Todos los días Claudia (quizo resguardar su identidad) se levanta temprano, desayuna y va a dejar a su nieto al jardín a las 07:30. Después, se va a la empresa de alimentos donde trabaja hasta las 17:00, pasa a buscar a su nieto, y se va rápidamente a su casa para que la persona que la ayuda a cuidar a su madre de 88 años con Alzheimer se pueda ir a las 18:00. Luego, le da comida a su nieto y después a su mamá. Los acuesta mientras sus hijas de 19 y 23 años llegan de la universidad, ordena la cocina y se va a acostar. A veces, antes de dormir, escucha meditación.

“Eso me ha ayudado mucho en las noches”, comenta.

Claudia se encuentran en la llamada “generación sándwich”. El término se refiere a personas que, en un determinado momento de su vida, son responsables del cuidado de sus hijos y/o nietos todavía dependientes y, al mismo tiempo, de padres envejeciendo con necesidad de apoyo.

Si bien la generación sándwich no es un fenómeno nuevo, porque históricamente los hijos adultos proveen ayuda para el sustento y cuidado de sus padres mayores, muchas veces dentro de hogares extendidos, el Banco Mundial ha advertido que varios aspectos de la dinámica demográfica de los países latinoamericanos empiezan a demandar la atención de políticas públicas enfocadas en este fenómeno.

“Nuestra sociedad vive una serie de profundos cambios demográficos”, explica María Beatriz Fernández, profesora del Instituto de Sociología UC e investigadora asociada del MICARE. “Uno de los cambios dice relación con el aumento de personas mayores, quienes además vivirán más años, lo que redunda en nuevos desafíos con relación al cuidado de una parte significativa de este grupo”, dice. En Chile entre 1990 y 2017 el porcentaje de hogares en donde solo viven mayores de 64 años aumentó del 5% al 11%.

Asimismo, “hay cambios en los patrones de fecundidad, en el sentido de que si bien hoy nacen menos niños, la edad de las madres es cada vez mayor, lo que propicia el escenario de tener dentro de las familias niños y adolescentes que requieren ser cuidados, en conjunto, con padres y madres mayores más envejecidos, y con mayor posibilidad de ser dependientes y necesitar apoyo”.

Un estudio del Pew Research Center estimó que al menos una de cada cuatro personas adultas a nivel mundial ya se encuentra en esa situación. Como Claudia.

Cambio de vida

Pasar de ser solo madre a también cuidar de su propia mamá y de su nieto, dice, ha sido “bastante demandante”. “Diría que es demandante y desafiante porque es un cambio diario. Mis hijas están cambiando porque todavía son un poquito adolescentes, mi mamá con su Alzheimer y mi nieto chico cambian día a día. La verdad es que día a día hay distintas cosas. Y es bien duro ver, por ejemplo, cómo mi mamá va desaprendiendo cosas y, al revés, mi nieto las va aprendiendo”, comenta Claudia.

Además, añade, está el hecho de criar a dos hijas jóvenes que salen, que van a fiestas, que llegan tarde: “Es difícil salir de repente a buscarlas, me ha tocado ir con mi mamá y con la guagua a buscarlas a las tres, cuatro o cinco de la mañana, porque no me contestan el celular o no sé dónde están o me llaman pidiendo que las vaya a buscar”. A todo ello, se suma el trabajo, “donde siempre hay que andar feliz de la vida. Es difícil”.

La presión por no perder trabajo, en esa situación, asume, es tremenda. Sus dos hijas estudian, son dependientes económicamente y Claudia es divorciada. “Con mi sueldo debemos alimentar a todos”, sostiene.

“En 2020 quedé cesante en esta situación y con el bebé muy chiquitito. Fue muy estresante para mí. Gracias a Dios encontré trabajó a la semana siguiente, pero me pasé todos los rollos del mundo y fue muy duro”, comenta.

