Cada vez que Javiera se levanta y ve su rostro natural frente al espejo, sin maquillaje ni filtros de Instagram, dice que no se reconoce. O más bien decide no reconocerse así, con esas manchas y las líneas de expresión que han ido apareciendo alrededor de sus ojos en la última década. Ya no es quien fue a los 20; hoy tiene 38 años y cuando se mira desnuda y nota el incipiente envejecimiento de su cuerpo, sumado a un embarazo y los cambios de peso que ha tenido, lo que siente no es solo nostalgia. Es culpa y preocupación, es ansiedad y angustia, y también es negación frente al avanzar inevitable que es envejecer. “Pienso mucho en cómo me veré a los 50 y me angustio. Es un pensamiento recurrente durante el día, inevitablemente eso está afectando mi autoestima y por ende mi calidad de vida”.

“La tragedia de la vejez no consiste en ser viejo, sino en haber sido joven”, le decía uno de los personajes de El retrato de Dorian Grey a Dorian, el hombre que se obsesionaba por mantener su imagen de juventud a cualquier costo en la afamada novela de Oscar Wilde. Ocurre en las novelas clásicas del siglo XIX y sigue ocurriendo hasta hoy: algo tan natural e inevitable como los vestigios del paso del tiempo para algunos puede convertirse en un martirio y en la mayor obsesión de control. Es cierto, a todos y todas nos mueve el piso ver cómo la juventud se nos va desvaneciendo, pero en algunos ese resquemor puede ir acompañado de un componente tóxico y persistente. Lo llaman “Gerascofobia” o el miedo extremo a envejecer, algo que nos puede llevar de manera obsesiva a controlar cada cambio del cuerpo asociado a la pérdida de la belleza y juventud. Considerada una forma más de “edadismo”, la gerascofobia puede manifestarse con las primeras arrugas, las primeras canas o los primeros indicios de cambio en nuestra forma física, una reacción común que puede influir directa y negativamente en nuestra calidad de vida.

Para la psicóloga especialista en terapia de adultos Catalina Celsi, este miedo a envejecer puede estar vinculado a una serie de factores psicológicos y emocionales que vale la pena explorar. “En nuestra sociedad actual existe una tendencia, más o menos consciente, a pensar en la vejez con cierto nivel de devaluación, y puede haber algo peyorativo cuando hacemos referencia a ello. Envejecer entonces asusta porque está vinculado a una serie de factores que se relacionan con pérdidas. Algunas de ellas como la pérdida de vitalidad, de atractivo físico y/o sexual y la disminución de la independencia hacen que naturalmente sea una etapa de complejos desafíos. Asociamos la vejez con soledad, disminución de facultades y pérdida, y aunque esto es cierto, no es todo lo que hay. En este sentido, la vejez no está exenta de obstáculos, así como tampoco lo está ninguna otra etapa anterior de la vida. El problema está en que no estamos pudiendo apreciar ni rescatar nada de lo que el paso de los años nos da”.

Una cuestión cultural

Tener culturalmente una imagen negativa de la vejez es un escenario que no ayuda a la ansiedad por el paso del tiempo. En una sociedad que asocia o equivale la vejez a la decadencia, pérdida de belleza, soledad, inutilidad o dependencia, es difícil no caer en este miedo a envejecer. Los valores que la sociedad da a la juventud, la belleza, la rapidez, la eficiencia y lo nuevo como algo asociado al éxito y la felicidad, hacen que reconciliarse con el paso del tiempo sea toda una odisea. “No podemos obviar que el contexto social y cultural ha cambiado, y con ello, el lugar que le damos a esta etapa de la vida”, reafirma Catalina. “Contrario a lo que ocurría en civilizaciones pasadas en las que el paso de los años tenía un valor y los ancianos ocupaban un lugar en la organización social, el anciano de hoy suele estar marginado. La vejez se ha ido convirtiendo en una etapa a la que no queremos llegar, y el proceso de envejecer no solo es indeseado, muchas veces es también evitado y devaluado”. Es por eso, dice Catalina, que muchas veces se está dispuesto a todo para que no se note el paso del tiempo.

¿Somos las mujeres más propensas al miedo a envejecer?

Desde la experiencia de la psicóloga Catalina Celsi, en consulta, lamentablemente sí. Las mujeres tenemos una presión social brutal por ser delgadas, lindas y, sobre todo, jóvenes, dice. “Utilizo el término brutal porque, además de ser una contienda imposible, es injusta. Si nos detenemos a pensar, se trataría de ir en contra de la naturaleza misma, del tiempo y de la condición humana. Mientras que la mujer mayor es inmediatamente despojada de sus cualidades de sensualidad y coquetería, el hombre mayor puede gozar de ser considerado atractivo por el hecho de tener experiencia, y dicha experiencia, reflejada en canas y arrugas, suma. Las canas terminan por favorecer a los hombres, mientras que las mujeres haremos todo lo posible porque no se noten. Someterse a procedimientos quirúrgicos para mejorar el aspecto físico es habitual, aunque ese “mejorar” esté muchas veces relacionado con mantener la juventud a toda costa. No estamos pudiendo aceptar el paso de los años con naturalidad, y la vejez se trata justamente de respetar lo natural, y darle un legítimo lugar a lo que hemos vivido”.

