A diferencia de otras autoras mujeres de su generación, que exploran la complejidad síquica, la mexicana Guadalupe Nettel (36) despliega una escritura clara y expedita, capaz de montar personajes y espacios bien delineados y reconocibles. Por ejemplo, parte de su primera novela, El huésped (Anagrama, 2006) ocurre en el metro de México DF y, aunque el espacio funciona como una metáfora de la vida subterránea, entrega pistas concretas sobre la ciudad real. "Siempre me ha parecido que los subterráneos son un opuesto del mundo exterior", dice Guadalupe. "Una ciudad resplandeciente tiene que tener un metro asqueroso y nauseabundo. Y, al revés, una ciudad caótica, como Ciudad de México, tiene un metro bastante pulcro, con mendigos muy bien organizados".

El mismo año en que Guadalupe publicó El huésped, la revista Gatopardo la eligió como "una de las representantes más ilustres de esta nueva generación de autores" y, en 2007, durante Bogotá Capital Mundial del Libro fue incluida en el listado de los escritores menores de 39 años más representativos de la literatura actual latinoamericana, junto a autores como Jorge Volpi, Juan Gabriel Vásquez, Andrés Neuman y el chileno Alejandro Zambra, entre otros. Luego, en 2008, publicó, de nuevo en Anagrama, el libro de relatos Pétalos y otras historias incómodas, con el que obtuvo el Permio Nacional de Literatura Gilberto Owen, en México. En ellos aparece la figura del desadaptado: personajes cuya identidad está en crisis y despliegan sus obsesiones y patologías dentro de un mundo al que no terminan de pertenecer.

Su figura de escritora prolífica y agente activa dentro del medio literario no pasa inadvertida para un escritor como Alejandro Zambra, que la conoció, justamente, en Bogotá 39. A propósito de su escritura, Zambra comenta: "Me interesa mucho el estilo que, sin estridencias, ha construido. Nunca pierde de vista al lector y a la vez sus narradores hablan como en voz alta. Hay un mundo personal ahí, unas voces que solamente podrían darse en sus libros, y yo creo que eso es todo lo que se puede pedir de un escritor".

Multicultural, Guadalupe Nettel estudió en un colegio francés, pasó parte de su infancia en París y más tarde se doctoró en Literatura. Luego vivió en Barcelona, donde, además de terminar su tesis de doctorado, impartió seminarios y realizó un taller de Escritura. Ahora está de vuelta en México y tiene un hijo, Lorenzo, de 6 meses, con quien viajará a Chile en noviembre para ser jurado del Concurso de Cuentos Paula 2009.

Notas viajeras

Eres mexicana, viviste muchos años en Francia, también has vivido en Canadá y en España. ¿Cómo te configuras en esa mezcolanza de lugares?

Cada lugar y sus habitantes me han aportado cosas distintas. Pero México es el lugar donde crecí y al que siento que pertenezco más. Tengo mucho de mexicana, para empezar mi nombre, que es casi un símbolo. Muchos recuerdos me unen a mi generación aquí, vivencias como el terremoto, el mundial de fútbol, los movimientos estudiantiles de 1994. Las playas de México son el lugar del mundo donde mejor me encuentro conmigo misma y al que voy a refugiarme cuando la vida se me pone difícil.

¿Conoces Chile?

No, pero tengo amigos chilenos que me han hablado de su país y ya había oído del Concurso de Cuentos Paula, así que me dio mucha ilusión que me invitaran de jurado y viajar a conocer Santiago. Ahora, por fin, tendré una probadita de Chile y estoy con mucha curiosidad por leer los cuentos que van a concursar.

¿Qué opinión te merecen los concursos literarios?

Son una muy buena oportunidad para descubrir autores con talento que no suelen frecuentar el mundo de las letras. Por ejemplo, el concurso de novela del diario argentino Página 12 permitió que se publicara la novela Las primas, de Aurora Venturini, una mujer de casi ochenta años que escribe desde hace varias décadas y que jamás había publicado. Yo leí la novela y me impresionó muchísimo el talento de esa mujer.

