"Lo más lindo que me pudo haber pasado fue haber encontrado una vocación. Hay tanta gente dando vueltas en la calle trabajando de lo que sea sin poder tener eso, y yo logré tenerla desde muy jovencito". Guillermo Francella (61, casado hace 27, con dos hijos que también son actores) habla sin prisa en su camarín del teatro Metropolitan Citi de Buenos Aires. Falta menos de una hora para que comience otra función de Nuestras mujeres, la obra que protagoniza junto a Arturo Puig y Jorge Marrale, y hace minutos que cerró una ardua jornada de filmación de una nueva película que protagonizará junto a Luisana Lopilato, Los que aman odian, pero sus ojos vivaces –de un color turquesa imposible– parecen transportarse a otro lugar con cada recuerdo que aflora en la conversación. "En el colegio, para recaudar fondos para el viaje de egresados, hicimos una obra de teatro. La hicimos una sola vez, para amigos y familia, pero para mí fue algo muy movilizador estar frente a 600 personas en el escenario, inolvidable desde lo interpretativo. Apenas terminé el colegio secundario sabía que actuar era lo único que quería hacer." Sus padres, no se cansa de repetir, fueron una pieza clave en su desarrollo: desde el primer día lo incentivaron para que se formara en teatro, aunque su padre le recomendaba que buscara otras cosas en paralelo para paliar la inestabilidad económica típica del actor.
Mucho antes de ser una estrella, mucho antes de ganar seis premios Martín Fierro y un Konex de platino, de ser recibido en Cuba por Fidel Castro como si fuera un jefe de Estado, Francella fue vendedor callejero, trabajó en una boutique y en una inmobiliaria, y ejerció brevemente el periodismo, que estudió como carrera terciaria. "Quería estar cerca de la actuación, pero no estudiar solo eso sino algo más, y pensé que el periodismo me podía ayudar", dice. Hasta los 25 años sus principales trabajos como actor fueron en publicidades para televisión, hasta que llegó una obra que marcaría un punto de quiebre: Proceso interior, del autor argentino Rodolfo Ledo. Era una puesta fuera del circuito comercial, pero por la fama de Ledo y del productor, convocó a muchos autores y directores a verla, y funcionó como una suerte de carta de presentación para Francella.
A partir de entonces comenzaría una nutrida carrera como actor de comedia, principalmente en cine y televisión, encarnando personajes hilarantes y arquetípicos del argentino "tipo": simpático, pícaro, un poco mujeriego, a veces un poco chanta. En teleseries como Historia de un trepador (1984) o películas clásicas como Los bañeros más locos del mundo (1987) la gente se descostillaba de risa con sus remates, sus gestos reconocibles, sus frases frescas y desenfadadas. Rápidamente se convirtió en uno de los reyes de la comedia argentina. Las décadas del 80, 90 y principios del 2000 serían de intensa producción casi exclusivamente dedicada a ese género, donde parecía brillar sin esfuerzo: en cine, con películas familiares y para niños como Un argentino en Nueva York o Papá es un ídolo; en televisión, en series inolvidables como La familia Benvenuto, Brigada cola, Naranja y media o Poné a Francella, y, más tarde, la versión argentina de Casados con hijos (que al día de hoy sigue repitiéndose y mide como los mejores programas de aire). Y en teatro, con la mítica Al fin y al cabo... de carne somos, o el musical Los productores. "Empecé a tener cierta continuidad laboral y, curiosamente, los papeles para los que más me empezaron a llamar eran cómicos. Se ve que resultaba más efectivo en ese rubro. A mí lo único que me importaba era trabajar. Empecé a tener éxito con las comedias y se me dio una continuidad en el rubro, pero que no fue necesariamente buscada", diría Francella, años después, a la revista Rolling Stone.
"Siempre fui un fresco, sin mucha inhibición. El humor, la simpatía, más que adquirida es innata. Lo llevo conmigo y es muy de mi familia: mi padre fue un tipo de mucho sentido del humor, mi madre también, mi hermano ni hablar".
El casting es para una película mexicana. Detrás del proyecto hay tres titanes del cine que co-producen el filme, Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro. Entre los cientos de actores que se presentan hay un argentino que ronda los 50 años y se mueve con discreción, sin asistente ni representante, cargando su propio vestuario. Pero, a pesar de su bajo perfil, no tardan en reconocerlo: es Guillermo Francella.
