El primer acercamiento al mundo del emprendimiento que tuvo Yoselis Rojas (43) fue hace algunos años en Venezuela, su país natal. “Soy profesional, técnico superior en administración y trabajé durante muchos años en una gran empresa. Pero todo cambió después de mi primer embarazo. Mi hija nació prematura y, a raíz de eso, quedó con muchas complicaciones. Así que no me quedó otra opción que renunciar. Fue una decisión tremendamente difícil, pero mi hija me necesitaba”, cuenta.
Como suele ocurrir con algunos emprendimientos, que surgen de una necesidad u oportunidad, Yoselis, entre los tantos cuidados que requería su hija, descubrió que tenía habilidades para la peluquería. “Mi hija siempre tuvo mucho cabello y me costó en un comienzo arreglarlo y mantenerlo bien, porque pasaba acostada. Busqué productos y me empecé a meter en ese mundo. Tomé algunos cursos y pasé de solo cuidar el pelo de mi hija, a hacerme cargo también del de mi mamá, hermanas, tías y cuñadas. Ellas se dejaron cortar el cabello por mí, para que pudiera aprender”.
Pero cuando su negocio empezaba a dar los primeros frutos, la situación del país se complicó. “Todo era tan escaso, que obviamente las personas no iban a privilegiar el cuidado del cabello cuando no tenían qué comer. Mi marido también perdió el trabajo y nos empezaron a faltar los recursos para los tratamientos de mi hija. Así que vendimos el auto y compramos pasajes para venir a Chile”, cuenta. Dice también que no fue fácil tomar la decisión. “Los primeros días lloraba, porque fue difícil. No conocía la ciudad, me daba miedo salir y tenía que llevar a mi hija a la Teletón. A veces me deprimía, me quería volver a Venezuela, pensaba incluso que no me importaba pasar hambre, pero quería estar en mi país”, recuerda. Sin embargo hoy considera que valió la pena el sacrificio.
Lo dice porque el año pasado, “gracias a Dios” –como señala– llegó por casualidad al programa Migración y Emprendimiento Sostenible: nuevas oportunidades laborales 2021, que realiza en conjunto el Observatorio de Gestión de Personas y el Observatorio de Marketing Industrial de la FEN de la Universidad de Chile y el Servicio Jesuita a Migrantes. Yoselis cuenta que desde que llegó a Chile intentó comenzar con sus servicios de peluquería, pero no sabía por dónde partir. “Al principio regalaba mi trabajo para que me pudieran recomendar. Otras mujeres venezolanas me ayudaron y fueron mis primeras clientas, pero les cobraba dos mil pesos por un peinado”, recuerda.
Después de ser parte del programa, las cosas cambiaron. “Cuando conocí a esas mujeres –las profesoras del taller– solo quería abrazarlas y agradecerles todo lo que han hecho por mí. No solo por la ayuda material sino que principalmente por la preparación; cómo nos educan para proyectar nuestro negocio, para manejar finanzas y redes sociales. Son herramientas que nos permiten tener más independencia”, confiesa.
Una vivencia que representa a la mayoría de las mujeres migrantes que deciden emprender en el país. Carla Rojas es la Coordinadora del Observatorio de la FEN, y cuenta que actualmente en Chile existen 1.492.522 personas migrantes, y que tras la crisis sanitaria bajó la participación laboral de un 57% a un 45%. “El emprendimiento es una manera rápida de generar ingresos después de las crisis económicas, sin embargo los desafíos actuales para las mujeres emprendedoras están principalmente en el acceso a financiamiento, la crisis actual del cuidado, y la falta de seguridad debido a las distintas barreras directas e indirectas que existen para las mujeres. A esto se debe sumar que las mujeres migrantes tienen escasas redes de apoyo, un aspecto fundamental para emprender”, explica.
Y también se le suma que la mayoría de ellas son madres. “La maternidad siempre ha estado presente como un desafío importante en el mundo laboral y de emprendimiento, no solo por la falta de tiempo y redes para conciliar estos roles, sino también porque muchas veces las mujeres deben priorizar sus hijos, en tiempo y recursos, y eso las aleja de poder avanzar en el desarrollo de sus emprendimientos. Esto es algo que se debe entender como un problema estructural, no individual”, agrega.
Francisca Ibáñez, responsable del programa laboral del Servicio Jesuita a Migrantes, concuerda: “Muchas de las mujeres migrantes que deciden emprender se ven enfrentadas a un gran número de situaciones de exclusión, y en gran medida tiene que ver con su situación migratoria y cómo ésta condiciona el acceso a capacitación y financiamiento. Es clave generar instancias que permitan a las mujeres migrantes fortalecer sus emprendimientos y nos permita incluir laboralmente a personas que muchas veces les es más difícil ingresar al mundo del trabajo dependiente”.
“Todas hemos crecido”
Jenny Morillo (52), también llegó de Venezuela, específicamente de Maracaibo, una tierra en la que –según describe– “el calor y el sabor, se lleva a flor de piel”. Y fue justamente esa la primera barrera cultural que tuvo que enfrentar. “Me costó porque acá son más fríos, entonces no entendían mi manera de expresarme”, cuenta. Luego vinieron las decenas de barreras con las que se encontró cuando quiso partir su negocio. “Además de ser Licenciada en Educación Integral –nunca encontró trabajo en este rubro–, en Venezuela hacía manualidades, así que comenzó a hacer lo mismo acá. Compró bandejas y las acondicionó para armar desayunos especiales de regalo.
Pero fue recién cuando pudo tomar este programa de emprendimiento, que su negocio logró despegar. “Además de los aprendizajes, se crean redes. Entonces conocí a otras mujeres, unas hacían bandejas, otras imágenes en globos, y así, unas a otras nos unimos como clientas y proveedoras para hacer alianzas. Y es maravilloso el desarrollo que hemos tenido. Hoy me paro en cualquier parte con seguridad y firmeza. Es que cuando una tiene más herramientas pierde el miedo, lo he visto en muchas mujeres que nunca habían salido de sus casas y les tocó emprender, y ahora las escuchas hablar en comparación con el primer taller, y no crees que sea la misma persona. Mujeres que hablan, que se expresan y que han crecido, yo también. Todas hemos crecido”, confiesa.
Por eso Carla Rojas recalca la importancia de visibilizar la realidad de estas mujeres. “Lo primero que tenemos que pensar es que todos y todas somos migrantes de alguna manera. El mundo está cambiando constantemente y no sabemos si mañana seremos nosotros a los que nos toque migrar, y en este sentido, lo primero y más importante es no discriminar. El Estado no ha actuado con rapidez y seriedad en esta materia, y esto ha dejado a cientos de mujeres migrantes muy expuestas a trabajos informales y precarios”, dice y concluye: “Se necesita urgente apoyo en financiamiento, conocimiento y redes. Nuestra experiencia es que las mujeres migrantes emprendedoras demostraron tener mucha motivación para el aprendizaje y, a pesar de las adversidades, el impulso para sacar negocios adelante. Solo necesitan herramientas”.