Debe ser de los regalos más lindos y especiales que he recibido. Me lo regaló mi marido al poco tiempo de habernos conocido, justo antes de que yo emprendiera un largo viaje. Me entregó un pequeño paquetito que me pidió abriera en el Viejo Continente. Por supuesto que lo abrí en el avión, nunca he sido muy paciente.
Un precioso guardapelo de plata con una foto de él. El segundo espacio estuvo vacío hasta que nació mi hijo Milan. Lo uso todos los días, mi hijo no lo suelta. Es mi amuleto de la suerte -y sospecho que también el suyo-; si no lo tengo, siento que algo me falta.
Pero no son fáciles de pillar. A mí me gustan los antiguos, los que tienen historia, desgaste y los que probablemente almacenaron ya varios recuerdos. De esos solo han pasado por mi meticulosa lupa unos tres en mi vida. Alternativamente se pueden mandar a hacer a joyerías especializadas. Si te cruzas con uno antiguo, no dudes en hacerlo propio, porque luego te demorarás un buen tiempo en que aparezca otro.
Especular sobre su calidad y origen tampoco tiene mucho sentido, esto es una cuestión de gustos, preferencia e identificación. Mi único consejo es que deben ser de buen material (idealmente plata) y tener un buen cierre y colgante. Su propósito es almacenar nuestros más valiosos y queridos recuerdos y llevarlos siempre colgando, no olvidemos eso.
CAMAFEO: a veces el guardapelo era decorado con estos relieves tallados en piedras preciosas. Existen desde la antigua Grecia, pero se pusieron de moda en la época victoriana, cuando las mujeres lo usaban como colgante y broche.