Cuando viajé por primera vez a Nueva York, en 2015, me asombró su multiculturalidad, sus enormes rascacielos, sus luces, sus barrios y sus parques repletos de gente a toda hora. Creo que en esa ciudad me sentí absolutamente libre. Recorrí la gran manzana sin la obligación de conocer todo lo 'turísticamente recomendable'. Lo hice disfrutando cada rincón y grabando cada imagen en mi memoria. Al final de mi estadía, destiné un día para comprar algunos regalos y unos encargos tecnológicos de la tienda B&H, en el número 420 de la novena avenida, a varias cuadras de mi hotel.

Al llegar -y contrariamente a lo que pensaba- me encontré con una especie de tienda-galpón antiguo, donde los vendedores eran en su mayoría judíos ortodoxos con sus barbas, sombreros, sus peiot -como se llaman los rulos en las patillas- y trajes negros. En ese momento me pareció curioso el contraste del lugar: un grupo de hombres con tradiciones tan milenarias–y arcaicas para el mundo occi dental– en medio un espacio completamente posmoderno.

Este fue recuerdo que reviví viendo la miniserie de Netflix, Poco Ortodoxa, una historia basada en el libro de Deborah Feldman, y que trata de la huída de una joven ortodoxa de 19 años de la comunidad jasídica llamada Los Satamar; una de las más cerradas de los Estados Unidos. Y ubicada precisamente en Nueva York. En ella, las mujeres tienen como rol clave engendrar hijos y cuidar a sus familias, y tanto hombres como mujeres deben seguir dogmas estrictos que resultan anacrónicos para el mundo moderno.

Esther "Esty" Schwartz (Shira Haas) es la protagonista de esta serie y a quien casan a los 17 años con Yakov Shapiro (Amit Rahav). Un matrimonio arreglado que ella acepta para mantener la tradición, sin antes demostrar quién es. Así, cuando le presentan a su prometido –en medio de un estricto rito– ella le dice: 'no soy como las demás', lo que resulta ser esperanzador para quienes siguen la serie. Entre flashbacks y el presente explican por qué Esty comienza a cuestionar su vida, a ser infeliz, a querer liberarse de los dogmas y buscar una nueva identidad.

Su fracaso matrimonial, el continuo entrometimiento de la familia en su vida sexual y la prohibición de tocar música –su hobby más preciado– impuesta por su religión, la hacen colapsar y huir de su comunidad en Brooklyn, atravesando el océano Atlántico hasta Berlín. En esa ciudad vive su madre, quien años atrás había dejado también la comunidad. Este momento de la escapada es clave, porque nos hace reflexionar sobre las crisis existenciales que se viven a lo largo de la vida, el duelo por lo que dejamos atrás y cómo finalmente definimos quiénes somos.

A lo largo de la producción, la protagonista se transforma en una nueva heroína feminista. En su cambio de piel, Esty deja atrás su historia y el dogma arraigado desde la infancia para construir su nueva identidad. En la capital de Alemania, embarazada y donde millones de judíos murieron en el Holocausto, ella decide resignificar su dolor. Y renacer. En ese proceso la ayudan un grupo de amigos músicos –su salvación emocional– que se convierten en su contención y la motivan a ingresar al conservatorio.

Así con su pelo corto y libre de la peluca, que por regla debía usar en su comunidad, usando unos jeans ajustados, logra liberarse, esperanzada de que su hijo nacerá sin ataduras.