¿Conoces lo que está pasando en la literatura chilena?

Conozco a pocos escritores chilenos, pero de los que conozco me interesan casi todos. Está, por supuesto, Roberto Bolaño, que describe México de una manera maravillosa y muy aguda, y José Donoso, que leí en la adolescencia. Más tarde he leído con mucho placer a Gonzalo Rojas, Alejandro Zambra y Álvaro Bisama.

En general, ¿con qué escritores actuales te sientes conectada?

Hay muchos escritores actuales que admiro aunque no a todos los conozco. Están, por ejemplo, Philip Roth, a quien no puedo dejar de leer; John Banville; Jean Echenoz y, en un registro distinto aunque imprescindible, Haruki Murakami. Entre los escritores del mundo hispánico me interesa mucho la obra de Enrique Vila-Matas y Pedro Juan Gutiérrez. De mi generación me siento cerca de Alejandro Zambra, Pedro Mairal, Wendy Guerra. Hay una joven escritora cubana, Ena Lucía Portela, a quien admiro mucho. Entre las francófonas me gusta lo que hace Marie Darrieusecq y algunos libros de Amélie Nothomb.

¿Cómo te enfrentas al oficio cotidiano de la escritura?

Tengo mi propia disciplina, pero no soy alguien que se levanta a las seis de la mañana y acaba de escribir a las tres de la tarde todos los días. Sin embargo, escribo de forma cotidiana desde que tenía 16 años y nunca he dejado de hacerlo.

Por ahí dices que tus textos se arman de notas sueltas que vas tomando por la calle…

Funciono mucho anotando cosas, acumulando ideas que después desarrollo. No soy de las que se sientan frente a la página en blanco a ver qué se les ocurre. Si no tengo algo para contar, no me obligo a hacerlo. Cuando se me ocurre una anécdota, una historia o un personaje con una voz propia, busco mi libreta y apunto lo que se me acaba de ocurrir. Pueden ser dos líneas o tres páginas. Luego llego a casa, me preparo un té y paso mis notas a la computadora. Ahí desarrollo la historia y me quedo varias horas, varios días, meses o años escribiendo el texto, hasta que lo termino o lo descarto. Después releo varias veces el borrador buscando errores, cacofonías, incongruencias, hasta que lo siento más o menos pulido. Después se lo doy a leer a mi esposo, a mis amigos y finalmente a mi editor. Todos ellos van haciendo comentarios y aportando sus correcciones y su contribución. Pero aún así siempre hay fallos y erratas que aparecen una vez que el libro está impreso. Es un proceso infinito.

La Cosa

Has tenido mucho reconocimiento, si se toma en cuenta que estás explorando un tipo de escritura que no es complaciente, donde no hay un despliegue de anécdota.

No creo que el éxito que han alcanzado mis libros sea mayor que el que han tenido muchos otros escritores de mi generación. Lo que sí te puedo decir sobre mis experiencias con los lectores en presentaciones y en charlas es que mucha gente se identifica con mis historias y mis personajes. Después de la publicación de El huésped, por ejemplo, se me han acercado personas para contarme que tienen una enfermedad y que al leer la novela sentían que La cosa –ese parásito que invade a la protagonista— era muy parecida al mal que se iba apoderando de ellos. Otros dicen que La cosa se parece a su marido insoportable, a un vicio, a un tic, a un hermano. Esos lectores se ven reflejados en la historia que yo escribí y, más aún, me dicen que al leer el libro se sienten comprendidos y acompañados. Es algo que me da muchísimo gusto, porque eso es lo que yo más aprecio en un libro.

Pienso que también ayuda tu amplitud de movimiento en el circuito literario: haces talleres y colaboras en revistas, no estás encerrada en tu madriguera.

