Alejados de posibles redes de apoyo que suelen ser las que incentivan y propician la denuncia de situaciones de abuso, al comienzo de la pandemia y con los primeros confinamientos, miles de niños y niñas en Chile, que estaban siendo agredidos sexualmente por algún familiar, se vieron impedidos de denunciar estos abusos por estar con su agresor en el mismo lugar y no poder movilizarse.
Así lo confirman cifras de la Policía de Investigaciones (PDI), institución que en 2020 recibió un 28% menos de denuncias por el delito de abuso sexual en menores de 14 años, situación que cambió en 2021 con la flexibilización de las restricciones y la posibilidad de salir de la casa con mayor facilidad. “En 2021 las denuncias repuntaron y llegaron a los 3.261 casos en todo Chile, con un explosivo aumento en las regiones de Aysén y La Araucanía”, según cifras de la Brigada Investigadora de Delitos Sexuales (BRISEX) de la PDI.
Pero que las denuncias hayan disminuido al comienzo de la pandemia no significa que los abusos también lo hayan hecho. Al contrario, la pandemia propició el abuso psicológico y sexual, una realidad que los niños, niñas y adolescentes de Chile se enfrentan a diario. De hecho, según estudios de la UNICEF, realizados entre 1994 y 2006, los niveles de violencia contra los niños y niñas se mantienen sobre el 70%, mientras que la Encuesta Nacional de Victimización del Ministerio del Interior en 2016 apuntaba que el 75% de los niños y niñas señaló haber sufrido algún tipo de violencia por parte de sus cuidadores.
Según Guila Sosman, psicóloga forense especialista en violencia de género, estamos frente a otra pandemia, la del abuso infantil, y se requiere de cambios estructurales en la sociedad y de una educación temprana que ayude a prevenirla.
¿Cómo cambió la pandemia el escenario del abuso sexual a menores en Chile?
En general, las víctimas conviven con sus agresores y alrededor del 70% de estos, según la estadística, son personas conocidas, familiares o de la red de cercanos de los niños, niñas y adolescentes. La fenomenología de los agresores indica que la mayoría de las veces son de sexo masculino y la víctima es en general mujer. En ese caso, como vemos que son personas que residen en el mismo hogar y que pertenecen al círculo cercano, la pandemia tuvo un rol bastante importante porque el abusador, que en general es el padre, el padrastro o el abuelo, empezó a compartir más espacios con los niños y niñas de la casa y tuvieron más oportunidades debido al confinamiento que difumina los límites de la privacidad.
Además, como consecuencia de la pandemia se comenzó a trabajar e ir al colegio virtualmente, entonces ahí los niños, niñas y adolescentes no tenían la oportunidad de poder establecer relaciones con otras redes distintas a las del hogar que les permitieran contar lo que les estaba pasando y hacer una denuncia. Sin embargo, hay varias investigaciones que explican que el alza de las denuncias por abuso sexual en 2021 fueron el resultado de la salida del confinamiento y por ende, la facilidad para movilizarse, salir de la casa y denunciar.
¿Estos abusos necesariamente se dan dentro de familias con dinámicas abusivas?
Generalmente los abusos se dan dentro de familias donde existe una diferenciación jerárquica muy marcada. Puede ser en familias donde hay una figura, en general masculina, que detenta todo el poder, que muchas veces son hombres autoritarios, violentos, donde tal vez hay dificultad en el establecimiento de los límites, de los roles al interior de la familia. Son familias muchas veces con una cultura machista, entonces hay varias cosas ahí que hacen que existan más factores de riesgo y que sea más difícil que se rompa el silencio y el secreto lo que hace que se perpetúen o perduren en el tiempo estas dinámicas.
¿Qué ocurre en esos casos con el resto de los integrantes de la familia que muchas veces callan o no le cree a la víctima?
Muchas veces las mamás, hermanas o cuidadoras de estos niños, niñas y adolescentes, siguen con el secreto o cuando se rompe el silencio, no apoyan a la víctima, no le creen. Hemos visto muchos casos en los medios de comunicación donde hasta las madres de las víctimas apoyan a los agresores. Ahí pasan varias cosas que tienen que ver con las dinámicas de mucha jerarquización de poder, donde quienes pueden romper el silencio no lo hacen e incluso ni siquiera quieren dudar de los agresores porque dependen, por ejemplo, económica y emocionalmente de ellos. Y es que lo que suele ocurrir, es que los agresores ejercen también otros tipos de violencias contra los otros miembros de la familia, entonces abrir el secreto implicaría un caos y una crisis familiar tan grande, que por conservar el equilibrio familiar, se callan los abusos. Un costo que asume la víctima.
Desde la vereda de la psicología, ¿hay alguna manera de proteger a los niños de ser abusados?
Desde la familia se pueden tomar muchas medidas preventivas, partiendo por una educación no sexista, que no perpetúe estereotipos de género, en la que se hable de consentimiento y derechos de los niños, niñas y adolescentes. Por otro lado, al igual que los factores de riesgo, existen factores protectores que pueden ser potenciados, como una buena autoestima, redes de apoyo familiares, sociales, una buena capacidad de comunicar, un registro de sus emociones, sus experiencias, para que aprendan a comunicar sus molestias.
¿Existe algún perfil de los abusadores que les permita a otros adultos reconocerlos?
Hay distintas teorías que tienen que ver con las características que pueden tener los agresores que ejercen violencia hacia niños, niñas y adolescentes. Uno de los elementos tiene que ver con la cosificación de las víctimas, que las ven como objetos de placer y no como personas iguales con derecho a consentir. Y es ahí donde se evidencia la variable cultural más importante entre los agresores: la cultura de convertir en objetos a los demás y utilizarlos, algo que incluso podemos ver reflejado en la sociedad adultocéntrica, que no concibe que los niños realmente tienen sus propios derechos y pueden decidir por ellos mismos.
Generalmente los abusadores tienen esta visión adultocéntrica, machista, patriarcal y sexista, algo que se ve realzado cuando estas personas además vienen de historias transgeneracionales de agresiones y de hecho, muchas veces han sido ellos mismos víctimas de agresiones sexuales, lo que, aclaro, no es causa-efecto, pero sí propicia a que sean hombres que carecen de habilidades sociales y de comunicación.
Y es que, por esto, a los agresores sexuales les cuesta mucho establecer relaciones sanas y duraderas con personas de su misma edad, entonces agreden a los niños y niñas, o a mujeres en situación de vulnerabilidad, porque son víctimas a las cuales pueden acceder más fácilmente y esto a su vez les proporciona una sensación de triunfo, de poder, porque muchas veces son personas que se sienten inferiores y con la agresión sexual renuevan su sensación de poder.
¿Cuál es el análisis que puedes hacer del estado de las infancias en el Chile de hoy?
Creo que estamos muy al debe como país con la visión de derechos de la infancia, porque la sociedad todavía no ve a los niños, niñas y adolescentes como agentes que efectivamente pueden tomar decisiones y hacer valer sus derechos. No les hemos dado el espacio para que se puedan desarrollar de esa manera, porque todavía es una cultura muy adultocéntrica. Tampoco se han generado tantas políticas públicas, sobre todo cuando sabemos que un 70% de los niños y niñas ha recibido algún tipo de maltrato físico, psicológico o sexual a lo largo de su vida, y que la mayoría de los niños y niñas en Chile hoy están en contextos maltratantes. Y esto se ha potenciado en la pandemia, debido a que ha habido una gran crisis respecto a la salud mental en niños y niñas, muchos de los cuales han generado depresión, trastornos de ansiedad, crisis de angustia. En resumen, la deuda es enorme.