“Me siento gorda”. Cuántas veces hemos escuchado esta frase, o también la hemos pensado, o dicho. Y es que está tan incorporada en nuestra narrativa interna, que nadie se la cuestiona. Pero bien sabemos que “gorda o gordo” no es un sentimiento, ni tampoco una emoción, es sólo un descriptor corporal.
Como sociedad hemos categorizado la gordura como algo no deseado, que intentamos evitar e incluso algo malo, a tal punto que se ha convertido en una manera de expresar la disconformidad emocional, incomodidad y malestar corporal. Nos hemos convencido de que cambiando el cuerpo, la sensación desagradable se irá de nuestra vida.
Esta es una creencia muy dañina para nosotras mismas, ya que es el punto de inicio de la persecución y ataque hacia nuestro cuerpo; lo que como o no como, si hice o no ejercicio, pasan a ser cuestiones prioritarias y muchas veces no logramos que salga de nuestra mente.
Lo lamentable es que en ocasiones, dejamos de hacer, crear y ser por estar constantemente pensando y chequeando este cuerpo.
Así, esta idea de sentirnos gordas –digo idea porque no necesariamente surge de nosotras sino que a veces del comentario desafortunado de un familiar o de una conversación entre amigas sobre los cuerpos– la transformamos en emoción, haciendo que todo a nuestro alrededor se tiña de este tinte incómodo: si voy a un evento social, o me tengo que vestir para un matrimonio, ir a un cumpleaños, ir a la playa o una piscina, lamentablemente todo se vuelca hacia esa experiencia de mi cuerpo. ¿Cuántas veces hemos estado preocupadas de cómo nos vemos con un vestido, en vez de disfrutar del momento con el vestido?
¿Cuántas veces hemos estado preocupadas de cómo nos vemos con un vestido, en vez de disfrutar del momento con el vestido?
Esta narrativa puede ser abrumadora y destructiva; cambios de ánimo, sensación de insuficiencia, cancelación de planes, aislamiento social…
Para salir de ahí hay dos caminos. El primero es hacer consciencia y poner en nuestros temas de conversación los ideales de belleza, los estereotipos exigidos por la cultura y sociedad que nos enferman porque fomentan la comparación y con ello la necesidad dañina de querer encajar en el molde de la delgadez.
El segundo camino es observarnos de manera interna ¿Que está sucediendo en la base de esta incomodidad conmigo misma? ¿De que me está hablando este sentimiento de fat feeling o “sentirme gorda”? ¿Me he sentido rechazada y esto me hace rechazarme?
Si nos detenemos a escarbar más profundamente estas emociones, podemos identificar situaciones y entornos en donde se gatilla esta sensación y de esa manera, diferenciar entre sensación y realidad.
Así podemos ir abriendo más caminos hacia una mejor relación con el cuerpo. Aceptar que no todos los días se percibe igual, que no todos los días me voy a sentir cómoda o me van a gustar todas sus partes. E identificar el malestar y llevarlo al plano que sí merece ser trabajado.