Francisca Vargas, psicóloga y mentora: “Hay un lenguaje bélico en el desarrollo personal, que es dañino”

Francisca Vargas

Fundadora de la Escuela Ayurverde, la psicóloga Francisca Vargas ha trabajado con más de 6 mil mujeres en sus diversos cursos de desarrollo personal. Un mundo que conoce bien y que también busca cuestionar: “Hoy existe un imperativo de que tenemos que ‘vencer nuestros miedos’ o ‘ser la mejor versión de nosotras mismas’, como si no existiera espacio para la vulnerabilidad. Eso nos fragmenta”, plantea.




A inicios de 2020, la psicóloga Francisca Vargas (@franciscavargas_com) recibió un llamado de la editorial Planeta: la invitaban a escribir un libro sobre su proceso personal, sus viajes a Oriente, su liberación, y sobre cómo se había ido encontrando con sus miedos, culpas, con el amor y la muerte. También, cómo había trazado el camino desde que había dejado de trabajar como psicóloga con especialización en psicoanálisis lacaniano, hasta fundar la Escuela Ayurverde, donde daba cursos de crecimiento personal, liderazgo y espiritualidad.

Una parte de ese proceso, Francisca la había contado en su cuenta de instagram, pero escribir un libro era otra cosa. Y, por cierto, un anhelo desde hace mucho tiempo. Así que aceptó. Se le hizo fácil, y llegó a un texto profundo y fluido, que se fue a imprenta a inicios de 2021 bajo el nombre Habitarme mujer, un relato íntimo que hablaba del miedo, de cómo había tomado el coraje para poder ser quien era, para sacar la voz. Estaba feliz y muy segura de publicarlo.

Pero cuando la llamó su editora para contarle que el libro ya estaba listo, impreso y que iba camino a las librerías, la psicóloga entró en pánico. “Se suponía que ese era un momento de celebración, pero para mí fue de mucho miedo, casi terror. Tiritaba, solo quería estar acostada, llorar, tuve muchas pesadillas de persecución. Me cuestionaba para qué había hecho esto, que en qué me estaba metiendo, o para qué me obligaba a pasar por estas cosas”, cuenta. Y, entonces, en vez de cuestionarse su propio sentir –o imponerse el tener que estar tranquila o feliz–, lo que Francisca Vargas hizo fue precisamente aplicar lo que ella misma enseña: hacer un acto de integración. Es decir, aceptarse vulnerable incluso mientras mantenía, al mismo tiempo, la certeza de que publicar ese libro era algo que ella sí quería.

“Creo que de eso se trata. No es que la parte de ti que tiene esa certeza tenga que ‘vencer’ a la que no tiene esa certeza”, dice, muy en sintonía con lo que planteó en uno de los últimos post, en el que hablaba sobre el lenguaje bélico en ciertos mensajes de desarrollo personal, como lucha contra la ansiedad, gánale al autoboicot, o vence tus creencias limitantes. “Una serie de frases hechas, repetidas una y otra vez, que buscan ‘empoderarte’, para que así puedas ‘ganarle’ a una parte de ti: a esa parte frágil, a esa parte que tiene susto, a esa parte que te critica. A tus sombras. Como si hubiera una parte de nosotras que es nuestra enemiga y otra parte que debiera ser dominada, castigada, callada. ¿Por qué tendríamos que suponer que hay algo malo dentro de nosotras, que debemos doblegar?”, escribió.

La psicóloga conoce bien el mundo del crecimiento personal. Titulada en la Universidad Católica y con estudios de psicoanálisis lacaniano en el Instituto Clínico de Buenos Aires, Vargas fue transitando desde el trabajo más tradicional hacia el mundo de la espiritualidad y el desarrollo interior, de manera paulatina. Un terreno al que entró en 2016 cuando, tímidamente y de forma anónima, comenzó a publicar recetas de alimentación ayurvédica en un blog al que llamó Ayurverde. Con el tiempo, el blog dejó de ser anónimo, las temáticas comenzaron a ampliarse mucho más y comenzó a dar cursos para mujeres que buscaban reconectarse con la mujer medicina y salvaje que tenían dentro. En 2017 fundó la Escuela Ayurverde y dejó su trabajo como psicóloga clínica en centros de salud. Ese mismo año, después de experiencias personales dolorosas y de un gran replanteamiento de la vida, se fue a vivir por dos años a Indonesia.

