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"Me llamo Felipe Cortina Toro, tengo 24 años y soy el único hombre y síndrome de Down de mi familia, compuesta por mi papá, mi mamá, dos hermanas mayores y una menor. A los dos meses mi mamá, Jeanette, me empezó a llevar a la Fundación Complementa, donde estuve con kinesiología, deportes, psicopedagoga, fonoaudiólogo y terapia ocupacional. Cuando tenía 7 años entré al colegio Seminario Pontificio Menor. Súper bueno, pero no es muy inclusivo que digamos. Ahí sufrí un poquito. El año que llegué me pegaron un combo y en esa época era más debilucho. Yo le pedía plata a mi mamá para comprar un berlín en el quiosco del colegio y los niños de cursos más avanzados me decían que estaba gordito y esas cosas, eso no me gustó para nada.

Tuve una pre adolescencia difícil. Tenía 12, iba en cuarto básico y yo era uno de los más grandes de mi curso. Tenía dos años más que ellos. Eso me incomodaba porque siempre sentí una atracción por los cursos más altos, el mío me quedaba un poco chico y yo quería compartir con compañeros de mi edad. Los cursos de más arriba tenían un día para ir como quisieran, sin uniforme, y yo tenía que ir como los chicos, con cotona, polerón y buzo. En los deportes y extra programáticas me adapté bien. Los viernes por la tarde jugaba fútbol y los sábados por la mañana iba a rugby, y en la tarde a scout.

A los 13 años me cambié al colegio Altamira, gracias a mi amigo de la infancia, Joaquín, que también es síndrome de Down. Su mamá le dio el dato a la mía. Entré a quinto básico, a un aula regular con 23 compañeros, de los cuales solo dos teníamos síndrome de Down.  También había un aula de apoyo, a esa iba en la tarde y ahí tenía 10 compañeros, todos con síndrome de Down. Al principio a mí eso no me gustó mucho. Nunca había visto tantos Down juntos y no quería conocer amigos, pero después ocurrió la magia sola, me empecé a acercar a ellos. Luego comenzó el compañerismo y poco a poco se convirtió en amistad. Las niñas del curso me acogieron muy bien, yo tenía un plus porque como soy el regalón de mi mamá, mis tres hermanas y mis primas, me llevo bien con las mujeres.

Conocí el amor ese mismo año, cosa que no fue tan sencilla. En mi caso, la niña de la que yo me enamoré no era síndrome de Down. Nunca me había pasado algo así, fue un flechazo de amor, un amor a primera vista que me duró hasta los 22 años. Ahora que soy más grande empecé a ver las cosas con claridad y a entender que me quiere solo como amigo y claro, parece que ahora estoy superándolo. Entremedio pololeé con dos niñas, ambas con síndrome de Down, pero por poquito tiempo porque después se las empezaron a jotear y eso no me gustó mucho, porque las relaciones no se comparten. Ahora somos todos amigos.

En séptimo básico, cuando tenía 15 años, fui a hablar con el director del colegio para proponerle crear una banda. Empecé a tomar clases de voz en el colegio. Mis compañeros del aula común organizaron una completada para reunir fondos y empezamos a tocar en las asambleas, frente a todo el colegio. Somos 5 inicialmente y los ritmos van cambiando, tocamos reggaetón, canciones de Disney, rock, boleros.

Me fui de gira de estudios a Argentina y Uruguay. Tenía 18, iba en segundo medio y fui el único compañero con síndrome de Down que fue, además de ser el único que no necesitó permiso notarial para nada porque era el más grande. Ese mismo año mi mamá me empezó a dejar cruzar las calles y a ir a la esquina a tomar la micro solo para irme al colegio. Al principio mi mamá me seguía en el auto. Las primeras veces me quedaba dormido. Después me iba y venía solo.

La primera obra de teatro que vi fue en 2009 y marcó mucho mi corazón. Se llama El estanque, de la compañía Bendito Teatro. Me gustó lo sueltos que se veían los actores. Mi gusto por el teatro lo heredé de la Trini (31), mi hermana más partner, que también fue artista teatral. El 2012, cuando iba en tercero medio, me metí a electivo de teatro y circo, y ahí reafirmé mi pasión.

