Hablar de salud mental en una cita

amor



“Llegué colada a una fiesta donde no conocía a nadie. Miguel, el anfitrión, me pareció interesante desde que entré a esa casona de Barrio Italia, así que esperé que avanzara la noche para sacarlo a bailar.

La vida te da sorpresas / sorpresas te da vida, sonaba de fondo Pedro Navaja de Rubén Blades, y más que impresionarme el buen bailar del chiquillo, me atrajo su soltura para hablar de que iba a terapia psicológica. ‘Mi psicólogo me dice que’, ‘lo estoy viendo en terapia’, fueron algunas de las frases que retuve en mi mente mientras bailábamos.

Salimos un par de veces más luego de ese encuentro, y a pesar de que fue un vínculo que no duró más de un par de semanas, conocerlo me ayudó a darme cuenta de que siempre evitaba hablar del tema para no ser descubierta.

En los casi dos años que llevo soltera, luego de una relación de seis años, recién estoy hablando con soltura de esto. Recordando mis primeras citas, me di cuenta de que siempre evité hablarlo, y si por casualidad hablábamos de salud mental, jamás conté mi experiencia con la depresión y la ansiedad, mucho menos de la terapia o los medicamentos.

A veces no me doy cuenta de la vergüenza que me provoca contarle a alguien que estoy en tratamiento psiquiátrico hasta que me descubro escondiendo las pastillas cuando alguna cita termina en mi departamento; o cuando he aceptado salidas de mala gana para evitar preguntas o quedar de rara. Estrategias que estuvieron muy lejos de darme la tranquilidad que creí que tendría al evitar hablar del tema.

Empecé mi tratamiento para la depresión a los 19 años. En ese tiempo estaba en una relación ambivalente desde los 17, y a pesar de que la palabra ‘pololeo’ no figuraba en nuestro vínculo, creí que era importante que supiera lo que me pasaba. En una plaza le dije que era mejor que no siguiera conmigo, que quizás no era buena idea estar con alguien así. Recuerdo que él no me dijo nada, quizás no supo qué decir, teníamos 19 años y en ese tiempo aún era un tema tabú. Después de eso la relación no duró mucho, y a pesar de que él desde un principio me hizo mal emocionalmente, muchos años creí que el problema fui yo y mi depresión, que llevaba una marca, una herida visible que me empeñé en ocultar los años que vinieron.

Conversando con mi amiga Valentina Valli, psicóloga feminista, me hizo ver que el miedo que tenemos algunas mujeres de no poder contar fácilmente nuestros problemas de salud mental con un posible vínculo sexoafectivo tiene su origen en que la psiquiatría, antiguamente, patologizó demasiado a las mujeres. ‘Hubo un momento en la historia en que cualquier padecimiento de la mujer se podía clasificar como un trastorno. Las mujeres no tenían derecho a la ira, a la pena, a la rabia o a la descompensación emocional’, dice mi amiga. Hace hincapié en el origen patriarcal de este miedo que algunas disfrazamos con silencios y autosuficiencia, dice que ‘hay una resistencia a hablar con soltura de salud mental porque no sabemos cuál será la respuesta del otro. Vivimos en un sistema profundamente patriarcal que busca ver incapacidades en nosotras, cuando a veces sólo se trata de un sufrimiento propio del ser humano’.

Me dijo también que era importante hablar de salud mental con los posibles vínculos afectivos porque, según ella, es requisito para empezar a conocer a alguien instalar el tema en los primeros encuentros, ya que es una puerta de entrada que nos puede decir mucho de la persona. Es algo que hay que ir normalizando.

Así que me tomé en serio la conversación que tuve con mi amiga psicóloga y comencé a hablar de salud mental con los hombres que he ido conociendo últimamente. Al principio me lo tomé como un experimento para ver cómo reaccionaban, pero poco a poco me fui relajando, más aún cuando la otra persona también compartía su experiencia con problemas de salud mental. Recuerdo una primera cita con un chico en la que ambos hablamos de nuestra experiencia con ir a terapia, incluso después nos enviamos memes sobre el tema.

No se trata de andar por la vida presentándome como ‘hola, soy Valentina y tengo depresión’, si no que naturalizar que una vive con un trastorno mental que es parte del espectro de enfermedades que a simple vista no se ven pero que están ahí y duelen, a veces, como si fuera una jaqueca. Es dejar de lado el orgullo, el exceso de maquillaje, la sonrisa rígida, la voz impostada, para mostrarme de manera natural, con mi historia, mis miedos y fluir en sintonía con mi mente.

Por fin creo estar relacionándome sin la tensión que me producía reprimir mis emociones y empeñarme en ocultar esa parte de mí con la que me levanto todos los días. Fueron muchos meses de hacerme la indestructible, tratar a toda costa de proyectar una imagen sin debilidades, de estrategias que sólo lograron que esa rigidez en la sonrisa se transformara en el calambre que me obligó a soltar los músculos del rostro”.

Valentina Deneken Uribe, 29 años, periodista. Las cuñas son de su amiga @valentina.psicofeminista.

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