“El otro día mi amiga Michel me preguntó si contaría esta historia alguna vez. Le dije que creía que después de una década valía la pena hacerlo, porque cuando un hombre de 54 años le pide a su pareja de 43 que aborte, la historia merece ser contada.
Salíamos hacía poquitas semanas, pero el flechazo había sido inmediato. Nos presentó una amiga en común, harta de vernos solos a los dos. Él era periodista e hijo de diplomáticos, y yo especializada en política exterior. Era finales de enero y seguimos viéndonos y pasando lindas tardes y noches, hasta que a principios de febrero nos fuimos de vacaciones cada uno por su lado. Él partió con sus hijos y yo con mi hija al campo. Pasamos una semana sin vernos y, a la vuelta, el silencio fue absoluto. No supe más de él.
Un mes después me hice el test de embarazo. Varios en realidad. Todas las pruebas tenían dos rayitas. La ansiedad dio paso a la risa, al llanto, a la culpa y a la pregunta: “¿Lo voy a tener?”. Me miré al espejo y pensé que estaba ahí, que debía ser minúsculo.
Lo llamé después de varias semanas y le dije que nos juntáramos por un café un sábado de principios de marzo. Conversamos de las vacaciones y de pronto saqué los papeles y la prueba. Se los mostré y le dije: “Esto es lo que ha pasado”. Su cara se desfiguró y empezaron las explicaciones. Una tras otra, con un rostro que pasó del estupor a la rabia. Me dijo que él tenía hijos grandes, que estaba solo por opción y que no quería ir a más reuniones de colegio en su vida. Se quedó en silencio, me pidió que no lo tuviera. Me paré y me fui.
El sábado siguiente me llamó indignado. Que no podía permitir que naciera, que iba a trastornar mi vida, que era una tontería. Que él no quería más hijos. Le corté. Comencé a escribir una larga carta de pros y contras, de miedos e ilusiones. Fue una terapia que terminó con esta oración: Hijo, te voy a tener”.
Esta es parte de la historia de Loreto Correa, una de nuestras lectoras que decidió compartir su experiencia a través de una columna que publicamos el 13 de agosto recién pasado. Cuando la compartimos por redes sociales, inmediatamente se abrió el debate. Muchos de los comentarios apelaban a la irresponsabilidad del hombre. “Él es bastante inmaduro, si no quería tener hijos ¿por qué no se hizo la vasectomía para irse a la segura? Parte de ser adulto es actuar acorde a tus decisiones para evitar un malestar propio y de otros”, escribió una. En la misma línea, otra complementó: “El señor tan culto, si estaba harto de las reuniones escolares, ¿por qué no se operó?”.
Sin embargo, otras lectoras profundizaron en el consenso que –se supone– debería haber siempre entre una mujer y un hombre al momento de ser padres. Una de ellas escribió: “El tema es complicado, queremos libertad de elegir, pero no podemos pasar por sobre la libertad de elegir del otro. Si el sujeto no quiere un hijo y yo sí, me lo banco sola entonces. Hay que ser realistas y justas”. Otra comentó: “Creo que es fundamental que se incorpore en nuestra sociedad que los hijos no caen del cielo, se eligen. Y la paternidad responsable es conversar y prepararse”. Otra dijo: “Difícil situación, porque si hubiese sido al revés y ella no hubiese querido tenerlo, quizás sí hubiese considerado un aborto. Es tan complejo en estas situaciones –donde ambos quieren cosas distintas– elegir lo mejor. Si ella está feliz con la decisión, entonces me alegro porque fue su decisión, pues nadie más puede tomarla por ella. Pero es un tema complejo”.
Y efectivamente lo es. Primero, porque, al menos en Chile, el aborto, más allá de las tres causales, es un delito y por tanto desde el punto de vista legal esta no es una discusión viable. Pero si solo abordamos el debate desde un punto de vista teórico, surge la interrogante si deberían tener la mujer y el hombre el mismo derecho de decidir sobre la continuidad de un embarazo.
