Paula 1209. Sábado 24 de septiembre de 2016.
En 2001, Gaspar Zurita quiso romper con todo: con su nombre, con su familia y con su padre, Raúl Zurita. Quiso huir de Chile, de su identidad, y seguir su pasión: navegar, estar en el mar, vivir en un velero y hacer cine, carrera que estudió en Santiago.
Hace 15 años vive en Francia. Habita una nave de 10 metros llamada Zebulon, en Marsella. Allí siente que los problemas de la tierra no existen o, al menos, no son los mismos. Es que al hijo menor del matrimonio de Raúl Zurita y la artista visual Victoria (Miriam) Martínez, nacido en 1974, el temperamento le sobra por genética. En sus venas corre sangre de dos figuras monumentales de la poesía chilena: su padre, el último galardonado del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, y su tío, Juan Luis Martínez, poeta iconoclasta. Ellos culpables de inculcarle desde pequeño que lo imposible no existe; un talante que lo ha llevado a idear el gran proyecto de su vida: Cinematographic Exploration, que es llevar cine itinerante en la goleta Inara, otro de sus veleros, a los puertos de Europa, África, América y , por supuesto, Chile.
Inara es una embarcación de 25 metros, diseñada por un famoso arquitecto naval llamado André Allègre. La goleta es de acero y tiene dos mástiles, y fue fabricada para las exploraciones polares. En ella caben 15 personas entre tripulación y los cineastas en residencia que Gaspar espera embarcar para que den talleres de cine y seleccionen las películas que se proyectarán para la gente de los puertos en los que pretenden recalar; todo esto cuando encuentre el financiamiento para alzar velas.
–Cuando cumplí 30 años decidí recuperar un barco que iban a botar, un velero. Lo empecé a refaccionar durante tres años y, entremedio, mis amigos marinos me enseñaron a navegar. De ahí no he parado.
Gaspar estudió Cine en la Universidad Arcis y en Europa ha realizado documentales, entre ellos, Sempre le stesse cose, presentado en el último Fidocs, de Santiago, en Yamagata, Japón, y el Cinéma du Réel, en París. Una película realizada junto a su ex pareja Chloé Inguenaud, madre de su hijo Octavio, de 4 años. El llevar cine a distintos puertos resulta, según sus propias palabras, un proyecto inédito que le permite combinar la navegación, que tanto le gusta, con su formación de cineasta.
¿Qué piensa tu padre de esta aventura?
Que es un hermoso sueño, que siga adelante. Los gestos poéticos de Raúl, como los poemas escritos en el cielo de Nueva York y la radicalidad literaria de Juan Luis, me dieron pautas de poder imaginar sin censura, como hacer una tripulación de cineastas proyectando cine en lugares recónditos y apartados. No veo ningún imposible en el proyecto. Son barcos, cineastas y proyectores como hay tantos. Me apasiona la idea de navegar mostrando cine, dando esperanza y luz a la gente, enseñando a filmar y a hacer sus propias películas a las comunidades donde el barco pasa.
Gaspar tuvo una relación conflictiva con su padre luego de la separación matrimonial, que ocurrió cuando él tenía meses de vida. "Siempre le saqué en cara su ausencia. Le tenía mucha rabia", dice.
Vientos del pasado
Gaspar no ha sido un hijo fácil, asegura. Es el único que tuvo una relación realmente conflictiva con su padre, luego de la separación matrimonial, cuando tenía apenas unos meses de vida. "Siempre le saqué en cara su ausencia, le tenía mucha rabia. Sin embargo, cuando lo veía me moría de amor por él", señala. Le pregunto si tiene alguna fotografía con su padre cuando pequeño, me dice que no hay ninguna. "Nada, no existe", dice.
¿A qué crees que se debe eso?
En un momento las cámaras fotográficas en mi familia fueron un objeto extraño. Tal vez se deba al dolor del periodo. Las fotos, en algunas familias, tienen que ver con la felicidad. Y yo creo que en mi familia, en dictadura, había mucha infelicidad. Quizás por lo mismo desarrollé una forma de obsesión por las imágenes, tratando quizás inconscientemente de hilar esa falta, de entenderla.
¿Cómo estás con tu padre ahora?
Hay una gran reconciliación y reconocimiento. Antes no tenía todos los elementos para entenderlo. Uno se da cuenta que las cosas no son tan simples para nadie. Nos estamos acercando en un sentido profundo, porque nos estamos entendiendo. Yo a Raúl lo puse en conflicto. No fui un hijo fácil con él, porque estaba lleno de resentimiento. Él era joven cuando yo era un adolescente y los manuales para lidiar con los adolescentes aún no estaban de moda.
