“Hace unas semanas viví una incómoda situación. Más bien algo nuevo que me costó resolver y que hoy, un par de semanas después, siento hice realmente mal.
Este es el primer verano en que mi hijo mayor invita a amigos a veranear con nosotros. Aunque siempre me rehusé a que lo hiciera, esta vez no me quedó más que ceder. Me demoré en dejarlo, lo sé porque sus compañeros van a veranear donde amigos desde hace ya un par de años, pero yo lo pasaba tan mal cuando me iba por varios días a otras casas, que siempre pensé que a todos los niños les pasaría lo mismo. Echaba de menos, no siempre me gustaba la comida que me daban y recuerdo estar despierta en medio de la noche con toda la casa oscura y en silencio y eso me provocaba una angustia que no quiero vivir nunca más.
Nos fuimos 8 días a una playa en el norte con mi marido, mi hijo y su amigo. Ellos, muy independientes, estaban todo el día metidos en el agua, jugando paletas, surfeando o simplemente conversando. Me llamó la atención desde el primer momento lo bien que se llevaban y lo fácil que es la relación entre los hombres. O lo más simple al menos. Yo, a diferencia de lo que veía en ellos, crecí en un ambiente de amigas en las que casi siempre había conflicto o algún tipo de rollo. En ellos nunca vi eso. Lo que sí notaba era que mi hijo es mucho más intenso. Por él despertar y hacer panoramas sin parar hasta la noche. Su amigo en cambio, es un chico mucho más tranquilo, le gustan las pausas, tirarse en la arena a descansar o leer.
Todo iba bien hasta que un día se pelearon. Mi hijo quería ir a surfear y su amigo no. Él quiso quedarse en la casa. Lo que empezó como un simple tira y afloja, terminó en una pelea a gritos, portazo de mi hijo incluido. Salí inmediatamente a decirle que se disculpara. Y aunque lo hizo, los días posteriores siguió una tensión que estoy segura todos pudimos sentir. Traté de que se reconciliaran hablando con los dos. Inventé panoramas para distender el ambiente. E incluso torpemente conté chistes para que la cosa se relajara. Me sentí torpe e incapaz frente a estos dos adolescentes que se suponía debían estar pasándolo bien, y que sin embargo tengo la certeza de que solo querían que esos días pasaran rápido.
Me quedé sin herramientas y no supe cómo salvar la situación. No fue nada grave, pero quedé congelada en mi rol de mamá, de adulta conciliadora y supuestamente capaz de lidiar con algo así. Y volví a acordarme de la razón por la que quise extender esa primera invitación, porque aunque esa angustia que sentía al irme a casas ajenas desapareció, hoy me angustia estar a cargo de un niño que pueda pasarlo mal, aunque sea un minuto, estando a cargo mío”.
Isidora es ingeniera y tiene 43 años.