La Corte Internacional de Derechos Humanos establece que el derecho a decidir el número e intervalo de hijos, conocido como el derecho a la autonomía reproductiva, está explícitamente reconocido en el artículo 16 de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW). Y dice: “Todas las mujeres tienen el derecho a decidir libre y responsablemente el número de sus hijos, el intervalo entre los nacimientos y tener acceso a la información, la educación y los medios que les permitan ejercer estos derechos”. Según Lieta Vivaldi, Directora de Comisión Académica de Abofem y parte de Mesa aborto, esto implica que si esta fuese una opción legal, la decisión de continuar o no con un embarazo corresponde exclusivamente a la mujer.
Vivaldi explica que “el hombre tiene solo que apoyar cualquier decisión que la mujer tome y considerar que la autonomía de la mujer debe primar porque es su cuerpo. Por eso se debería respetar la autonomía reproductiva de la mujer para tomar decisiones sobre su cuerpo, y ahí no corresponde al hombre la decisión final”. Además agrega que en este caso el hombre estaría obligando a la mujer a cometer un delito y a exponerse a un aborto ilegal que, bajo un contexto de clandestinidad, podría poner en riesgo la vida de esa mujer. Y si no fuera ilegal y clandestino, es obligarla realizar un procedimiento médico en su cuerpo.
María Ignacia Veas, Coordinadora del área de salud psicosocial de Miles Chile, coincide: “El hombre podría decidir, somos seres humanos y por tanto tenemos el derecho a tomar decisiones. No obstante, mientras no tengamos igualdad de género es más complejo que eso. El derecho a decidir los hombres ya lo han conquistado y lo ejercen a diario. Las mujeres, en cambio, aún no logramos vivir libremente nuestros derechos sexuales y reproductivos”, explica.
Y pone el siguiente ejemplo: “Si es al revés y un hombre quiere tener a un hijo y la mujer no, igualmente es ella la que tiene que tomar la decisión porque es ella la que engendra en su cuerpo. Si ambos pudiéramos engendrar, sería distinto, pero no puedo someter a un cuerpo a algo que no quiere, porque ese cuerpo siempre va a estar encarnado en un sujeto”. Agrega que si incluso una mujer acepta pasar por un embarazo aunque no quiera ser madre porque va a ser el hombre el que se va a hacer cargo de ese hijo, ella no es tan libre como un hombre de desprenderse. “Hay estereotipos de género que nos condenan mucho más a las mujeres cuando decidimos dejar a un hijo. La mujer es mucho más castigada y eso le quita libertad a su decisión”.
En países en donde el aborto es legal, ya se ha planteado este debate. En Uruguay, por ejemplo, la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo permite a las mujeres abortar legalmente durante las primeras 12 semanas de gestación. En 2017 ocurrió un caso emblemático en relación a los hombres y su derecho al aborto. Una mujer quedó embarazada luego de una relación de seis meses, pero la relación se acabó. Sin embargo, pese a tener 10 semanas, no pudo realizarse el procedimiento debido a un fallo inédito de la justicia que se lo prohibió, ya que su ex pareja presentó un recurso de amparo al enterarse de su intención de abortar. El hombre afirmó haber “intentado de todas las formas posibles hacer reflexionar a la demandada para que depusiera su actitud, lo cual resultó infructuoso”. También señaló que, si bien ya no estaba en pareja, estaba dispuesto a hacerse cargo de su hijo solo y que tiene los medios económicos para hacerlo.
¿El hombre tenía derecho a decidir sobre el aborto? La respuesta fue no. Lo que ocurrió es que la magistrada consideró que no se había cumplido con el artículo 3 de la ley, que exige que en la historia clínica de la paciente se registren “las circunstancias derivadas de las condiciones en las que ha sobrevenido la concepción, situaciones de penuria económica, sociales, familiares o etarias que a su criterio le impidan continuar con el embarazo en curso”. Algunos grupos feministas consideraron esto un retroceso en sus derechos sexuales y reproductivos, y acusaron a la jueza de buscar abrir de nuevo el debate sobre la ley, algo que, según ellas, no era su potestad. Del otro lado, estuvieron quienes consideraron que el fallo permitió por primera vez poner al futuro padre como sujeto de derecho en este tema.