¿Qué hacías?
Cuando llegaba lo miraba feo, no lo dejaba entrar a la casa o le pedía cosas. Inconscientemente lo estaba castigando; lo amaba pero yo era muy impetuoso, precoz y rebelde. Y no le hacía las cosas fáciles para acercarse. Se creaba un círculo vicioso, pese a que nos llevábamos muy bien como personas, como amigos. Raúl es alguien que me seduce, que me agrada, con quien me río. Hay feeling y, quizás por esa cosa extraña que provoca la amistad, no siendo un hijo totalmente asumido, había conflictos entre nosotros.
¿Cómo viviste la separación y la nueva pareja de entonces de tu padre, Damiela Eltit?
Viví la separación como un abandono paterno y ese abandono lo viví como un adulto. Yo estaba demasiado consciente de su ausencia. Raúl fue padre muy joven: tenía 21 años cuando tuvo a mi hermano mayor y 24 cuando me tuvo a mí. Es decir, tuvo tres hijos de un paraguazo cuando tenía veinte y tantos y, hoy me pongo en su lugar, fue duro para él. Y con Damiela tengo contacto a través de mi hermano Felipe y, aunque no hablamos, es una relación cálida.
¿No tienes resentimiento con ella, entonces?
Cero, al contrario. Ella es una súper mujer, una gran persona. Damiela es inocente de lo que fue nuestra historia. Ella es la mamá de mi hermano, la súper mamá de él. Y los momentos que pasé con ella fueron lindos.
Los primeros versos
"¡Sebastián!", le gritaba Juan Luis Martínez cuando Gaspar iba a su librería. Por muchos años tuvo como figura paterna a su tío Juan Luis, quien comía casi todos los días en la casa de Gaspar, en Miraflores, Viña del Mar. Ya entonces a Gaspar no le gustaba su primer nombre, Sebastián. Lo detesta todavía.
A los 12 años, cuando empezó a escribir poesía, empezó a usar Gaspar, nombre con el que lo conoce todo el mundo desde que pisó suelo francés. Escribió versos muchos años sin el deseo de publicar; estaba rodeado de poetas y no tenía ganas de estar repitiendo algo. Pero hoy, a los 41, se quiere lanzar a la piscina.
¿Le mostrabas tus poemas a Juan Luis?
Sí, él era primer lector de mis poemas. No sé si era porque era mi tío, pero le gustaban y le agradaba la relación que establecíamos a través de ellos; éramos cómplices.
Los últimos años de vida de Juan Luis se estaba quedando ciego por la diabetes y Gaspar se transformó en su lazarillo. Le leía sus textos cuando iba a almorzar a su casa. Pasaban de esas lecturas a la práctica de escribir poesía. También tenían discusiones muy interesantes.
–Yo era un poeta adolescente, muy seguro de mí mismo, un poco arrogante. No veía a Juan Luis como a un monumento o un erudito; lo trataba como a un igual. Y a él le agradaba que no tuviera complacencia jerárquica. Teníamos el deporte de no estar de acuerdo fácilmente. Pasábamos horas y horas hablando. Éramos muy amigos.
Él último día que vio a su tío, fue tres días antes de que muriera. Gaspar estaba en su librería y tuvieron una discusión sobre las escuelas y las academias, y cómo las escuelas tratan y pretenden hacer artistas. Juan Luis estaba totalmente en desacuerdo. Gaspar, al contrario, estaba de acuerdo con que las escuelas son luces y necesarias para algunos para empezar un camino. E inesperadamente Juan Luis le dice a Gaspar que tiene toda la razón, cosa que entre ellos, no estaba permitida. Gaspar recuerda se quedó helado y sintió que, a sus 17 años, se estaba graduando, que Juan Luis le había entregado un diploma de ser su sobrino. "Fue como si me dijera ya puedes vivir sin mí. Ya tienes tus propias razones para empezar a vivir como tú lo creas". Luego, Juan Luis le dio la mano y un beso. Gaspar se fue con un sentimiento extraño, de orgullo y culpabilidad. A los tres días su tía Eliana avisó que Juan Luis había muerto.
