Free the Nipple: ¿por qué las mujeres tenemos que cubrirnos?

pechugas



En el año 3000 a.C se documentó por primera vez a mujeres tapándose el pecho. Sin embargo, el punto exacto del origen de la pulsión masculina que hace que el macho tenga una fijación y vea las pechugas de una mujer como atractivas y deseables, se desconoce. Algunos teorizan y se basan en cuestiones evolutivas: en 1967, el etólogo y zoólogo Desmond Morris proponía en su libro El Mono Desnudo la teoría ‘Eco Genital’, una que sostiene que las pechugas de las mujeres no se convirtieron en un factor importante de atracción sino hasta que nuestra especie comenzó a caminar erguida.

Antes de que los humanos comenzaran a caminar sobre dos piernas, la principal fuente de excitación visual de los hombres eran las nalgas de las mujeres. Sin embargo, cuando el humano se puso de pie, éstas dejaron de estar en su línea de visión y como forma evolutiva y para hacer ‘eco’ de ellas, crecieron las pechugas con una forma redonda y bamboleante bastante parecida, una forma que garantizaría la atracción sexual y, por ende, la continuidad de la especie. Y es a partir de este concepto, de la continuidad y la descendencia, que surgen diversas teorías como la del ‘potencial ovulatorio’, que fue acuñada por los investigadores Gordon Gallup y David Frederik en 2010, en su texto La ciencia del atractivo sexual: una perspectiva evolutiva, donde proponen que esa evolución fue para demostrar que la hembra, a partir de su edad, tenía potencial ovulatorio, un claro signo de fertilidad para, de nuevo, asegurar la descendencia.

Pero eso no es todo: existe una tercera teoría que nos habla de que la oxitocina, conocida popularmente como la hormona del amor que brota, por ejemplo, gracias a la estimulación del pezón en un contexto sexual y no maternal. En el texto La química entre nosotros: Amor, Sexo y la Ciencia de la atracción, el profesor de psiquiatría de la Universidad de Emory, Larry Young, asegura que la evolución humana ha aprovechado el antiguo circuito neuronal que fortalecía el vínculo madre-hijo, que se daba en el momento de la lactancia, para fortalecer el vínculo entre las parejas. Según el investigador, la oxitocina que se genera en este proceso hace que se fortalezca el deseo de vincularse con la pareja sexual. Esto, según explica, funciona como cuando los pezones de la mujer están siendo estimulados durante la lactancia, donde la oxitocina llega al cerebro y ayuda a focalizae la atención en el bebé, pero en este caso, descubrió que la estimulación del pezón también aumenta la excitación sexual en una gran muestra de mujeres, ya que activa las mismas zonas cerebrales que la estimulación vaginal y del clítoris, algo que, asegura, desencadena la liberación de oxitocina en el cerebro de la mujer, tal como sucede cuando amamanta a un bebé.

Pero hay algo que se contradice con estas teorías y es que en culturas como las de algunos países de África en que las mujeres utilizan poca ropa para cubrirse, esta parte del cuerpo no está sexualizada y, al contrario, se ve con respeto como una fuente de alimento para los niños. Se podría deducir entonces que el elemento gatillador de esta atracción es cultural. Así lo explica la socióloga feminista y fundadora del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC), Francisca Valenzuela (@franciscalafeminista), quien dice que “las construcciones culturales han influido en una sexualización de los pechos al ponerlos como un objeto sexual y por ende, se termina objetivizando sexualmente a las mujeres siempre en función del placer masculino”.

En el libro Lactancia materna: perspectivas bioculturales, la antropóloga Katherine Dettwyler asegura que los hombres no se sienten atraídos biológicamente a ellas, sino que “son entrenados desde pequeños para encontrarlas eróticas”, algo que coincide con la investigación que Clellan Ford y Frank Beach realizaron en 1951, donde estudiaron a 191 culturas, de las cuales sólo 13 de ellas las consideraban sexualmente importantes. Y es que el trabajo principal de la glándula mamaria es alimentar a las crías, pero pareciera que los humanos, a diferencia de los primates u otros mamíferos, hemos aprendido a darle un interés sexual.

Francisca Valenzuela explica que la cultura y la industria del porno –que se ha señalado como la fuente principal de aprendizaje para niños y adolescentes, de hecho según la productora pornográfica de The Porn Conversation, un tercio del contenido total disponible en internet es pornográfico– tienen mucho que ver con esto. “Esta industria ha creado un mercado en torno a la sexualidad y gracias a eso se ha objetivado el cuerpo de las mujeres y se ha reforzado su hipersexualización”, dice.

Aún así, hay quienes plantean que no son parte de los órganos sexuales y por tanto no deberían ser vistos de la misma forma. Y que hacerlo nos ha llevado a tener una serie de restricciones para que las mujeres las mostremos en contextos no sexuales, como por ejemplo, la lactancia. “El pezón se ha convertido en el caballo de Troya que revela los verdaderos problemas y desigualdad que hay en América”, dijo en una entrevista en SModa de El País Lina Esco, directora y guionista de la película Free the Nipple, hace un par de años. Ahí cuenta que decidió hacer la película cuando una de sus mejores amigas le contó que a su madre la echaron de la iglesia cuando ella tenía cinco meses porque le estaba dando el pecho.

La película es parte de un movimiento social que cuestiona la convención de considerar indecente la exposición de las pechugas de la mujer, al contrario que la exposición del torso del hombre. La campaña no aboga exclusivamente para que las mujeres puedan desnudarse del torso en cualquier momento, sino que busca eliminar las tendencias de la sociedad de sexualizar la parte superior de su cuerpo. Por eso, más allá de la razón por la cual a los hombres les comenzaron a atraer sexualmente, es clave que dicha sexualización no implique una pérdida de libertad para nosotras. “Por eso son tan importantes movimientos como Free the Nipple o los que apuntan a la idea de que el cuerpo es cuerpo y que tenemos la libertad de vivirlo y de expresaros como queramos, sin que eso implique una censura o pensar que está a disposición de otras personas, que es lo que siempre se nos ha dicho”, concluye Francisca.

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