Sin duda a todos en algún momento de nuestras vidas nos marcó la película de Michel Gondry y Charlie Kaufman Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), una historia que surgió a partir de la conversación de Gondry con una amiga, quien le decía que si pudiera borraría de sus recuerdos a su ex novio. La película protagonizada por Kate Winslet y Jim Carrey explora, desde una historia de amor romántico, cómo recordamos, qué es lo que nos ata afectivamente a las personas que amamos y qué pasaría si borráramos a alguien de nuestra vida pasada.
A lo largo de la historia de la humanidad, la idea de borrar recuerdos de las personas ha aparecido como una opción para sanar situaciones traumáticas o negativas, pero también para manipular y controlar la mente. En los años 50 la CIA, en Estados Unidos, elaboraba métodos de tortura junto a médicos, psiquiatras y psicólogos con lavado de cerebro y aislamiento para anular las defensas mentales de criminales o personas perseguidas y obtener información, dejándolas con severo daño psicológica, problemas de memoria y de conducta. Y no es solo exclusivo de la CIA: en diferentes dictaduras Latinoamericanas se utilizaba esta tortura para anular voluntades, borrar recuerdos y distorsionar las nociones de realidad. ¿Existe un crimen peor que jugar con nuestra mente y nuestra memoria?
Actualmente, diferentes científicos en el mundo, incluso en Chile, están estudiando cómo borrar de la mente, a través de un compuesto químico, las emociones y el estrés asociados a recuerdos traumáticos, como un terremoto, una tortura o un atentado terrorista. ¿Se imaginan una píldora que elimine los traumas? ¿Podemos vivir con la carga del pasado?
Mientras se busca la forma de borrar esa memoria traumática, la ciencia y la medicina avanzan en maneras de curar o revertir los efectos del Alzheimer. Borrar y almacenar recuerdos. Tenemos la necesidad de controlar qué es lo que está en nuestra mente y aunque nos atormente la idea de quedarnos sin memoria, al mismo tiempo queremos olvidar situaciones o personas. Como si pudiéramos tener una mente selectiva y fría que, como un computador, desechara o rescatara recuerdos de la papelera.
Personalmente soy adicta a mis recuerdos. Afortunadamente, no tengo ninguno traumático que desearía borrar, aunque sí muchos de etapas de mi vida en donde me sentía muy sola y triste. Como muchos y muchas, me imagino. Aun así me gusta recordarlos. Releo mis diarios de cuando era una adolescente atormentada, me devoro las páginas de los momentos más difíciles y solitarios de mi cuaderno de viajes, a veces reviso en mi mente situaciones en donde me sentí intimidada y vuelvo a ese sentimiento de vergüenza, de vulnerabilidad. Pero también me gusta recordar momentos en que me sentí bien, revisar fotos, conversaciones de Facebook o WhatsApp, sentarme con la cara al sol y rememorar encuentros, conversaciones con personas, lugares en los que estuve, sabores y olores. Es como si tuviera la necesidad, un poco obsesiva, de recordar a la Emilia del pasado.
Se nos ha repetido que es bueno no detenerse demasiado en el pasado, que hay que mirar para adelante, pero este mecanismo de evasión es poco amoroso y sincero con nosotros mismos. El pasado, aunque tenga recuerdos dolorosos, nos constituye y nos llena de identidad, de historia, de aprendizajes. ¿Es sano para la mente estar constantemente viajando al pasado? No lo tengo claro. Toda la corriente mindfullness postula que lo importante es estar en el presente y que sumergirnos tanto en el pasado nos desconecta del aquí y ahora. Por experiencia propia debo decir que hay mucho de cierto en eso. Pero no puedo evitarlo: adoro mis recuerdos. Son mi bien más preciado, incluso los que me generan tristeza o vergüenza al rememorarlos. Sería terrible sentir en algún momento la necesidad biológica de borrar un trauma. En Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, los protagonistas entran en ese dilema. ¿Y si al eliminar todos los recuerdos de esa persona que amo elimino una parte de mí? Los recuerdos nos constituyen y nos moldean, nos hacen amar y sentir de una cierta forma, le entregan particularidades a nuestra identidad y determinan nuestras experiencias en el presente. ¿Podemos rehuir de ellos?