Incluso cuando las cosas andan bien, Claudia asume que siempre está pensando en los peores escenarios. Que si pasa algo con su mamá en la casa. Que si sus hijas se tardan en llegar de la universidad. Que si su nieto sufre algún accidente. Que si esto, que si lo otro.

“Pienso en todo. Por ejemplo, mi hija está recién asumiendo esta responsabilidad de ser mamá. Yo voy a apoyarla, obviamente, yo le dije que si ella seguía con su bebé yo iba a estar siempre presente, es una promesa de por vida”, comenta.

Ausencia de políticas públicas

La situación de la generación sándwich en Chile hoy es muy compleja.

María Beatriz Fernández explica que el país tiene “una organización social de los cuidados desigual, donde es la familia y fundamentalmente las mujeres dentro de ésta, quienes se hacen cargo en gran medida del trabajo de cuidado”. Sin embargo, esto sucede cuando cada vez es más común que las mujeres estén insertas en el mercado laboral, lo que las deja en una posición muy compleja, como la de Claudia.

Esa situación, detalla la experta, se ha denominado “crisis o déficit de los cuidados, entendiéndose que cada vez hay más personas que requieren cuidado, a la vez que las mujeres tienen menos tiempo para otorgarlo”.

Ante la falta de corresponsabilidad de género y la limitada cobertura del Estado en estas materias, dice María Beatriz Fernández, “las mujeres siguen asumiendo esta labor, pese a estar cumpliendo otros roles, lo que conlleva a utilizar diversas estrategias para ‘conciliar’ el trabajo remunerado con el no remunerado, lo que tiene aparejado diversas consecuencias en distintos ámbitos de su vida, como es tener menos disponibilidad de tiempo libre, para el ocio, para el desarrollo personal”.

Esto todo va de la mano con un empeoramiento de la salud mental y también física. “También puede tener consecuencias sobre el propio empeoramiento de la calidad de las relaciones familiares, de amistades, pareja, etc. Y en algunos casos, al no encontrar un ‘equilibrio’, pueden verse forzadas a salir del mercado laboral o bien optar por trabajos parciales que les permitan responder a las necesidades de cuidado de ambas generaciones”, añade.

Claudia dice que tiene una pequeña red de apoyo. Una cuidadora que la apoya con su mamá y a quien, a veces, puede llamar los fines de semana. Pero hasta ahí llega su red. “Mi hermana vive fuera de Santiago así que se hace un poquito difícil. Además, las niñas también están con sus actividades y me ayudan en ciertas situaciones”, comenta.

En ese contexto, asume Claudia, no son muchos los espacios de distensión con los que cuenta. Se obliga a juntarse con amigas una vez al mes. A veces viaja un par de semanas a visitar a su pareja que vive afuera de Chile, o él la viene a visitar. “Eso me sirve mucho”, comenta.

Pero ha tenido que ir dejando otras cosas que le daban placer. Antes iba todos los días a hacer deportes, pero no lo hace desde que nació su nieto. “Ya no hay espacio en la tarde, ya no hay espacio, hay que buscarlo, darle comida, mi hija a veces estudia, va al gimnasio ella, porque también está estresada. Como que yo me postergo por ese lado”, reconoce.

Ese escenario, afirma María Beatriz Fernández, hace reflexionar sobre la necesidad de contar con políticas públicas: “Y, como se ha estado en los últimos años debatiendo, establecer un sistema de cuidado que permita responder a los requerimiento de un país cada vez más envejecido, pero no a costa únicamente del trabajo de las mujeres, sino más bien, estableciendo una organización más igualitaria, donde diversos actores, tales como el Estado, el mercado, las organizaciones civiles, en conjunto con las familias, se hagan corresponsables de esta labor”.

Economistas del Banco Mundial han planteado lo mismo: en los países de la región, sostienen en un documento, donde apuestan por una mayor prosperidad y reducción de la pobreza, “se vuelve imperativo incorporar, desde los diferentes sectores, atención y soluciones a la carga desigual que enfrentan las mujeres de la generación sándwich”. Mujeres como Claudia.