Radicada hoy en Chile, la psicóloga ha trabajado con más de 6 mil mujeres, que han participado en sus cursos de desarrollo personal, los que Francisca ha creado haciendo ensamblajes propios de sus intereses, que van desde la espiritualidad oriental y occidental, el psicoanálisis, filosofía, feminismo y liderazgo. Este año lanzó su primer Diplomado en Liderazgo Intuitivo y por estos días trabaja en un retiro que ofrecerá a mujeres en el sur de Chile, en verano, al mismo tiempo que ofrece mentorías y está incursionando en consultorías para organizaciones.

“Creo que es fundamental rodearse de experiencias de vida que fomenten y confirmen que es seguro ser poderosa y también es seguro ser vulnerable. Todo al mismo tiempo, y darse espacios para observar los personajes internos que necesitamos integrar. Eso es tremendamente sanador, y es una reprogramación de nuestro cerebro, de cómo vemos el mundo. Necesitamos hacer ese cambio, hacia un mundo que se mueva hacia la ética colaborativa y deje la ética patriarcal. Así yo concibo el liderazgo. Hablo de liderazgo intuitivo porque es aquel que tiene que ver con permitirme ser auténtica, y no con liderar desde los ideales, las imposiciones o las exigencias de los modelos de progreso o de desarrollo que estén de moda”, plantea.

¿Cómo comenzaste a notar ese lenguaje bélico en algunos mensajes del desarrollo personal?

Primero, tuvo que ver con hacerme consciente de que hay dos grandes maneras de relacionarse: por un lado, desde la ética patriarcal está todo lo que tiene que ver con la dominación, la guerra, la competencia, con imponer. Por otro lado, está la ética colaborativa, que implica que veo al otro como parte de una comunidad a la que yo también pertenezco, donde ambos sumamos. Pero después fui observando que este patrón se replica también en el lenguaje que usamos. Tal vez tiene que ver con mi formación en psicoanálisis, pero para mí se hace evidente que lo que repetimos habla de nuestro subconsciente y hay que detenernos ahí. En un momento, se comenzó a hacer muy evidente al conversar con mis alumnas. Veía que hay una autoexigencia brutal para tratar de ser la llamada “mejor versión”. Y eso es un imperativo de productividad, de eficiencia, que es feroz: ganarle a mi sombra, cumplir todas mis metas, no decaer, no autoboicotearme, vencer mis miedos. Me di cuenta que este era un lenguaje tremendamente patriarcal.

¿En qué sentido?

En el sentido de que se habla desde la necesidad de que una parte de nosotras domine a la otra. Hay una parte de nosotras que se resiste a cumplir todos esos imperativos: a seguir todas las pautas de la dieta, la alimentación consciente, tomar agua, hacer deporte, desarrollar mi emprendimiento, ser creativa todo el tiempo, buena madre, hija, amiga, esposa. Y todo lo que se resiste a eso es visto como un enemigo al que tengo que dominar, doblegar y vencer. Pero las partes internas que se están resistiendo a cumplir con estos imperativos de productividad y de éxito –de convertirnos en un ideal– también nos están mostrando algo, como la gran necesidad que tenemos de disfrutar, de descansar, de no enajenarnos en esta búsqueda de perseguir ideales. Entonces, desde ahí, comencé a preguntarme cómo sería abordarnos a nosotras mismas desde un lenguaje más colaborativo. ¿Qué pasaría si dejo de ver a esta parte de mí que se resiste a esos imperativos como mi enemiga, y entiendo que me está colaborando y me está protegiendo? Este lenguaje de la competencia nos fragmenta todo el tiempo y eso nos pone en una lucha constante contra nosotras mismas, siendo que nosotras mismas somos nuestro principal y único gran recurso.