Esta no ha sido la única polémica. En diciembre de 2005, un artículo llamado A Man´s Right to Choose (El derecho de un hombre elegir) publicado en The New York Times también encendió el debate. “Si queremos hacer relevante el papel de los padres, también necesitan derechos. Si un padre está dispuesto a comprometerse legalmente a criar a un niño sin la ayuda de la madre, debería ser capaz de obtener una orden judicial contra el aborto del feto que ayudó a crear”, señaló Dalton Conley, decano de la Facultad de Sociología de la Universidad de Nueva York. Allí planteaba, además, que un hombre está en desventaja si la mujer con quien mantuvo relaciones sexuales consensuadas desea interrumpir su embarazo voluntariamente. “Cuando hombres y mujeres se involucran en relaciones sexuales, ambas partes reconocen el potencial de crear vida. Si los dos participan de manera voluntaria, ¿no deberían tener ambos algo que decir en la posibilidad de tener el bebé resultante?”, se preguntó.
Mónica Roa, directora de Women’s Link Worldwide, respondió a la columna de Conley señalando que “la que corre con todos los gastos biológicos y fisiológicos del embarazo es la mujer. Por esa razón, jurídicamente no se puede condicionar la decisión de abortar o no a lo que opine el hombre. Pero eso no quiere decir que socialmente no deba promoverse que los hombres estén más involucrados dentro de este tipo de decisiones”. El tema es que el derecho de los hombres no sólo se plantea en el caso de querer seguir adelante con un embarazo que la madre no desea –como ocurrió en el caso uruguayo–, si no que también al momento de decidir no ser padres. Y es que si un hombre no quiere tener el hijo que espera y la mujer decide tenerlo igual, la mayoría de las veces la ley lo obliga a hacerse responsable.
¿Qué ocurre con la filiación?
Quienes están de acuerdo con la idea de que los hombres participen en la decisión de interrumpir o no un embarazo plantean que una mujer puede legalmente privar a un hombre de su derecho de ser padre y por otro lado forzarlo a serlo contra su voluntad. Por eso, en los últimos años en Estados Unidos –país donde el aborto es legal– ha surgido un movimiento en pro del “aborto masculino”, es decir, el derecho de un padre a abortar sus obligaciones sobre un hijo no deseado. Lo mismo que planteó el Partido Liberal del Oeste de Suecia, que hace algunos años propuso permitir que los hombres puedan negarse a aceptar la responsabilidad de ser padres dentro de las 18 primeras semanas de embarazo, mismo plazo que tiene una mujer para abortar en ese país.
Según el presidente de dicho partido, esto implicaría que un hombre renuncia a los derechos y a las obligaciones de la paternidad y que con eso se promueve la igualdad de géneros. Sin embargo, los opositores a la iniciativa aseguraron que esto contradice la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU, que plantea que los menores tienen el derecho a conocer a sus progenitores. Y es que, según Vivaldi, “no es comparable el estatus de un feto no nacido con el de un niño que ya llegó al mundo. Un niño es un sujeto independiente de la madre y del padre y por tanto el no hacerse cargo de él o el no pago de una eventual pensión de alimentos redunda en una vulneración de los derechos de ese niño”.
Así lo establece la ley chilena, que define como filiación al vínculo jurídico que existe entre dos personas en la que una desciende de la otra, lo que puede darse como consecuencia de hechos biológicos y/o de actos jurídicos. Esta ley obliga a los padres a hacerse responsable de los hijos biológicos. La abogada Luisa Martínez Cabalin, co directora de la comisión académica de Abofem, explica que el reconocimiento de una hija o hijo es un acto voluntario. “Si no hay un reconocimiento voluntario y la niña o niño no tiene filiación determinada, lo que corresponde es ejercer la acción de reclamación. Es decir, la madre de la niña o niño puede demandar la reclamación de paternidad en la que se puede indagar a través de la investigación biológica y poder determinar la filiación”, explica.
Por tanto, –agrega Luisa– la “decisión” del hombre tampoco vale, ya que si una mujer decide tener a una hija o hijo, aunque el padre no estuviera de acuerdo con esa decisión, ella tiene el derecho de demandarlo a través de la reclamación de paternidad. Y esto es porque prima el interés superior del niño de que tenga una filiación determinada.