El pasado 23 de octubre, las estadísticas de casos de Covid-19 en el condado de Suffolk en Estados Unidos marcaban 1.070 contagios, de un total de 1 millón y medio de habitantes. Ese mismo día, la editora general del área digital de la revista Boston Magazine, Lisa Weidenfeld, publicaba una columna donde relataba la experiencia de haber salido de su casa a un restorán, por primera vez desde 2019, a pesar de que los lugares habían comenzado a abrir en junio. “Si me estás leyendo”, dice el texto, “puede que no puedas creer que no haya cenado afuera durante todos estos meses. Escanear mis redes sociales me hizo sentir como si todas las personas que conozco hubieran regresado a la vida normal hace mucho. Veo una imagen tras otra de personas pasando el rato juntas o de vacaciones como lo harían normalmente, y me pregunto: ¿Soy la única persona que no salió este verano?”.
Lo que ella vivió hace dos meses, describe exactamente una situación de FOMO –fear of missing out en inglés–, concepto definido por el Diccionario de Oxford como “la ansiedad de que un evento emocionante o interesante pueda estar sucediendo en otro lugar, a menudo provocada por las publicaciones que vemos en redes sociales”. Su experiencia, relata un sentimiento que afecta a aproximadamente el 70% de las personas entre 18 y 34 años, según estudios de JWT Intelligence y que se desencadena por la “ansiedad” que genera ver que otro puede estar haciendo algo mejor –o más entretenido– en un determinado momento.
En Chile, hace poco estamos viviendo el avance más libre de las fases de desconfinamiento, y bien se podría pensar que todas las actividades sociales que se postergaron durante el año ahora pueden empezar a pasar. Según Alejandra Silva, psicóloga clínica experta en trastornos de la ansiedad del Centro Ser Mujer, “estamos intentando recuperar una identidad que se puede haber perdido por el hecho de no hacer las cosas del día a día que nos gustaban. Por ejemplo, quien era bueno para salir de fiesta con los amigos y se definía por eso, tuvo un vacío en la cuarentena por no poder hacerlo, y ahora buscará recuperarlo”.
Camila Campos (32) es periodista y en cuarentena se separó después de estar en una relación por más de cinco años”. “Reinventar mi vida sin esa pareja fue el plan que tuve que postergar. Al pasar el rato sola, empecé a sentir todo el tiempo que me estaba perdiendo de cosas para avanzar, como conocer gente o disfrutar a mis amigos, porque el contexto no lo permitía. Todo eso provocó una ansiedad y un FOMO tremendo, que me hacía estar pendiente todo el tiempo de lo que hacían los demás en Instagram”.
Esa acumulación de emociones es la que según Loreto Neves, psiquiatra de la Universidad de Chile con especialización en trastornos del estrés post-traumático, ansiedad y adicciones, hace que “haya una dependencia al teléfono por buscar un lugar al que pertenecer, lo que genera mucha “ansiedad”. Pero hay que hacer una distinción, porque esta ansiedad no es necesariamente una patología como la fobia social, y se define más bien en el sentido de “tener ganas” de hacer algo”. Por eso el FOMO es algo que puede aparecer aunque no se tenga un diagnóstico patológico como tal, y que sea muy fácil de sentir con solo exponerse a la pantalla.
El rebrote y la vacuna para esa ansiedad
El ver lo que otros hacen en esta época en particular también provoca un sentimiento de “exclusión” de lo que consideramos que podría haber sido una oportunidad. En un estudio de la Universidad de Virgina publicado en abril de este año, concluyen que el FOMO “puede incluir sentimientos de exclusión, envidia y sensación de apartamiento, aunque no sean excluyentes”. Es ahí donde Alejandra Silva encuentra el origen de la ansiedad que se ha producido en el desconfinamiento, sobre todo por las diferencias en cómo las personas aplican los límites sanitarios.
“¿Qué pasa si en mi grupo de amigas decidieron que se van a juntar en una casa puertas adentro o en un restorán bajo techo, y yo no quiero ir por cuidarme? La persona se restringe, pero eso no impide que también se auto-tilde de exagerada y se sienta mal, sumado a que las personas, también empezarán a descartarla de los panoramas. Ahí es cuando empezamos a buscar una forma de revertirlo”, dice.
Camila Campos cuenta que actualmente está con más trabajo que antes y extraña mirar el celular y tener ansiedad por saber en qué está el mundo en sus redes sociales. “Es una sensación invasiva y, aunque controlable, sé que apenas esté desocupada estaré en el teléfono. Creo que después de la cuarentena de este año, no nos pudimos acostumbrar a una vida sin la dependencia de mirar constantemente qué hacen los otros y en mi soledad el fenómeno se interiorizó como algo que ya es parte de mi vida”.
Annachiara Del Prete, investigadora del Centro de Investigación EduInclusiva de la Universidad Católica de Valparaíso y Doctora en Tecnología Educativa de la Universidad Rovira y Virgili de España, explica que el mirar las actividades de los demás puede volverse adictivo también porque “el reconocimiento del otro, a través del like o las visualizaciones, hace que tengamos una validación de nosotros mismos, pero que no responde a una verdad completa”. Como cuenta Camila, “las personas muestran la parte linda en las redes sociales. Nadie, ni yo, iba a subir sus tristezas o lloraría a un ex, y eso hace que sienta que hay que compararse todo el tiempo con algo extremadamente bueno”.
Esa selección de lo que se muestra, de alguna forma, “traiciona la libertad del ser en la red”, dice Annachiara, “y a pesar de que nadie es feliz todo el tiempo, hay algo que hace que si no estás sentado en Acapulco tomando sol, te sientas desgraciado”. Por eso, es importante entender cómo superar esas trampas que nos hacen sentir ansiosos, tomando el control de nuestra propia experiencia en las redes sociales.
Por ejemplo, el estudio llamado Las redes sociales online: Espacios de socialización y definición de identidad –2020–, realizado por Annachiara y la especialista Silvia Rendon para el Centro de Investigación para la Educación Inclusiva de la PUCV, identificó que “las redes sociales facilitan el posicionamiento ante los otros, un ‘estar-en el-mundo’, que busca el reconocimiento constante a través de construcciones simbólicas”. Ahí se describe una especie de escalamiento y verticalidad en las relaciones, según la “calidad” del contenido que se sube. Sin embargo, Annachiara dice que durante la cuarentena las “redes pueden haber pasado a ser espacios de solidaridad”, mucho más horizontales.
Esto es importante, porque cambia radicalmente la ansiedad que provoca ver lo que tiene el de al lado. “El miedo a perdernos algo durante el encierro fue suplantado, en ciertos contextos, por las ganas de encontrarse. Antes, “compartir” era mostrar las miles de formas que tenía mi vida individual, pero en la pandemia, casi todo lo que hacíamos se equiparaba al de al lado por el hecho de no poder salir. Así, las redes llegan al máximo potencial por la proximidad que generan entre las personas, como cuando personas ponían música en el balcón para que todos los otros departamentos pudiesen escuchar en el encierro, pero, a través de videos y fotografías que buscaron ser una compañía”, explica, aludiendo a que en vez de solo mirar el contenido con recelo podríamos disfrutar de él con una voluntad más colaborativa.