Fuimos amigas, pero terminamos siendo algo más

columna de amor paula



Con Daniela crecimos juntas. Desde que tengo memoria, siempre fuimos cómplices, como si hubiéramos nacido con la certeza de que nuestra amistad sería eterna. A lo largo de los años, atravesamos juntas tantas etapas que parecía imposible que algo pudiera separarnos: de la infancia a la adolescencia, de las fiestas a los cambios de casa. Cada paso que dábamos en nuestras vidas, lo hacíamos una al lado de la otra.

Recuerdo nuestras conversaciones desde que éramos niñas, tan despreocupadas al principio y cada vez más profundas con el paso del tiempo. Todo fue evolucionando con tanta naturalidad que nunca imaginé cómo terminaría nuestra historia.

Yo, tras una relación no tan larga, me casé y poco tiempo después me divorcié. Durante ese período, nuestra amistad se mantuvo intacta. Si en algún momento me alejaba, no tardaba en buscarla. Siempre fue mi refugio, esa persona que sabía cómo devolverme la alegría con pequeños detalles.

Cuando éramos adolescentes, un día le confesé que tenía dudas sobre mi sexualidad. Recuerdo lo nerviosa que estaba, pero ella no se apartó de mi lado. Me aceptó como siempre, y nuestra amistad continuó, inquebrantable. Tras mi matrimonio y mi separación, finalmente asumí mi homosexualidad. Un día nos reunimos en un café y se lo conté. Aunque se sorprendió, lo aceptó con la misma naturalidad de siempre. Siguió siendo mi amiga, esa compañera leal que conocía cada parte de mi vida.

Hasta que un día todo cambió. No sé si fue por la soledad que arrastrábamos o por los secretos que guardábamos dentro, pero, de repente, esa línea invisible entre la amistad y algo más se desdibujó. En un momento de pura pasión, nos entregamos la una a la otra como dos amantes que, por años, habían ignorado lo que realmente sentían. Ese día, la vi como nunca antes. Era otra, completamente distinta a la amiga de toda la vida. Como si en esa intimidad, estuviera conociéndola por primera vez. Y lo que descubrí en ese instante me marcó profundamente.

Lo mantuvimos en secreto durante varios años. Fueron encuentros llenos de pasión, de algo que no podía llamarse solo amistad. Sin darme cuenta, me fui enamorando de la mujer que había estado conmigo en cada momento importante, que fue testigo de mi matrimonio, madrina de mi hija, y que para todos era simplemente una amiga cercana, divertida y trabajadora, pero para mí se había convertido en algo mucho más profundo.

Y entonces, de un día para otro, terminó conmigo. Me dijo que quería seguir siendo mi amiga, esa eterna amiga que siempre había estado a mi lado.

¡Fue tan devastador! Me sentí desnuda, expuesta. Había compartido con ella no solo mi cuerpo, sino mi alma, mis dudas y mis miedos. Sabía lo que significaba para mí dar ese paso, sabía que había sido la primera. Pero nada de eso pareció importarle. Sentí que no se preocupó por lo que yo sentía ni por lo que habíamos vivido. Me dejó con la sensación de haber sido utilizada, de que todo lo que para mí había sido tan importante, para ella no tenía el mismo peso.

Aún me pregunto por qué no fue más sincera desde el principio. Si no estaba preparada, si no quería algo más, ¿por qué no paró después de esa primera vez? Dejó que me ilusionara, que creyera que compartíamos algo más profundo. Y luego, quiso volver a lo de siempre, como si nada hubiera pasado.

Hoy, seis años después de esa última vez que nos vimos, sigo pensando en ella. Es extraño, pero aunque me dolió, no puedo negar que la sigo queriendo. Es una mezcla de nostalgia y desilusión, porque fue la mejor amiga que he tenido, pero también la mayor decepción. Es, en muchos sentidos, la estafa más grande de mi vida, pero una de la que no me arrepiento del todo.

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