“Desde que mis dos hijas son un poco más grandes y el pediatra me pide que solo las lleve a control una vez al año, establecimos que ese día sería el 23 de diciembre. La segunda justo cumple años unos días antes de esa fecha y me pareció un buen pretexto para salir las tres solas. Si bien es una ida al doctor y no a un parque de diversiones, es nuestro ritual y siempre lo terminamos yendo a tomar desayuno para celebrar que tenemos buena salud y para reflexionar un poco en torno al día siguiente que será Navidad.
Este año partimos llenas de energía a la revisión. Clara y Josefa adoran a su doctor. Y con justa razón: él es muy amable, les hace juegos, les explica las cosas de manera muy divertida y se interesa en lo que ellas le cuentan. Es una ida que de verdad gozamos las tres. Una especie de pausa en medio de esos días que suelen ser abrumadores, estresantes y en que se ve a la gente corriendo de un lado para otro. Encerrarnos en esa consulta de alguna manera nos da paz.
Debo confesar que esta vez llegué donde el doctor sabiendo que tendría que enfrentar algo que he esquivado durante varios meses. Y es que sé que Clara ha subido harto de peso. Más de lo normal. La he visto pensando permanentemente en la comida y comiendo más de la cuenta. Y yo no he sabido manejar esa situación. En parte porque me da miedo que al restringirla esté haciendo que la comida sea un tema para una niña que solo tiene 5 años, y en parte porque entiendo que en tiempos de pandemia y de tanta incertidumbre haya más ansiedad. Yo también estoy ansiosa. Todos estamos ansiosos.
Las revisaron, midieron y pesaron. Al terminar con las dos, el doctor sacó los típicos papeles con las curvas de crecimiento y me dijo lo que yo ya temía: Clara está por sobre la curva y eso es obesidad. De inmediato se me apretó todo y me apareció un nudo en la garganta. Me angustié no por tener una hija con sobrepeso, me angustié porque sabía que venían meses difíciles, sobre todo en verano en que muchas veces los panoramas incluyen helados o “cosas ricas”.
El doctor nunca perdió la calma ni me culpó, pero sí fue enfático en explicarme que debíamos solucionar este tema ahora. El problema no es estética, es salud. Por eso es que además me pidió hacerle una serie de exámenes de sangre para ver que todo estuviese bien. Me dio pena y una culpa terrible que una niña tan chica tuviese que hacerse exámenes de sangre para ver si, entre otras muchas otras cosas, su colesterol estaba normal.
Desde ese 23 de diciembre he vivido días difíciles. Días en los que me he sentido muy sola en un camino que para muchas no es nada, pero que a mí me lo removió todo. Me ha dado culpa, me ha dado pena, he sentido unas tremendas ganas de ser yo quien tenga que cuidar del peso y no ella. Ganas de suplantarla, porque solo yo sé cómo me gustaría estar en su lugar, cambiar los papeles por un tiempo para que ella ni siquiera sepa lo que esa maldita pesa nos vino a decir. Porque cada vez que la veo a ella o su hermana sufrir, o que advierto que tiene susto o debe enfrentar algo difícil, quisiera estar yo en su pellejo”.
Bárbara tiene 37 años y es diseñadora.