Algo así le ocurre a la empresaria Andrea Puig, a pocos meses de cumpir sus 40 años. “No hay nada que me traume tanto aún pero tampoco es algo que que pase desapercibido”. La sensación que comienza a tener Andrea con los cambios de su cuerpo están en la linea de la preocupación que ya siente Javiera. “Cuando me río frente al espejo o me veo en fotos veo esa cantidad de arrugas que tengo alrededor de los ojos y no me reconozco. Yo me siento joven, pero las fotos demuestran que ya no lo soy tanto. Me pasa lo mismo con las canas que recién están saliéndome, me las saco todas porque quiero retrasar ese proceso que evidencia mi edad”. Pero para Andrea, la culpa de esto tiene sobre todo que ver con algo de género, con esa presión que se tiene especialmente sobre el físico y la juventud de las mujeres. “El paso del tiempo para las mujeres es súper distinto que para el de los hombres. Si ellos se van poniendo más más arrugados y canositos incluso se ven bien, pero en cambio las mujeres no. No podemos envejecer tranquilas, las que son muy canosas o muy arrugadas, como que ya pasan a estar más viejas y en el fondo no tan sexys. Obviamente una se siente cada vez más segura con los años, y eso se refleja, te hace ver bonita, pero inevitablemente la ‘cáscara’ es más exigente para las mujeres y eso nos afecta”.

El papel de las redes sociales

Cada cierto tiempo hay algún filtro en nuestras cámaras que se pone de moda y nos tiene a todos los usuarios de redes sociales probando cómo nos veríamos más jóvenes y más “bellos”, o por el contrario más viejos y arrugados. Y cada vez que estos filtros se viralizan nos enfrentamos a las distintas reacciones personales al vernos con canas, patas de gallo, cachetes caídos y narices crecidas o por el contrario darnos cuenta cómo cambiaría nuestra imagen si ya no tuviéramos estas características que adoptamos con la edad. Habrá quienes se lo toman con humor y con cariño, quienes incluso pueden reconocer a sus propios padres, abuelos o ancestros en esa vejez, y otros tantos para quienes la devolución de ese rostro arrugado sea una cachetada, un balde de agua fría.

“Estas app que generan una imagen envejecida o rejuvenecida de uno es probable que despierten en algunas personas mecanismos defensivos de control, como una obsesión por mantenerse en la imagen ideal, que en nuestra sociedad remite a una juventud que está entre la adolescencia y la adultez” reflexiona la psicóloga especialista en jóvenes y adolescentes Helga Delgado, de Grupo Asocia. “En nuestra sociedad hoy existe una exacerbación de lo imaginario por sobre otros aspectos de la existencia, por ejemplo, la búsqueda del ideal de perfección a través del cuerpo o la imagen que se exterioriza hacia el otro social. La búsqueda de ese ideal deja fuera esas imperfecciones que no responden a ese ideal o imagen social, y son estos aspectos de uno mismo que son considerados negativos, que se rechazan o se intentan ocultar o cambiar, en filtros, intervenciones quirúrgicas, maquillajes, fotos ideales etc. como si a nivel social nos resistiéramos a elaborar el paso del tiempo, la imperfección, el aburrimiento, o lo real de la existencia. Una manifestación asociada a esto y muy presente hoy en día son la hiperpeocupación y control por la imagen y el cuerpo y la gerascofobia o el temor a envejecer, que genera estados de disconformidad y malestar en distintos ámbitos en los que se desenvuelven la personas”.

Las celebridades que “no envejecen” tampoco están ayudando

“Nuestra cultura está fomentando una especie de ideal tipo Benjamin Button en la que el premio se lo lleva quien menos envejece”, dice Catalina, en relación a importantes figuras como Shakira, Jennifer López, o las hermanas Kardashian. “Se convierten en ideales que poseen el ‘don’ de la eterna juventud. Verlas rejuvenecer con el paso del tiempo provoca un efecto que no solo nos aleja de la realidad, sino que nos hace negarla. Fomentan una brecha tan grande entre las expectativas y la propia realidad, que termina menoscabando la autoimagen y autoestima”.

Por el contrario, aquellos modelos que sí nos muestran la vejez como parte de la evolución natural pueden ayudar a reconciliarse y flexibilizar los ideales, dice Catalina. “La actriz Meryl Streep, quien lleva su pelo al natural mostrando sus canas lo retrata de una manera maravillosa: ‘Que nadie me arrebate las arrugas de mi frente, conseguidas a través del asombro ante la belleza de la vida; O las de mi boca, que demuestran cuánto he reído y cuánto he besado; Y tampoco las bolsas de mis ojos: en ellas está el recuerdo de cuánto he llorado. Son mías y son bellas’”.

“Tenemos una responsabilidad como sociedad de naturalizar y valorar la experiencia de vida, no solo como algo normal, sino también como algo valioso” concluye Catalina Celsi. “Si la valía de nuestras mujeres y hombres está puesta en la apariencia física y la potencia física, no es de extrañar que envejecer se convierta en un proceso traumático que significaría perder el sustento del amor propio. Es un problema cuando dejamos de lado el cultivo de nuestro intelecto y mundo interior, y nos enfocamos en sostener a toda costa un ideal de apariencia física. Con el paso del tiempo al perder la juventud, no tendremos de qué sostenernos”.