Es como si estuviéramos en una polarización interna…

Exacto, y eso que está pasando a un nivel tan íntimo de nosotros mismos –tratando de podar los aspectos que se nos escapan desde la lógica de lo ideal–, finalmente también es lo que termina ocurriendo afuera. Por eso nos encontramos hoy día en una época especialmente polarizada desde lo político, desde lo económico, desde lo social, desde los buenos y los malos. La polarización nos mantiene en una tensión constante y se pierde perspectiva, se deja de avanzar y de crecer.

Tú planteas que la verdadera sanación tiene que ver con la integración. ¿Podrías ahondar en este concepto?

Creo que es fundamental cuestionarnos qué estamos persiguiendo para “sanarnos”. Porque a veces pareciera que estamos en una carrera, donde persigues una y otra vez este fin último, como la rueda del hámster. Entonces, si profundizamos en eso, está la idea de que podríamos ser perfectas: que tengo que sanar mis heridas, mis dolores, liberarme de mis miedos –bajo una noción de que eso significa erradicarlos de mí– y entonces ya podría ser una persona sin heridas, sin miedo, sin ni angustias ni penas. O sea, una persona perfecta. Y eso es contrario a la naturaleza y al humano. Pienso que hay que tener bastante cuidado en eso, porque los discursos se vuelven muy voraces y lo que están haciendo es imponer un ideal. Por eso creo que se trata más bien de integrar: aceptar incluso aquello que no me gusta, que quizás me da vergüenza, que no es lo mejor de mí o aquello que no quisiera tener. Es reconocer que estamos vivos y lo que está vivo está en constante movimiento, de expansión y contracción.

Otro concepto que has cuestionado es el de la mujer empoderada. Lo planteas como un negocio. ¿Cómo surge eso?

Desde el feminismo, las políticas públicas o las variables de género, se me fue haciendo muy claro que estos ideales femeninos –como la mujer empoderada– están siempre al servicio del modelo de desarrollo que está de turno. Antes el ideal impuesto fue esta mujer dueña de casa, madre y esposa ideal, que se hacía cargo del cuidado del hogar mientras el hombre estaba afuera produciendo el capital y teniendo acceso al dinero. Luego el modelo necesitó que las mujeres también entraran en la lógica de producir más capital, y ahora la mujer no solo debía ser un excelente dueña de casa, madre y esposa, sino además una profesional exitosa con independencia financiera. El concepto de empoderamiento tenía que ver, en un primer momento, con la posibilidad de poner límites al abuso y a la explotación, pero se terminó comercializando y volviéndose un eslogan de marketing muy potente del cual se ha abusado mucho, y creo que hoy la mujer empoderada ya no es la que busca poner límite, sino la que es súper productiva. Entonces, dónde queda la posibilidad de que cada una encuentre su propio camino y su solución. El camino propio nace de la subjetividad, no desde la homogeneización de lo que se supone que tenemos que ser y perseguir.

¿Cuáles son los principales miedos que has notado que tenemos las mujeres?

Creo que los miedos que tenemos de adultas suelen ser un eco de un miedo infantil y yo diría que el principal es el miedo a no ser querida. Muchas veces, el miedo a sacar la voz, a destacar, a brillar, a liderar, tiene que ver con ese hecho de que si lo haces puede que no le guste a todos, puede que no todos estén de acuerdo contigo y, entonces, que te dejen de querer. Y el miedo a no ser querida es una gran fuente de estrés, porque terminas diciendo muchas veces que sí cuando querías decir que no, o no poniendo límites. El punto está en que no se trata de “vencer” ese miedo, para luego convertirse en una mujer sin miedos y ser perfecta. Se trata de integrarlo, de asumirlo y entender, desde lo colaborativo, que ese miedo también tiene algo que aportar.

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