En cuarto medio gané el premio al Espíritu y me convertí en el primer alumno del colegio con síndrome de Down en obtenerlo. También estuve a cargo de hacer el discurso de los cuartos medios.

A los 21 entré a trabajar por primera vez part-time. Estuve seis meses en una farmacia, donde debía barrer y limpiar y ordenar los remedios en la bodega. Mis compañeros fueron muy acogedores, pero los jefes eran medio pesados. Me vieron con discapacidad.

¿Por qué no puedo ir a bailar?, ¿porque soy síndrome de Down?, le dije a mis hermanas y primas, ese mismo verano, en Pucón, una noche en que se preparaban para salir. Ese día me llevaron a una discotheque y fui el único de los primos chicos en entrar al VIP con los grandes, porque tenía 21.

Cuando audicioné al Bendito Teatro, en 2015, obtuve un personaje chico que cerraba la obra. Hoy día soy uno de los protagonistas y tengo un parlamento largo que llevo ensayando un año, los lunes, miércoles y viernes, de cuatro y media a ocho de la noche, con mis compañeros. También ensayo mucho solo, con la Trini y mi mamá. Incluso ni tuve vacaciones de invierno para quedarme ensayando porque a mí me importa mucho lo que quiero y quiero hacerlo bien.

Yo no quería entrar a la universidad, quería dedicarme al teatro y a trabajar, pero mis papás me metieron a PRUFODIS (Programa Universitario de Formación Socio laboral para personas en situación de Discapacidad Intelectual), en la Universidad Central, para que viviera la experiencia y sea un hombre de derechos, que el día de mañana pueda ser un actor y músico independiente. Este año he hecho dos prácticas, de tres meses cada una. Una como asistente de profesor de cátedra y otra en el Ministerio del Deporte, donde trabajé en un computador y llevando encomiendas al piso 8 y 9. Este año termino la universidad, estoy muy nervioso porque tengo que entregar mi tesis.

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Felipe junto a su mamá, Jeanette Toro.[/caption]

Me demoré dos meses en aprender a llegar en micro a la universidad. Al principio me acompañaba mi mamá. Ahora me voy solo hasta Metro Moneda, paso el paseo Bulnes, Nataniel Cox y Santa Isabel, y ahí está, en Nataniel Cox con Santa Isabel. Me demoro dos horas en llegar. Un día tomé una micro por equivocación. Ahí me di cuenta que pasaba por el teatro, por Manuel Montt. Al tiro, al tiro, al tiro me di cuenta. Suerte y suerte, de principiante. Me levanto a las 6:30 de la mañana, llego como a las 8 de la noche a mi casa, y me muevo solo.

Hace poco me asaltaron. Fue un día martes, cuando me bajé de la micro, la 518. Me chocaron por la espalda con una bicicleta, me preguntaron si estaba bien y se llevaron mi teléfono y mi iPad. Eran bien cobardes. Yo salí corriendo atrás, si hubiera andado en bici los hubiese agarrado.

Yo tengo sed de independencia, como dice mi amigo Pedro Ávila, en su personaje de El Peregrino. Una de mis actividades favoritas es salir a andar en bicicleta escuchando música. No me gusta cuando dicen que los síndrome de Down no podemos trabajar, no tenemos derechos o no sabemos reaccionar bien. Eso me hace sentir con más fuerza para alzar la voz y romper con ese paradigma. A los que nos ven en menos, les diría que traten de tener tolerancia, paciencia, empatía, que no discriminen. Que no nos digan 'perdona, no sé lo que estás hablando, no te entiendo', todo pesado.

En 10 años más me gustaría hacer una escuela de teatro y que Bendito Teatro exista en todo el mundo, para que todos vean el bonito proceso que estamos haciendo. También me gustaría vivir solo, más cerca del teatro. Mi mamá dice que para eso tengo que trabajar y ganar mi plata. No creo que tenga una diferencia con ningún otro joven de 24 años, aparte de ser más sexy" (ríe).