Han funcionado sobre todo las recomendaciones de boca en boca. Hay muchísimos más lectores de novela que de reseñas y de artículos como los que yo suelo escribir en periódicos o revistas literarias. También es verdad que el hecho de haber sido publicada por Anagrama, una editorial con mucho prestigio y muy buena distribución, ayudó a que mi novela captara la atención de los críticos y de los medios de comunicación. Jorge Herralde, mi editor, me apoyó mucho en ese sentido. En cuanto a la amplitud de movimiento… yo soy alguien que sí vive encerrada en su madriguera. Acudo muy poco a las presentaciones de libros y demás eventos literarios.

La ceguera

Tú opción por los lados ocultos, en cierta forma, se conecta con otras escrituras de mujeres chilenas, como Diamela Eltit y Lina Meruane. ¿Las conoces?

Conocí a Lina Meruane hace pocos días. Es muy simpática y creo que sí tenemos muchos intereses en común. Lo de los aspectos ocultos es verdad. Todos tenemos algún rasgo de nuestra personalidad que quisiéramos esconder a toda costa. Sin embargo, estoy convencida de que en eso que tanto nos empeñamos en ocultar radica nuestra verdadera belleza. No estoy hablando de una belleza convencional, sino de una belleza única e irrepetible, como la de una obra de arte. Para mí los monstruos son la encarnación de la belleza en su forma más auténtica, más insólita. Son seres frágiles y valientes que se oponen –voluntaria o involuntariamente– a los modelos convencionales.

En El huésped la protagonista pierde la vista y así es capaz de sumergirse y encarar su lado monstruoso…

La ceguera es un motivo muy arraigado en la literatura y en mi novela tiene varios sentidos. Está asociada al temor de perder el sentido de la vista, al miedo que muchas veces inspiran los ciegos pero, sobre todo, a la ceguera respecto de uno mismo, a esas cosas de nosotros que no vemos o no queremos ver. En lo personal, también tiene que ver con mi historia. Yo nací con una mancha sobre mi pupila derecha y casi no veo con ese ojo. El temor a quedar completamente ciega es algo que me ha acompañado y que también disparó mi imaginación.

La crítica destaca mucho el aspecto sufriente de algunos de tus personajes, como si esta exploración del doble monstruoso fuera necesariamente dolorosa. ¿Compartes eso de que tu escritura está muy anclada en el dolor?

El dolor, dicen algunas tradiciones místicas, es la piedra angular del crecimiento espiritual. En el dolor, las personas dejan de ser falsas. Hay como una pureza, una calidad diáfana y auténtica en esas situaciones que nos ponen al desnudo. A mí me interesa explorar estas experiencias en mis historias, pero no como una forma de regodeo, sino tratando de comprender a los personajes y de ver en qué medida estas situaciones límites les permiten relacionarse con el mundo.

Hace poco tuviste tu primer hijo. No deja de ser una experiencia límite…

Absolutamente. Cuando salí de la clínica de maternidad, más que cambiada me sentía muy confundida. No sabía qué hacer con ese bebé que lloraba todo el tiempo y era tan frágil. Pero vale la pena la experiencia. Sobre todo por la cantidad de amor que uno puede llegar a sentir. Conforme va creciendo, ese amor se multiplica. La experiencia ha cambiado mi vida sobre todo porque yo, la más impaciente y exasperada de todas las personas, he tenido que practicar la virtud de la paciencia y hacerla mía y por increíble que parezca, lo voy logrando.

¿Cómo crees que eso va a afectar tu escritura?

Por lo pronto, ya no tengo el mismo tiempo para sentarme a escribir. Mis momentos de soledad se han reducido como en un 99%. Tengo que abrirme paso entre una maleza de pañales, papillas, llanto y gritos de exigencia para encontrar, si acaso, un par de horas al día para trabajar. En términos de historias y personajes, la presencia de Lorenzo ha provocado que me acuerde más de mi propia infancia y tenga deseos de contarla. Ya veremos qué pasa en los próximos libros…