Acostumbrado a roles protagónicos, y sin ningún aire de grandeza, el propio actor reconoce que le costó hacerse la idea de volver a pasar por un casting, pero aceptó porque tenía ganas de hacer algo diferente. Probarse en otro registro, con otras capas y en otro contexto. "Pensé: 'me la juego', porque quería hacer algo distinto. Hice una audición entre muchos actores, como cuando era pibe, estudié la letra, esperé a que me juzgaran, me arriesgué", dice. En la segunda ronda quedó seleccionado por unanimidad para el papel de Batuta, el reclutador de jugadores de fútbol de la película Rudo y Cursi, una de las más taquilleras de la historia de México. El propio Del Toro alabó a Francella públicamente: "Es genial. Terrenal pero con un control brutal del timing de la actuación y todos los recursos". Francella reflexiona: "Tuve una repercusión gigantesca en México, con ellos diciendo lo que no han dicho de mí en ningún lado, y esto llegó a Argentina. Fue como el primer trampolín para un cambio en la carrera. Y luego vino Campanella".
Lo dice así, a secas, porque en Argentina todos saben que trabajar con Juan José Campanella es un punto y aparte en la carrera actoral, sobre todo en El secreto de sus ojos, ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera en 2009. En el caso de Francella, el hito es más relevante porque en aquel filme tuvo un papel inédito e impensado, tan distinto a todo lo que había hecho antes que a los propios espectadores les costó reconocerlo en la piel de Sandoval, un burócrata apesadumbrado y alcohólico. Incluso físicamente era otra persona: hasta se afeitó el bigote, algo así como su marca registrada.
¿Hay un antes y un después de tu carrera con El secreto de sus ojos?
Fue muy movilizante, para mí y para el público. ¡Hubo gente que me dijo que había visto la película y no me había reconocido! Campanella siempre había querido trabajar conmigo y yo con él, pero no se daban las cosas. Yo sabía por intermedio de otras personas que a él le gustaba lo que yo hacía, pero no me llamaba porque había roles que no sabía si aceptaría, como ese. Quería ofrecérmelo pero tenía miedo de que yo dijera que no porque no era protagonista. Pero al final se dio, y fue fantástico, y me permitió después trabajar con todos los directorazos con los que trabajé desde esa vez: Daniel Burman, Pablo Trapero, Marcos Carnevale, Ana Katz. Han sido muy importantes para mí, y bien heterogéneos entre sí.
En El clan encarnaste al escalofriante asesino Arquímedes Puccio. ¿Tenías miedo de que la gente te perdiera el cariño por encarnar a un mal tipo?
No. Lo que más me desafiaba era componer el papel. Es muy duro cuando no tenés ningún tipo de empatía con el personaje, cuando es alguien tan execrable. Fue agobiante, dos meses muy intensos, pero como actor fue un plus fuerte. Me gustaba un desafío diferente, verme en otro color. Cuando llegó la propuesta, pensé: "Es el personaje más oscuro que voy a componer". Y ahora me están llamando para hacer otros personajes oscuros y no los acepto, porque no tengo ganas de entrar en esa. Quiero hacer cosas diferentes pero que tengan otra carnadura.
Además de ser uno de los actores más queridos del país, representas al estereotipo del argentino simpático, picarón, descarado... ¿cuánto de eso tienes realmente?
Siempre fui un fresco, sin mucha inhibición. El humor, la simpatía, más que adquirida es innata. Lo llevo conmigo y es muy de mi familia: mi padre fue un tipo de mucho sentido del humor, mi madre también, mi hermano ni hablar. Somos muy para arriba, siempre de contagiar al grupo y generar cosas positivas. Creo que el humor estuvo siempre en mí, luego lo pude realizar en lo profesional. Pero no soy de esos tipos que uno dice: "qué cómico que es actuando, pero después trabajando es un amargo en la vida", ¡cero!
Eres un ferviente defensor de la comedia, un género que suele minimizarse. ¿Dónde crees que está su valor?
Generalmente se habla de la comedia como un género menor. Ya no tanto igual, en los últimos años empezó a haber más equidad, un cierto paralelismo con lo dramático. En una época hasta en los premios había "mejor actor de comedia" y después "mejor actor" a secas. Muchas veces se la subestima y, en realidad, la comedia es 10 veces más difícil que el resto de los géneros. Aunque parezca mentira, yo siempre digo que es mucho más duro hacer algo como Casados con hijos que El clan.
¿Por qué?
Por un montón de cosas. Porque tenés que tener un timing perfecto, como si fuera un pentagrama musical. El chiste no entra así nomás, es como una orquesta: hay que esperar la pausa, medir cada frase, esperar a que lo reciba el otro. Es cierto que existe el humor del tropiezo o la torta en la cara, pero la sutileza, el buen humor, es otra cosa. A mí me gusta más la comedia de sutilezas donde hay ingenio, verosimilitud, donde no se ven los piolines del tipo que está actuando, al contrario, uno se mete en él, y si despierta una carcajada es algo indescriptible.
