Paula 1165. Sábado 17 de enero de 2015.
Creo que lo que me ha permitido llegar a los 90 son mis genes: mi padre vivió hasta los cien años. Y también, sin duda, la pasión por lo que hago: la actuación. Me da alegría, la quiero, es lo que me impulsa, aunque a veces diga: "ay, qué rico quedarme acostada". Luego pienso: "No puedo. Tengo que moverme, tengo que hacer, tengo que buscar el ajetreo". Para la adaptación de Los años dorados estamos ensayando lunes y martes en Santiago y vamos a grabar de miércoles a viernes a Viña. En este momento de mi vida, actuar y hacer esto me parece absolutamente fascinante".
El tipo de profesión que tengo es intensa. Es un trabajo donde la mente tiene que estar súper alerta para seguir la rapidez del diálogo. Aunque mi cabeza está intacta, ahora me cuesta memorizar más que antes: ahí hay un indicio de que algo no está tan fresquito. Pero yo soy firme: trabajo, estudio, me concentro, y no dejo que la vida me transcurra nomás.
Lo pasamos muy bien en las grabaciones de Los años dorados, nos reímos muchísimo. Tengo tres compañeras extraordinariamente buenas: Consuelo Holzapfel, Anita Reeves y Gloria Münchmeyer. Me ayudan porque se dan cuenta de que me cuesta más. Eso es la vejez: me demoro un poco más.
Me casé solo una vez en mi vida, con un piloto. Con él tuve a mis tres hijos. Fue el gran amor de mi vida pero no fue un matrimonio feliz. Era guapísimo, encantador, pero no teníamos la misma idea acerca del matrimonio, aunque siempre nos llevamos muy bien. Como no tuve lo que quería en ese plano, di vuelta la hoja y me enfoqué en mi carrera.
A medida que vas envejeciendo, tienes que preocuparte cada vez más de ti. Nunca salgo de mi casa sin los ojos pintados. Uno tiene que verse lo mejor posible.
Aquí existen todavía tantos prejuicios con respecto a las personas mayores. Se cree que son tontos, que no pueden. Si están bien de salud, tienen que poder seguir haciendo lo que hacían. Déjenlos tranquilos, déjenlos solos, déjenlos que ellos se las arreglen. No les organicen paseítos o digan "pobrecito el viejito". Ellos saben cuáles son sus límites, no se los establezcan ustedes. Yo quiero que me quieran, que me regaloneen, pero no que me quiten lo que me parece que puedo hacer. Tengo 90... ¿y qué tanto? Estoy aquí y estoy bien.
Me da rabia cuando alguien en la calle me dice "mamita" por ser vieja. "Yo no soy tu mamita", pienso. ¿Por qué no mantienen el buen trato de antes y dicen: "Señora, ¿la ayudo?".
Pienso en la enfermedad pero no me da miedo. Mi hermano tenía una frase muy buena al respecto: "Ese puente lo pasaremos cuando lleguemos". A veces me pregunto: ¿Cuándo será el primer momento en que diga "esto ya no lo puedo hacer"? Si me llego a enfermar grave, ruego que sea lo más leve posible.
En la televisión no llaman a la gente mayor. Los guionistas en Chile no escriben papeles para viejos. En Brasil y Argentina, en cambio, hay mucho cariño por su gente grande. A mí me gustaría que a los viejos les dijeran grandes aquí también.
No pienso jubilar. Lo que puedo hacer es retirarme, pero ¿y si de repente me dan un rol maravilloso de una mujer mayor? ¿Por qué no lo voy a aceptar? Lo importante es tener clara la película. Estoy en esta edad y voy a tomar lo que pueda mientras pueda.
Tengo todo planificado. Cuando sea vieja –como digo yo– me voy a sentar a escribir. De repente me acuerdo de ciertas cosas de la vida y pienso: "esto lo tengo que contar". •
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