A los 12 empezó a escribir poesía y su primer lector era su tío, el poeta Juan Luis Martínez. "Le gustaban mis poemas", recuerda Gaspar, quien fue el lazarillo de Juan Luis cuando se empezó a quedar ciego a causa de la diabetes.
Gaspar recuerda que a un mes antes de morir, Juan Luis le dijo: "no quiero que mi hija menor, María Luisa, sea infeliz. Preocúpate que ella sea feliz el día que yo muera". El día del funeral, en una parroquia de Viña del Mar, Gaspar y su prima estaban sentados juntos. La miró y escuchó que el sacerdote dijo "algo así algo así como esta oveja descarriada que vuelve a nosotros". Acto seguido, estallaron en una risa incontrolable y tuvieron que salir de la misa, bajo la mirada de reprobación de toda la gente que había ido dar el adiós al poeta. "Unas risas que fueron de nervio pero cumplieron inconscientemente la voluntad de Juan Luis".
¿Lograste ver juntos a tu padre y a Juan Luis?
Nunca. Zurita y Martínez tuvieron una historia tremenda de amistad; sus años en Concón, donde compartían la máquina de escribir. La separación de mis padres se mezcló. Ellos dos eran caracteres distintos, pero muy fuertes ambos. Fueron relaciones tumultuosas, llenas de respeto y admiración, sin duda, de mucho amor. Martínez se alejó por defender a mi mamá, su hermana menor, aunque la relación de ellos, dos grandes poetas, no daba más en ese periodo. Raúl entonces tenía un camino que emprender y necesitaba su independencia.
¿Qué ha sido de tu madre?
Mi madre es uno de los mejores secretos de Chile en el ámbito artístico. Fue elegida por el Círculo de Críticos de Arte la mejor artista de 2011, con la exposición Se ha atrapado la palabra, en el Museo de Bellas Artes. Una obra que incluía textos desplegados en muros a modo de poema visual.
Ella ha tenido un trayecto subterráneo...
Mi mamá no le dio espacio al amor, se focalizó en el amor de madre y hacia el arte, esencialmente.
Poesía y mar
El gran culpable de su amor por el mar, fue su abuelo materno, Luis Martínez Villablanca, gerente de la compañía Sudamericana de Vapores. Un hombre de carácter fuerte y boxeador amateur en su juventud, todo lo contrario a su mujer, Isabel Holger Dabadie, de gestos más delicados. Su madre y tío le transmitieron a Gaspar las historias de su abuelo que murió cuando él tenía 4 años.
–Siempre miré los veleros de Viña del Mar con una fascinación dolorosa. Quería navegar. En un periodo de mi vida, quise sin decirlo, como un amor oculto, entrar a la Escuela Naval, pero me autocensuré porque significaba pertenecer a la escuadra de Merino. Miraba a los marinos con rabia celosa; quería embarcarme con ellos.
¿Qué sientes navegando?
Es el lugar en el que quisiera estar siempre. El mar me hace soñar, viajar, no solo como medio de transporte, sino con el pensamiento. No es solo el océano, son las estrellas en la noche, esa sensación de pequeñez que me hace tener ganas de descubrir, de viajar a lo desconocido.
¿Qué similitud ves con la poesía?
La poesía es un arte de navegador: te confronta a la inmensidad de ti mismo y del universo. A partir de esa inmensidad, uno como individuo, avanza en lo desconocido.
¿Cómo tomas la vulnerabilidad, como la que afecta a tu padre hoy que tiene Parkinson?
Siempre tuve el sentimiento de que tenía un padre muy fuerte, inmortal. Desde mis 26 años a los 35, corté toda relación con él, excepto algunas llamadas. Necesitaba esa distancia. Hasta que Raúl me vino a ver a París, en busca de una reconciliación y lo vi con su Parkinson avanzado. Me dio rabia la distancia, todo el tiempo que no estuvimos juntos, y me di cuenta del amor infinito que sentía por él. Esos golpes ponen las cosas en su lugar. Nuestros problemas fueron los naturales de un padre y un hijo que vivieron separados. Raúl y Juan Luis, mis dos padres, me enseñaron a no aceptar la norma. Si a tus hijos les pides que sean disidentes, cómo no van a ser disidentes contigo, y me transformé en eso.
¿Y cómo te ves en un futuro cercano?
Contento de seguir luchando por mi proyecto con los veleros. Me gustaría verme sabio como veo a mi padre ahora y sobre todo dulce y suave como fue mi abuela materna. Con los años me estoy pareciendo más a ella; aspiro a eso.