales que llevan a los niños y niñas a reaccionar de dos formas: a la defensiva o escondiéndose, tratando de pasar desapercibidos. Y es que, a partir de estos malos tratos, su sistema nervioso queda en un constante estado de alerta y desregulación, algo que, precisamente, conduce al trauma.

“El trauma se produce por la desregulación del sistema nervioso. Los niños y niñas son mucho más vulnerables a recibir un impacto amenazante porque su sistema nervioso no tiene la capacidad de autorregulación y las personas que lo ayudan a la autorregulación son sus cuidadores. Si sus cuidadores están desregulados, lo castigan, lo rechazan o abandonan, estos niños van a vivenciar profundas desregulaciones que quedan guardadas en el cuerpo como una carga traumática que va estructurando la personalidad del niño”, explica la especialista en trauma.

Gracias a diversas investigaciones, se ha logrado determinar que los niños que experimentan muchos traumas –como abuso físico o sexual, falta de vivienda, pobreza, violencia– pueden sufrir consecuencias de por vida. Asimismo, investigaciones anteriores también han encontrado que las experiencias infantiles adversas se asocian con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, diabetes tipo 2 y/o accidente cerebrovascular en el futuro.

Reparar para no perpetuar el trauma

Por la manera en que estas conductas violentas hacia los niños están tatuadas en nuestro inconsciente, muchas veces resulta difícil para los padres entender su injerencia en los problemas de sus hijos. Pero no todo está perdido.

A la consulta de Maribel Corcuera, el 99% de las veces llegan padres a consultar por la “mala conducta” de sus hijos sin percatarse de que, en realidad, son ellos los que tienen que trabajar para entender por qué el niño y ellos, como padres, reaccionan así. “La reparación empieza cuando se dan cuenta de cómo su propia crianza se está repitiendo en la de sus hijos. Es desde ese punto que ven si quieren o no replicarla o cómo la quieren cambiar”, dice la psicoterapeuta.

Para reparar, explica Corcuera, “lo primero que tenemos que mirar es la reacción que nosotros tuvimos y el contexto que le dimos a nuestros hijos para que tuvieran conductas que nos ponen nerviosos, no nos gustan o nos enojan. Y es que los niños no se enojan, hacen una pataleta o son porfiados de la nada, sino que reaccionan frente a un modelo de crianza que la mayoría de las veces no es consciente. Hay un dicho que lo explica: ‘lo que no me gusta de ti, lo corrijo en mí’”.

Una de las formas para hacerlo, detalla, es enfrentarse a una situación compleja para él o ella –como cuando hace una pataleta o llora descontroladamente en un lugar público– validando la emoción, pero corrigiendo el comportamiento. “Esto no quiere decir que hagamos todo lo que los niños quieren en todo momento porque la vida no es así, sino que es reconocer lo que están sintiendo como algo válido y ofrecerles alternativas simples y realistas con lo que quieren y pueden hacer. Un niño que en un supermercado grita, se enoja y hace una pataleta no es maleducado ni caprichoso. Y es que como son chicos, no se regulan ni social ni emocionalmente. Lo hace porque no tiene conciencia de vergüenza ni de control de las emociones todavía. Castigarlo es invalidarlo”, cierra la psicóloga infantil.