"Tú eres consciente lo que significa hacer feliz a un pueblo. Tú haces feliz a mi pueblo", le dijo Fidel Castro a Francella en una visita a Cuba. "Me recibieron como un jefe de estado. Yo no lo podía creer", recuerda hoy.
¿Crees que el humor cambia con las épocas y las sociedades?
Con respecto a los tiempos, creo que hay ciclos. Etapas de humor político, humor burdo, pero el humor blanco, el que puede disfrutar cualquiera, siempre está. Pero tiene que haber identificación con las personas. Yo me río de lo que se ríe cualquiera, no de otras cosas. No pertenezco a una minoría selecta de entendidos. Amo lo popular, que no tiene por qué estar reñido con la calidad, es fundamental entender eso. Yo me río de lo que se ríe la gente, me emociono de lo que se emociona la gente, y eso me genera una cercanía absoluta. Si lográs componer un personaje identificable, reconocible, es más potente; si hacés un humor que es para pocos, dejás fuera al otro y te reís solo.
Has salido en defensa de la televisión, un formato menospreciado en el mundillo actoral. ¿Por qué te gusta?
La cercanía con el espectador es fundamental: entrás en las casas de un modo natural y ellos te sienten parte de su familia. Como actor te genera mucho entrenamiento porque el aire te corre, y tenés que apelar a los recursos propios, no podés dejar macerar los textos. Muchos años de mi vida fueron así. Pero hoy se trabaja en una televisión mucho más cuidada, en relación a lo estético. Soy un defensor, pero reconozco que no hay grandes contenidos, muchos canales tienen todas latas extranjeras, programas de chimentos de Miami… entiendo que un canal no puede estar en pérdida, pero creo que se podría mejorar el rating con más ingenio.
¿Y el teatro?
Es el género que más amo. Pero también es el más esclavo, porque no hay día que puedas faltar, aunque estés cansado o con un problema personal, hay que estar y con las mejores luces. Me gusta hacerlo un año sí y otro no, dejar en la cresta de la ola y recuperar mi vida. Es lo que más me gusta, ni que hablar cuando es un éxito grande, pero tiene sus costos.
¿Qué te devuelve?
La inmediatez. Los silencios, las risas, todo lo que se puede generar desde un escenario. La gente me pregunta si no me cansa hacer todos los días lo mismo, y yo digo que nunca es igual, siempre hay algo diferente, algo pasa... tiene que ver bastante con la energía del espectador hacia nosotros.
Has dicho que quieres dirigir cine. ¿Qué falta para concretarlo?
Hace bastante que ando dándole vueltas al asunto. Me gustaría hacer algo pequeño, intimista. No muy rimbombante, no lo podría manejar. Yo me siento muy cómodo trabajando con los actores, he dirigido teatro, pero el paso de tener la película en la cabeza y lograr plasmarlo, no sé si lo tengo tan claro. Me falta decisión. Dar el salto. Pero la idea está siempre en zona, seguramente no me vaya de acá sin hacerlo.
Nuestras Mujeres
En diciembre, Francella estará en Santiago junto a Arturo Puig y Jorge Marrale presentando el éxito de taquilla Nuestras mujeres, obra del dramaturgo francés Éric Assous dirigida por el talentoso Javier Daulte. "Tengo mucha ilusión con la puesta en Chile, como siempre que uno viaja, ver otro tipo de público... pero este conflicto es universal, no creo que sea algo local. Yo creo que va a gustar mucho la obra".
¿Cómo se explica el éxito que ha tenido esta obra en cuanto país se llevó?
Es una gran comedia. Habla de la lealtad, de las mujeres, de las miserias de cada uno, de la amistad y fundamentalmente de qué pasa con los amigos en una situación límite: ¿te conocés tanto que sabés cómo vas a responder ante cada situación? Me gustó componer a alguien que es diferente a mí en muchos sentidos y pensar cómo reaccionaría frente a una cosa igual.
¿Cómo se generó esa química entre ustedes tres en el escenario?
No éramos grandes amigos de antes, así que fue muy interesante el proceso que se dio en los ensayos. Fueron siete semanas de seis horas por día donde se generó desde lo interpretativo una relación que parece que es cotidiana, ¡como amigos de hace 35 años! Y en la vida se generó algo muy lindo entre los tres. Somos generaciones distintas pero hablamos un mismo idioma.
7, 8, 9 y 10 de diciembre a las 20 hrs. Teatro Nescafé de las Artes, Manuel Montt 032, Providencia. Entradas desde $ 26.000 en boletería del teatro y www.ticketek.cl