Atrevida

Si alguien pensaba que Gloria Simonetti se había bajado de la pelota, estaba equivocado. A sus 63 años, más vital que nunca, sale a cantar todas las semanas a regiones y ha editado siete discos en el último tiempo. Tan arriba está su autoestima, que en la carátula de su recién aparecido álbum, Desnuda, figura nada menos que ella misma, de espaldas, mostrando piel y curvas de su bien mantenido torso.




Mundos diversos que se cruzan en la historia de esta cantante, que ha enfrentado con atípica osadía giros biográficos tan inesperados como u7na temprano separación, fuertes prejuicios de clase, la muerte accidental de su segundo marido y la consagración sacerdotal de su único hijo.  La intérprete, que acaba de autoeditar el disco Desnuda, abraza hoy con entusiasmo una vida que, cree, a muchas les produce envidia.

Llegó un momento en que la carrera de cantante de Gloria Simonetti dejó de depender de mánager, sellos o directores de televisión. La industria musical entraba en crisis, los programas se llenaban de chismes, y una voz con experiencia –más de cuarenta años, en su caso– pasó a ser considerada un riesgo. "Seguiré cantando y sacaré un disco cada dos años", les dijo entonces Gloria Simonetti a sus seguidores y a los escépticos que insistían que la autogestión era cosa de principiantes. Y, con esa mezcla de rigor y porfía que la caracteriza, cumplió la sentencia.

"Uno no puede mirar desde la vereda del frente aquello que te fascina. Si cambia el contexto tienes que buscarte tu espacio. En mi caso, estoy llena de actuaciones en provincia, cosa que ahora me encanta porque en algún momento de mi vida fui muy reacia a salir de gira. Siempre privilegié mi vida de familia. Pero ahora estoy más libre. Mi vida es cero monótona, es muy entretenida".

Todas las semanas, Gloria Simonetti carga su auto de ropa y maquillaje como para una gran gala. En su destino, la esperan audiencias de regiones que se acostumbraron a verla en televisión en los años setenta y ochenta –cuando la cantante impuso un estilo de canto adulto y semidramático, repertorio amplio y cuidados arreglos– y hoy se sorprenden de escucharla interpretar una canción de Sting, por ejemplo, o bailar sobre el escenario con asombrosa ligereza.

–Me importa comunicar lo mucho que disfruto cantando, para que la gente pueda sentirse emocionada. Sobre todo en un mundo como el de hoy, tan rápido. El otro día una señora en Rengo me escuchó y me decía: "Hacía veinte años que no lloraba".

¿Qué cambios notas en tu voz con los años?

La tesitura es la misma, pero interpreto con mucho más sentido. Ya no tengo esa necesidad de "tirar toda la carne a la parrilla", sino que mis matices son más ricos, puedo hacer lo que quiero con la técnica, conozco trucos. Es muy agradable, porque ya no me pongo cortapisas.

Tus antiguas fotos son las de una joven que parecía tomarse el canto con gran seriedad. ¿Eres hoy menos solemne?

Totalmente. Incluso más: cuando era lola me vestía como señora. Y ahora que soy señora me visto como la Arenita (se ríe). Porque yo, al principio, necesitaba que me escucharan cantar. Que no se fijaran en mis piernas ni en mi escote, ni en si yo era o no una mijita rica. Y pasé mucho tiempo así, haciéndome la seria, preocupada de que no se rieran de mí. ¡Y eso cuesta! Pero una vez que ya lo logras, lo disfrutas. Hoy en día no tengo problemas con mi cuerpo, ni con mi edad ni con nada. Me importa un cuete demostrar algo.

Desnuda, la canción principal de su disco homónimo, es una balada de Daniel Guerrero, que habla sobre una mujer aferrada a la posibilidad de experimentar un nuevo amor pese a su soledad. La letra, es evidente, se ajusta al apasionamiento de la propia intérprete en esta etapa, la que vive con incamuflable coquetería y entusiasmo.

–La letra de la canción tiene que ver con quien soy, con lo que creo, con la fe en el amor. Porque yo creo en el amor, y creo que por ahí está la persona que me puede acompañar.

¿Vives hoy la búsqueda de pareja con menos ansiedad que antes?

Noooo, la vivo con la misma ansiedad. Sigo siendo exactamente igual que cuando tenía 18 años. Sigo necesitando… no un marido, no sé si me acostumbraría a vivir con alguien dentro de mi departamento para que me maneje el control remoto, pero sí alguien con quien pueda compartir, conversar, viajar a mis cosas o a las de él. Pero también he llegado a la conclusión de que los hombres me tienen miedo. Quizás me ven muy segura, pese a que soy lo más cabra chica que hay para un montón de cosas.

