Graciela Díaz, peluquera
"¿Quiere saber mi nombre artístico o mi nombre verdadero?", contrapregunta la dueña de la pequeña peluquería de barrio que se encuentra ubicada en calle Las Dalias, justo al lado de la cafetería Sabor de Buenos Aires, al preguntarle su nombre. "Lo que pasa es que me llamo Graciela, pero todos me conocen por Ximena porque cuando empecé a trabajar en el año 70 en una peluquería que estaba en Eliodoro Yañez con la Plaza Las Lilas ya había otra niña que se llamaba así. Y una jefa que era española me dijo: "no tienes cara de Graciela. Tienes cara de Ximenilla". Así quedé por Ximena y como nunca me fui de este barrio todos me conocen por Ximena. Incluso mi esposo me dice Ximenilla, ¡hasta mis nietos!".
La peluquería lleva ya 37 años funcionando de martes a sábado y al entrar en ella es como retroceder en el tiempo. Llaman la atención esos grandes "cascos" que emanan calor llamados vaporizadores - donde solían sentarse la mayoría de nuestras abuelas y mamás mientras leían alguna revista de moda -, los cajones llenos de rizadores de colores para conseguir esas marcadas ondas ochenteras, los tarros de laca, las pinzas de metal para sostener los cabellos y el aroma a tintura. "No le tenemos nombre a la peluquería. Somos incógnitas (ríe). Yo lo que le digo a la gente es que somos exclusivas porque nunca, jamás hemos tenido un cartel. Y creo que hemos mantenido el espíritu de una época aquí adentro porque incluso una vez vinieron a pedirme la peluquería desde la producción de la teleserie Los 80". Ximenilla empezó a trabajar en el rubro de la peluquería apenas salió del colegio a finales de la década de 60: con 17 se convirtió en ayudante y dos años después se lanzó a peinar. "Ahí también conocí a mi socia, Rebeca. La peluquería nos ha acompañado toda la vida. Tenemos clientas de hace más de 40 años. Algunas viajan de La Dehesa, porque antes vivían por aquí, luego se cambiaron pero igual vienen a la peluquería. Y es que este trabajo significa todo. Ganamos, trabajamos tranquilas (…) No seremos millonarias pero nos hacemos un sueldo que nos permite vivir. No deseamos más. Mi vida siempre ha estado ligada a la peluquería, ya trabajaba en ella cuando empecé a pololear, luego me casé y tuve hijos. Cuando mis niños eran chicos, porque ahora son hombres grandes, los traía los fines de semana y me acompañaban. Tuve cuatro hijos, a los cuatro los eduqué gracias a esta peluquería y hoy son todos profesionales. Ellos siempre han sabido lo importante que es para mí la peluquería, incluso me ayudan para que yo trabaje tranquila".
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