Hablemos de maternidad: “De verdad llegué a cuestionarme si mi hijo me iba a querer menos o íbamos a tener menos conexión por darle fórmula”.
“Hace tres meses nació mi cuarto hijo. No sé por qué, pero siempre quise tener cuatro. Y tener ese número tan claro en mi cabeza hizo que este último embarazo fuera diferente.
Desde el primer día decidí vivirlo y disfrutarlo al máximo. Es muy curioso porque, aunque siempre nos dicen que disfrutemos de cada momento de la vida como si fuese el último, me cuesta vivir así, con ese foco en mente. Con este embarazo en cambio, se me hizo natural vivir en ese modo. Saber que sería la última vez que esperaría guagua, que daría papa o que viviría un parto, fue un impulso para aprovecharlo todo sin quejarme. La nostalgia de esa ‘última vez’ fue una gran aliada para esos nueve meses que, aunque lindos, nadie podría desconocer que son cansadores y difíciles.
Mis otros embarazos habían sido buenos y disfrutados. Ese cliché de que todo se olvida cuando te entregan a tu guagua se me hizo completamente real. Partir a la clínica a recibir a mis niños ha sido por lejos lo mejor que me ha pasado. Nada, ni el dolor más intenso de una contracción me hizo sentir miedo. Nada.
Hasta ahí todo bien. El problema venía con la lactancia. Esa angustia de que la leche no salga, de que la guagua llore de hambre o de no saber si tomó lo suficiente, siempre me generó muchísima intranquilidad. Además, la presión social que existe en torno a este tema digamos que no ayuda demasiado. “¿Por qué no das?, ¿por qué das tanto?, ¿por qué estás tomando cerveza si estás amamantando?, esta guagua tiene hambre, tu leche es mala, no está succionando bien, no uses sacaleche que va a bajar tu producción”. Me agoto de solo pensar en todos esos juicios disfrazados de consejos. De esas declaraciones de otras mujeres que creen que aportan pero que en el fondo sólo nos generan inseguridad a quienes estamos al cuidado de un recién nacido.
Por eso es que esta vez decidí que lo haría de una manera diferente y me propuse no escuchar a nadie. Solo hacerle caso a esa frase que dice ‘mamá feliz, guagua feliz’. Ignoré todos los comentarios y seguí de largo cuando trataban de aconsejarme. Y curiosamente mi lactancia fluyó como nunca antes.
Es triste, porque recién con mi cuarta guagua pude liberarme de esa culpa que me acompañó con los otros tres. Y me da pena todo lo que me castigué en el pasado; todo lo que me culpé por no tener refrigeradores repletos de leche congelada. Pena por cuestionarme de verdad si mi hijo me iba a querer menos o íbamos a tener menos conexión si me dejaba de salir leche materna y debía recurrir a la fórmula.
Hoy, a diez años de haber sido mamá por primera vez y a pocos meses de haberlo sido por última, me dan ganas de retroceder el tiempo. Porque tuvo que pasar mucho hasta que me diera cuenta de que nunca nadie debiese juzgar lo que hacemos con nuestras guaguas, que eso sólo nos genera culpa e inestabilidad. Una inestabilidad que la mayoría de las veces nos impide disfrutar de esos seres indefensos que crecen por minuto y con quienes es imposible recuperar el tiempo que perdemos dedicándole espacio a la maldita culpa”.
Vanesa Molina (40) es cocinera y mamá de 4 niños.
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