“Vibras de niña rica y exitosa para este 2024″. “Acuérdate que atraes lo que sientes que vales”. “No pases un año más haciendo lo mismo. Evoluciona”. “Quédate con la que puede ser sexy y trabajadora al mismo tiempo”.
En esa última frase, la palabra específica ni siquiera es ‘trabajadora’, sino que ‘hustler’, término acuñado en inglés para referirse a las personas osadas, exitosas, que tienen calle y capacidad de emprendimiento. Básicamente, que las logran todas.
Los textos expuestos ahí son los que aparecen junto a los hashtags #Girlboss y #Girlbosslife en una búsqueda rápida en Instagram.
Mucho se ha hablado del positivismo nocivo y el empoderamiento falso; ideas reducidas a tal punto que se convierten en eslóganes fáciles de procesar, vender y –más importante aun– divulgar. O mandatos disfrazados de estímulo y empatía que terminan siendo más impositivos que motivacionales, y que ciertamente no consideran las particularidades (o intersecciones) propias de cada quien.
Pero con girlboss, el mandato se engloba en una única palabra. Se trata de un concepto que hace referencia al éxito, a la capacidad de ser líderes, a tener todo resuelto, tanto en la casa como en el trabajo y, sobre todo, a la belleza y la juventud. Porque la terminología ni siquiera apela a las mujeres, sino que a las girls.
En español podría traducirse como ‘chicas que son jefas’ y su historia empezó en el 2015 cuando la empresaria estadounidense Sophia Amoruso lo usó en su libro (de título homólogo) para referirse a sí misma y dar cuenta de su experiencia; criada en San Diego, California, cuando salió de la universidad fundó Nasty Gal, una tienda de ropa de mujeres que en poco tiempo fue nombrada una de las empresas de más rápido crecimiento. En el 2016, Forbes la catalogó como una de las mujeres ‘self made’ (que salió adelante por sus propios esfuerzos) más ricas del mundo. Hoy, es el ícono y mujer emblema de la cultura girlboss, y así mismo lo reconoce ella, quien en 2017 fundó Girlboss Media, una plataforma de contenidos dirigido a mujeres millennials, que busca guiar sus desarrollos personales y profesionales.
A lo largo del libro, y luego en las charlas, seminarios e incluso la serie de Netflix (también titulada Girlboss) que vinieron después, Amoruso usó el término para referirse a las mujeres que son capaces de levantar un emprendimiento o un negocio de cero por mérito de su propio esfuerzo, sin hacer alusión alguna a la –gran– cadena de apoyo que se requiere para lograr eso.
En otras palabras, mujeres –o mujeres jóvenes– que se la pueden.
Con los años, el término se popularizó en redes sociales y se volvió parte de la jerga cotidiana de aquellas que respondían, de alguna u otra manera, a ese decreto. Exitosas, transgresoras, que saben posicionarse, pedir y lograr lo que se proponen. Y en el intertanto, verse bien. O así lo mostraban en sus redes. Porque ser girlboss también implica un componente físico. Además de exitosas, buenas madres y buenas jefas, son también atractivas.
La cultura en torno al concepto parecía estar incentivando aun más las presiones y exigencias sociales que de por sí ya dictaminan la vida de las mujeres. ¿Acaso se había hablado alguna vez de boybosses? ¿O asumimos que los hombres pueden ser todo eso por el solo hecho de ser hombres, sin tener que hacer una diferencia al respecto (o acuñar un término)?
Desde los feminismos rápidamente se abrió la posibilidad de cuestionar el trasfondo de la premisa. Detrás de esa cultura que celebraba el éxito (en todo sentido) de las mujeres, había una presión subyacente que se le sumaba a las que ya existen para las mujeres por el solo hecho de ser mujeres. Sean o no jefas y exitosas.
