Estamos ad portas de la primavera, donde los árboles florecen, el sol comienza a asomarse más seguido y las chaquetas empiezan a quedarse en el clóset. Con ella también llegan nuestras añoradas Fiestas Patrias. Como cada año, junto con la música, las empanadas y las risas, aparecen las recomendaciones de ciertos influencers y nutricionistas obsesionados con el peso y la apariencia física, quienes nos “recuerdan” cuántas calorías tiene un choripán, publican recetas de alfajores “fit”, sugieren “menús saludables para el 18″ o, peor aún, comparten memes gordofóbicos que refuerzan estigmas dañinos. Debo reconocer que, gracias a colegas como estos, durante los últimos años los y las nutricionistas nos hemos convertido en el hazmerreír de estas fechas, justamente por estas “guías” de recomendaciones que inundan las redes sociales, noticieros y programas matutinos.

Estas fechas son sinónimo de descanso, celebración y momentos en familia o con amigos. Sin embargo, también surgen ciertos miedos: comer en exceso, saltarse la dieta porque ya viene el verano y “hay que bajar de peso”, o incluso el miedo a esos comentarios no solicitados de familiares que inevitablemente tienen algo que decir sobre nuestros cuerpos y lo que comemos. Este es un periodo especialmente difícil para quienes lidian con un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), ya que las comidas festivas pueden convertirse en una fuente de angustia.

¿Por qué sentimos esta culpa al disfrutar de lo que comemos? La respuesta radica en la cultura de dietas que ha reducido la alimentación a un mero suministro de energía y nutrientes, despojándola de su valor emocional y social. Lo más preocupante es que esta misma cultura ha logrado convencernos de que la comida es el medio más eficaz para alcanzar ese cuerpo hegemónico que la sociedad ha impuesto como ideal.

Es esta restricción la que afecta nuestra relación con la comida, convirtiéndola en una fuente de ansiedad. En lugar de disfrutar del momento, nos encontramos calculando qué, cuánto y cuándo podemos comer, lo que genera una relación tensa y poco saludable con los alimentos. Según el estudio Resistir la tentación: efectos de la exposición a un alimento prohibido sobre la conducta alimentaria, esta última, especialmente en contextos festivos, es un factor clave en la aparición de atracones. Luego en otro estudio titulado Fruta prohibida: ¿Pensar en un alimento prohibido lleva a consumirlo?, los autores encontraron que las personas que siguen dietas restrictivas tienden a perder el control durante eventos sociales o festivos, consumiendo más que aquellos que no imponen esas restricciones severas.

La psicóloga Fernanda Mena, cofundadora de la Clínica Libre Vivir, a quien conocí cuando llegué a trabajar ahí, explica que la presión de mantener restricciones alimentarias en un ambiente festivo lleno de comida puede desencadenar altos niveles de ansiedad y estrés. Las personas tienden a preocuparse intensamente por lo que deben o no deben comer, incluso días antes del evento, lo que les impide disfrutar plenamente de la celebración y estar presentes en el momento”.

Y sigue: “Uno de los efectos más comunes es la tendencia a compararse con los demás. Al observar cómo otros manejan su alimentación, la persona puede sentirse inadecuada o pensar que está comiendo más que el resto, lo que aumenta su miedo a perder el control y ser juzgada. Esta constante comparación puede llevar a una sensación de vergüenza y culpa, especialmente si ocurre un episodio de alimentación compulsiva como resultado de la restricción previa, tanto física como mental”.

Mientras más nos limitamos mentalmente, más probable es que terminemos comiendo en exceso cuando finalmente nos damos “permiso” para disfrutar de esos alimentos.

El pensamiento obsesivo sobre la comida es otro impacto significativo, donde la persona se preocupa desmedidamente por cómo come o teme perder el control durante la festividad, imaginando escenarios catastróficos de sobrealimentación. Esto no solo afecta su capacidad para disfrutar el momento, sino que también puede llevar al aislamiento, ya que prefieren apartarse de las actividades sociales para evitar enfrentarse a estos temores.

La restricción alimentaria fomenta una mentalidad perfeccionista, donde se adopta una visión rígida de lo “bueno” o “malo” en relación con la comida y el cuerpo. Esto intensifica la presión y el malestar emocional, especialmente cuando se está rodeado de personas que disfrutan sin preocupaciones. Esta desconexión puede generar sentimientos de aislamiento, frustración y tristeza. A largo plazo, esta dinámica puede favorecer o agravar problemas alimenticios.

Es importante entender que el acto de comer tiene un significado mucho más profundo que simplemente nutrirnos. Las comidas están cargadas de simbolismo, construyen comunidades y recolectan vivencias alrededor de platos tradicionales que forman parte de nuestra identidad cultural y familiar. Pero, ¿qué sucede cuando empezamos a restringirnos durante estas celebraciones? Lo que logramos es aumentar el deseo por lo prohibido, lo que puede conducir a episodios de sobreingestas o atracones. Mientras más nos limitamos mentalmente, más probable es que terminemos comiendo en exceso cuando finalmente nos damos “permiso” para disfrutar de esos alimentos. El ciclo de restricción seguido de atracones alimenta una sensación de culpa, lo que lleva a buscar formas de “compensar” lo que se ha consumido, perpetuando un ciclo dañino de restricción, exceso y culpa.

Por otro lado, en esta época del año es común escuchar el término “calorías vacías”. Sin embargo, la comida en las fiestas no se limita a su valor nutricional; también es un medio de conexión social y disfrute. Al restringirnos o evitar ciertos alimentos, no solo nos privamos del placer que nos brindan, sino también de la oportunidad de compartir y disfrutar con los demás. En lugar de enfocarnos en la culpa y el control, es más saludable adoptar una mentalidad de moderación y disfrute consciente.

Cada alimento cumple un rol. Algunos nos proporcionan en mayor cantidad carbohidratos, otros proteínas o lípidos, y mientras algunos nos nutren a nivel biológico, otros lo hacen a nivel psicosocial. Aquí es donde el concepto de “calorías vacías” pierde sentido. Este término ha sido utilizado para demonizar ciertos alimentos, ignorando que todos cumplen alguna función, ya sea energética, emocional o social. La comida no solo nos nutre físicamente; también nos conecta, nos da placer, evoca recuerdos y nos permite compartir momentos. Es hora de abandonar la noción de “calorías vacías” y empezar a ver la alimentación en toda su complejidad y riqueza.

Por supuesto, si por razones de salud o simplemente porque te gusta su sabor y textura prefieres una sopaipilla integral, bienvenida sea. Pero no la elijas como sustituto del alimento que realmente deseas, motivada por el miedo a comer algo que supuestamente “hace mal”, cuando en realidad está nutriendo tu alma.

Y si alguna vez sientes que la angustia te supera, no estás sola ni solo. La culpa que sientes no es tuya, es producto de una sociedad que nos ha hecho creer que debemos cumplir con ciertos estándares para ser aceptados. A veces es difícil poner límites a esos comentarios que llegan con el disfraz de “te lo digo por tu salud”, pero practicar la autocompasión es un buen paso. Busca espacios que te den calma y, si te sientes abrumado, no dudes en hablar con alguien de confianza. Recuerda que no le debes tu salud a nadie más que a ti mismo, y no tienes que cumplir con las expectativas de nadie.

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*Carolina es (@carolinamelcher), Nutricionista especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y autora del libro Te lo digo porque te quiero: Derribando Estereotipos Estéticos en Salud.