Antes que la tierra dispuesta, antes que la semilla, un jardín comienza siempre con una idea. Porque es una de las máximas expresiones del concepto de creación: manifestar en el plano de lo tangible aquello que solo estaba imaginado. Un jardín es la idea de un sujeto llevada a un gesto físico y muy íntimo: la mano que toca la tierra, revuelve el suelo, esparce semillas. Organiza el territorio, entierra raíces y remueve malezas.
Proyectamos un paisaje y la tierra responde a nuestra imaginación e intención. Plantamos un jardín que nos agradece con su nacimiento y, a cambio, lo cuidamos, lo abonamos, estamos atentos a su desarrollo, alertas a sus necesidades. En un cariñoso gesto, los jardines nos ofrecen regalos para todos nuestros sentidos: formas, colores, fragancias, sabores, frutas, verduras y semillas en alimento, hierbas medicinales, flores aromáticas, copas frondosas que nos refugian del sol y el calor. Verdadera vida que, si tenemos suerte, prospera con la llegada de insectos, pajaritos y pequeños animales que alegran con su compañía, sus zumbidos y cantos lo que puede pasar a convertirse en nuestro propio pequeño paraíso.
El jardín expresa ante todo una posibilidad creativa. Generar algo a partir de la nada, manifestando en el plano físico lo que inicialmente fue una intención. ¿Cuál es el rol que impersonamos entonces al plantarlo? ¿Jugamos acaso a ser un creador en un corto delirio de control y dominación? Jardines hay en amplias extensiones de tierra, en el pedazo de terreno detrás de la casa, el balcón del departamento, el macetero de la ventana. Cualquiera sea su escala, son mundos personales que diseñamos como islas de la vida común para dedicarnos al placer y la contemplación.
En muchas historias, el jardín es un recinto secreto, exclusivo o mítico. A veces, incluso, un mundo oculto, sobrenatural o paralelo donde ha quedado atrás la muerte, el caos, el tiempo y la tristeza. Real como aquel que plantamos en nuestro hogar o también un lugar mítico y metafórico, escenario de hitos y ritos, principios y finales: El Jardín del Edén, los Campos Elíseos, el Reino de los Cielos o paraíso cristiano, el Jardín de las Hespérides, el jardín que el Gigante Egoísta guardaba con tanto recelo de los niños ansiosos por jugar, el Jardín Secreto donde el joven Colin recupera su salud y fuerza física, las pinturas de Botticelli donde danzan las gracias y nace Afrodita.
Como arquetipo de muchas culturas y religiones, representa también un espacio sagrado donde se borra lo personal hacia lo transpersonal. Los musulmanes se refieren a ellos como si fueran estados de éxtasis y llaman a Alá, El Jardinero. Los jardines japoneses reducen los elementos de la naturaleza a lo mínimamente esencial en un diseño abstracto, haciendo de la jardinería un camino místico de meditación. El tradicional paisajismo francés quiere ordenarlo todo, mientras que la religión católica resume en la figura de la virgen las cualidades óptimas de un jardín; inmaculado, oculto, prístino y exclusivo.
La idea del jardín paradisíaco refleja de muchas maneras nuestra fantasía de un espacio idealizado y protegido donde podemos disfrutar y compartir en paz, inocencia y plenitud interior, sin conciencia del paso del tiempo y en perfecta armonía con el entorno. Sin embargo, y en un desenlace curioso, pareciera ser que solo somos dueños de nuestra idea de paisaje en la medida que ésta se mantiene en el terreno de lo imaginario. Volviendo al plano de lo terrenal, las verdad es que nunca podemos domesticar del todo un jardín. Nuestros esfuerzos más obsesivos por controlarlo y manipularlo estarán siempre a merced de la autonomía, aleatoriedad y las sorpresas de la naturaleza. Así como puede morir, puede también proliferar; hacer caso a nuestras direcciones o dejarse abandonar y volverse rebelde y silvestre, haciendo caso nada más que a ese orden caótico y maravilloso que finalmente solo la naturaleza tiene la facultad de determinar.
Esta ilustración es una composición de dibujos en grafito y tinta montados digitalmente. Es que claro, el ilustrador también puede imaginar su paraíso propio y llevarlo al mundo real (o al menos al de las imágenes)
Antonia Reyes es ilustradora naturalista. Inspirada en la idea del conocimiento como paso previo a la valoración, su trabajo quiere sensibilizar a las personas en torno a la naturaleza. Cada mes realiza los Workshops de Ilustración & Naturaleza, que puedes ver en su cuenta de Instagram @antoniapajarito.