Pero tienes una vida armada.

No tengo ningún cacho. Soy viuda, mi hijo ya tiene su vida, tengo mi situación económica. Encuentro que soy la pareja ideal, ja, ja, ja. Eso sí, me gustan guapos. Mis dos maridos fueron regios, tengo que reconocerlo.

Hay mujeres que prefieren hombres no tan lindos para no tener que cuidarlos.

Nooo, pero es que una vez que la persona está conmigo ya no está nunca más con otra. Yo ahí les hago… –y hace un gesto gracioso antes de largarse a reír–.

Uno se ríe junto a Gloria Simonetti. Su vivísima personalidad cruza de modo atípico varias formas a la vez. Parece convencional, pero es graciosa. Parece formal, pero su pelo rojo lo desmiente. Combina el ritmo trepidante del espectáculo con opiniones rigurosas sobre la formación académica de los artistas y el devenir cultural de Chile.

–Este es un país que no valora la experiencia, que no mira a sus artistas populares, que no permite que uno haga el tipo de espectáculo que sueña. Es un poco frustrante, es una pena que uno lleva, porque, mal que mal, yo elegí quedarme en Chile y no irme a México, que es donde me ofrecían en los años setenta instalarme y darme… ¡todo! Pero tenía a mi hijo. Y me quedé por él.

Quizás qué habría pasado.

Me estarían trayendo y pagándome en dólares, ja, ja, ja.

O habrías echado de menos y sido muy infeliz.

Claro, quién sabe. En su momento lo hice con mucha conciencia, y nunca me he arrepentido. Aunque entonces yo estaba separada, trasplantar a Cristiancito (Campos, su único hijo) me parecía muy egoísta.

Él dirige hoy Un Techo para Chile. ¿Cómo te relacionas con él?

El amor que tengo por mi hijo es incondicional. Mi amor infinito es él. Debo reconocer que Cristián es un personaje: muy inteligente, muy valiente, muy entretenido, muy carismático. Él sabe pa' adónde va la micro. Tanto, que pudo estudiar cinco años de Ingeniería Comercial, trabajar, haberle ido regio… y de pronto decir: "Esto no es lo mío", y meterse a los jesuitas. No era fácil la tarea de reemplazar al padre (Felipe) Berríos, pero ha sido muy respetado.

De beata tú no tienes mucho. ¿Te acomoda la sensibilidad jesuita?

De beata, nada. Los jesuitas son mucho más libres, con las patitas mucho más puestas en la tierra. Son gallos muy preparados. Que mi hijo sea jesuita para mí es un orgullo.

Independiente

Hay quienes se sorprenden al saber que el único hijo de Gloria Simonetti sea sacerdote. De algún modo, este cruce de mundos ha caracterizado su biografía completa. Su trabajo la ha ubicado en proyectos junto a símbolos culturales de terrenos políticos contrapuestos (de Luis Advis, su mentor y autor de la cantata Santa María de Iquique, a Ginette Acevedo, por ejemplo). Pese a crecer en un mundo acomodado y de rígidos roles femeninos, decidió separarse de su primer marido cuando su hijo tenía un año y medio de edad. En señal de repudio, su familia dejó entonces de hablarle por dos años.

–Me fui de la casa con todo el mundo en contra. Mis papás mandaban al chofer para buscar a Cristiancito y así no tener que verme. Encontraban que lo que yo había hecho era lo más horroroso que podía haber sucedido.

¿Y eso no te hacía dudar sobre tu decisión?

No, porque la situación en mi matrimonio no daba para más, y creo que en esos momentos hay que ser absolutamente frontal: "No estoy enamorada de ti, te tengo respeto y cariño porque eres el padre de mi hijo, pero me voy". Y me fui. Nunca me arrepentí. Experiencias así hacen darte cuenta de que puedes valerte por ti misma, y eso para mí ha sido como una marca: soy independiente. Para pensar, para decidir, para decirle a mi familia que voy a cantar, para aguantarme que me pifien (en el Festival de Viña de 1968), para casarme y separarme, para vivir sola; para que se muriera Jorge, mi segundo marido, el gran amor de mi vida… y no caer en las depresiones ni en la victimización. No me gusta que me consuelen. Vivo mis bajones sola, y no quiero que la gente se acerque porque sé que puedo salir de ese hoyo.

No era la norma entre las mujeres de tu generación esa osadía. ¿Tienes amigas de esa época?