Así mismo lo planteó la periodista de The Guardian, Jess Cartner-Morley, en un artículo reciente: “El culto a la girlboss celebra a las mujeres exitosas que son atractivas y cuyo éxito se basa en hacer o vender algo. Desde las Girl Dinners hasta Barbie y las Swifties, las chicas están llevando la fiesta de la cultura pop en este momento. ¿Pero es algo que debemos celebrar? ¿O la misoginia acaba de recibir un nombre nuevo que suena bien?”.
Con esas palabras, Cartner-Morley le daba espacio a una pregunta que hace tiempo se había gestado en los movimientos feministas; ¿La celebración del exitismo en las mujeres en sistemas neoliberales, es acaso una misoginia encubierta?
Sin olvidar, además, que se trata de un exitismo totalmente excluyente. Porque para compatibilizar trabajo, crianza, éxito profesional, tenidas elegantes y estética, se necesita ayuda. Y esa es una ayuda –sea económica, social o de red– que muchas mujeres no tienen.
En épocas de resoluciones y comienzos, en las que se suelen establecer metas para el año, distintas autoras proponen que el culto a la girlboss no tiene por qué ser el que predomina ni tampoco nuestro referente a seguir. Porque los mensajes que hay detrás, más que ayudar a empoderarnos, solo intensifican las frustraciones y las brechas.
Contrario a lo que dicen las fieles a la premisa, no todas pueden ser girlbosses. Si se puede serlo, bienvenido sea. La idea no es caer en la crítica absoluta, ni para un lado ni para el otro. Siempre y cuando sepamos que no es una imposición y que a veces no basta con el esfuerzo.
La psicóloga clínica UC y máster en Género, Representación y Sociedad, Stephanie Otth, es enfática en eso. Más aun si consideramos que para serlo, muchas mujeres han asumido –o han tenido que asumir– actitudes y comportamientos usualmente asociados a lo estereotípicamente masculino, porque así se entiende que pueden lograr lo que quieren.
“Hay en este estereotipo algo de masculinizado, de cómo entendemos la masculinidad tradicional, que hace que estas mujeres tengan que recurrir a ser ejecutivas o todopoderosas, que tengan todo bajo control y ordenado. Es un mandato que remite a la lógica de la completud; alguien que lo puede todo, que sabe todo y no falla”, explica y sigue: “La girlboss cobra la forma de una mujer competente tanto en lo público como en lo privado, con la mente y el cuerpo cultivado (va al gimnasio, pero también tiene coach), es buena madre y buena trabajadora. O mejor aun, una emprendedora exitosa. Además, como lo dice la palabra, no es una mujer, sino que una chica, reforzando a su vez el culto a la juventud”.
La psicóloga clínica, Claudia Muñoz Castro, explica que a eso se le suma que la girlboss no es cualquier jefa; “En ese culto, lo que se celebra es la jefatura jerárquica, más individualista, que sigue las lógicas capitalistas. Pero más que eso, la lógica del emprendimiento, que, si lo llevamos a nuestra idiosincrasia, podría ser la lógica de la meritocracia, ‘la que quiere, puede’. Bien sabemos que eso no es así. No todas las que quieren, pueden”, reflexiona. “Porque partimos de una base desigual. No cualquier chica puede ser jefa. Tienen que haber ciertas condiciones que se den para que efectivamente pueda ser exitosa y que tenga todo resuelto”.
Al final de su manifiesto Mujeres y Poder (2017), la autora Mary Beard postula que en su próximo libro le gustaría escribir sobre el derecho de las mujeres a equivocarnos. “Para avanzar hacia eso tenemos que reivindicar(nos) y amigarnos con la renuncia. Hoy pareciera ser algo contracorriente, una señal de debilidad, en sociedades en las que se premia e incentiva el logro y el poder”, reflexiona Otth. “Pero creo que solo cuando nos permitimos perder esa completud y nos des-identificamos con esa persona que siempre puede, que siempre tiene el consejo indicado, que siempre sabe donde están las tijeras, recién ahí podemos habitar una experiencia autónoma, auténtica y con real sentido de poder sobre las propias elecciones”.