Soy una afortunada, lo sé. Pero aun así, no lo siento del todo. Y aunque sé que es algo que debo cambiar, no sé bien cómo. Me duran poco los momentos donde siento que todo anda bien y por mucho que digan que hay que agradecer este tiempo en casa, que teletrabajar es rico y que poder estar con los niños durante el día yo no logro verlo tan así. Necesito estar sola por unos días porque me siento vencida por esta rutina. Por no decir exhausta.
El 2019 fue difícil para mí desde lo emocional. Había puesto toda mi fe en el 2020 para que trajera nuevos aires, porque me cuesta a veces vivir en el presente. Soy de las que siempre fantasean con lo que vendrá más adelante. ¿Disfruto el momento? Sí, pero siempre pensando en lo que se pueda venir más adelante. Hay días en que tengo unas ganas locas de llorar sin parar, de desahogarme, pero luego pienso ¿de qué?, si tengo todo lo que alguien pudiese querer: una familia que adoro, unos hijos maravillosos y sanos, trabajo, un techo donde vivir y vivo sin grandes preocupaciones financieras.
Varias mujeres nos sentimos así de cansadas en este tiempo, pero a pesar de eso, me siento sola en esta pandemia. Sola con lo que siento. Y la culpa está en el espejo todos los días. Antes era por sentir que no era una madre suficientemente buena por tener que salir a trabajar y dejarlos a cargo de alguien todo el día. Ahora, es por no querer estar con ellos todo el tiempo. Podría ir a trabajar a otro lado durante el día, pero ¿cómo voy a ser tan mala de no querer estar con mis hijos en la casa, si por primera vez se me da la oportunidad de tenerlos? Una fantasía que tenía años atrás, pero que ahora me hace sentir cansada y poco paciente.
Mi temperamento ha cambiado. La paciencia que antes tenía ahora me abandona en cosa de segundos. Intento con todas mis fuerzas lo de la crianza respetuosa, pero he llegado a pensar que biológicamente no estoy hecha para eso. De verdad me esfuerzo, lo intento, pero mi desesperación por hacer que todo encaje de alguna forma en el día a día me la gana. Estoy cansada de hacer todo corriendo, de hacer malabares, de tener la cabeza ocupada con mil pensamientos de distintas cosas. Sé que la vida con hijos es así, pero ¿dónde podemos tener ese espacio seguro para desahogarnos sin ser juzgadas? Mi cabeza necesita una mantención. Estar sola, extrañar estos días ruidosos, pegajosos, caóticos, que antes me sacaban sonrisas. Conectarme de nuevo conmigo. Estos meses dejé colgada mi parte “mujer” en el clóset y solo me he vestido de mamá-que-trabaja.
A ratos me desconozco. O más bien estoy conociendo otra parte de mí. Hay días en que grito más de la cuenta y después me siento mal. Lloro sola en el baño o al abrazar a mi hijo pidiéndole perdón. No me quiero convertir en esa mujer, en esa mamá. Quiero liberarme de querer tener el control de todo. Relajarme y que todo fluya como debiese ser. Quizás todo esto viene a cuestionarnos. A tener que mirarnos en el espejo y decidir hacer un quiebre. Seguir como estamos o trabajar en nosotros mismos. Sé que en mi caso debo tomar la segunda opción. Quizás solo me falta descansar y tener tiempo para mí, para así dejar de ver todo gris. Pero por muy claras que tenga las cosas en mi cabeza, las emociones lideran la guerra y ganan. Siempre ganan.
Andrea (35) es mamá y psicóloga laboral.