Me cuesta tener amigas. Tengo más amigos hombres. La mujer de por sí es más envidiosa y, la verdad, soy lo menos socialité que hay. Me da mucha lata estar obligada en una comida esperando que llegue el postre entre gente que no conozco.

¿Cómo ves a las mujeres de tu edad en Chile? ¿Son felices?

Creo que hasta el día de hoy, si bien se han soltado un poco más, siguen estando encasilladas en, por ejemplo, el deber de mantener el matrimonio aunque vaya como la mona o tengan los cuernos del porte de los de un alce. Las veo mirando mucho hacia el lado, en el sentido de: "Qué bien lo pasa ella y yo no…". Quizás subsiste la dependencia económica: estoy con alguien que me solucione la vida, aunque la relación sea insoportable. No sé.

Y está también la feroz carrera por verse jóvenes.

Es feroz, es cruel. Hoy yo me siento muy cómoda con mi cuerpo, pero también tuve etapas dejadas de la mano de Dios, y es obvio que hay muchos factores que confluyen para que te veas bien o mal. Lo que te pasa, por algún lado se refleja. A las mujeres puede obsesionarnos todo esto. Cuando voy a un mall, veo cómo me miran, cómo cuchichean. Sé leer los labios y sé que están hablando de mí y especulando sobre mis cirugías, ja, ja, ja. Yo te digo: "De aquí para abajo es todo mío"–dice, y se toca el cuello.

¿Mucho gimnasio?

¿Estás loca? Nunca en mi vida he pisado un gimnasio. No lo podría resistir. Prefiero bailar. Ahora, eso sí: necesito que me saquen a bailar, pues…

Sin prejuicios

Gloria Simonetti aún no termina de instalarse física y sicológicamente en Santiago, luego de varios años de una vida más tranquila pero de mucho trabajo docente en Viña del Mar. Instaló allí una academia de canto y vivió varios años en pareja. Ni lo uno ni lo otro prosperaron.

- Me fui con muchas expectativas. Había una cosa idílica, de proyecto. Pero luego me separé, y me empecé a dar cuenta que, aunque la academia conseguía grandes logros, se estaba convirtiendo en un Hogar de Cristo cantado; porque más de la mitad de los alumnos estaban becados. No era un buen negocio. Pude haberme venido y dejarla allá con mi nombre, pero no quise delegarla. Cuando enseño necesito estar ahí, en todo el proceso. Ver las manos del alumno, su manera de caminar, su modo de mirar; fijarme en si está transmitiendo algo al cantar. Se entiende que un cabro no puede transmitir lo mismo que uno, que ha recorrido ya la vida, pero la enseñanza de la interpretación es muy importante. La inflexión, el matiz, más allá de la técnica, porque de voces, hay voces estupendas.

Tu vida está en tu canto, crees tú.

Yo, entre muchas otras cosas, he sido mujer soltera, casada, separada, viuda y conviviente. Y, hoy día, sola. Haber vivido cada etapa intensamente me ha enriquecido mucho, y me ha dado sapiencia para manejarme mucho mejor en el show en vivo, sea en un gran hotel o en un restorán pequeño. Sé qué cantar, cómo agarrar al público…

"Niña rica y consentida" te dijo un diario en los años sesenta. ¿Sientes a Chile aún como una sociedad prejuiciosa y clasista?

Me siento mucho más cómoda en el Chile de ahora. Esa cosa clasista aún existe, pero hoy hay más alternativas, más posibilidades de ser como uno es. Sobre mi condición de "niña rica", bueno, eso era hasta por ahí no más, porque mi padre fue un hombre que partió trabajando a los doce años y que pudo estudiar hasta tercera preparatoria. Solo después llegó a ser un gran industrial. Son prejuicios que están ahí, claro, pero que a estas alturas me parecen irrelevantes.

¿También las asociaciones políticas que puedan hacerte?

He cantado para todos los Presidentes de Chile: todos. Y la gente sabe que bajo Pinochet canté Ojalá, de Silvio Rodríguez, y que hoy grabé feliz una canción preciosa de Patricio Manns sobre Pascua Lama. Me interesan las canciones y los artistas de valor, y me da lo mismo de dónde vengan. Y estoy muy feliz de que no me puedan cazar, porque tengo amigos enfermos de momios y enfermos de comunistas.

Su pelo rojo apenas se agita. Su departamento se queda unos segundos en silencio. La fuerza aquí bulle invisible y escondida, bajo la piel de una mujer más viva que veinte boleros.

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