“Antes de convertirme en madre, tuve que dejar de estudiar y dedicarme a trabajar para ayudar a mi mamá. Estaba en un proceso de querer volver a estudiar, pero también tenía que trabajar, así es que esa opción la tuve que aplazar. Fue en uno de los trabajos que tuve donde conocí a quién es el padre de mi primer hijo. Nuestra relación comenzó cuando yo tenía 18 años y luego de tres años juntos nació Felipe.
Aunque habíamos decidido aplazar el tener hijos porque él estaba estudiando en la universidad, cuando supimos que yo estaba embarazada fue una sorpresa que nos puso muy contentos. Primero le contamos a mis papás, quienes se sorprendieron pero se lo tomaron bien, y luego se lo contamos a los padres de él, que también reaccionaron de buena forma.
Estuvimos juntos hasta antes de que nuestro hijo cumpliese un año, tiempo en que surgieron algunos problemas, desavenencias y muchas discusiones. Como yo igual quería estar más tiempo con Felipe pero no podía porque tenía que trabajar, se empezaron a generar muchas diferencias.
Nuestra separación fue paulatina y nunca lo hicimos un tema legal. Cuando definitivamente ya no estuvimos juntos era yo quien estaba al cuidado de Felipe y cuando iba a trabajar, lo cuidaba su abuela paterna. Fue complejo, porque tenía que andar de allá para acá. Era bien sacrificado.
Dos años después, y producto de una nueva relación, nació mi segundo hijo. Ahí todo se complejizó más. Tenía que trabajar y debía velar por el cuidado de los dos niños. Tuve que dividirlos: al más pequeño me lo cuidaba mi abuela y a Felipe lo siguió cuidando su abuela paterna. Como tenía que andar dejando a uno y al otro decidí dejar de trabajar. De lunes a viernes tenía un negocio en casa y Felipe se iba a la casa de los abuelos durante los sábados y domingos, y mi hijo menor se quedaba con mi mamá. Así estaba toda la semana con él y los fines de semana con su papá .
Al tiempo me vi en la necesidad de trabajar tiempo completo, porque la plata que me pagaban por fines de semana no me alcanzaba y el negocio que tenía no andaba bien. Eso, inevitablemente significó que yo no podía cuidar de los dos niños. Y fue ahí que la abuela de Felipe habló conmigo y me dijo que ella lo podía cuidar permanentemente. Ella se ofreció a llevármelo los días que tenía libre en el trabajo y así lo empezamos a hacer.
Fue súper doloroso, pero en ese momento era la opción más viable para la seguridad de Felipe, porque también estaba la opción de que lo cuidara alguna cuidadora, pero siempre privilegié su seguridad, que no le fuese a pasar algo. Para mí que estuviese con su abuela era la opción más segura para él. Ella no solo lo conociía, ella lo adoraba.
Las decisiones las tomé pensando en la seguridad de mis dos hijos. Luchaba por darles de comer, sobre todo al más pequeño que dependía solamente de mí, porque Felipe en la casa de sus abuelos lo tenía todo. La verdad es que jamás me di el tiempo de preocuparme de si las personas estaban cuestionándome o no. Nunca me pregunté si las personas estaban de acuerdo o no, a pesar de que, lógico, entiendo que se suele castigar mucho a las mujeres que toman esas decisiones. Pero claro, yo solo avanzaba preocupada de sacarlos adelante. No me detenía a pensar.
Con esta decisión Felipe nunca vivió situaciones difíciles, no pasó necesidades y eso es impagable, porque pasamos por períodos de pobreza y a él no le faltó nada. Claro, el costo de eso fue que obviamente el lazo entre mamá e hijo no se desarrolló del todo, porque en el fondo su figura materna es su abuela paterna, pero es el costo. Todo fue por su bienestar.
Han pasado 25 años y aunque hoy tenemos una relación súper linda, siento que falta harto todavía, porque a veces no me atrevo a decir todo lo que pienso para no entrar en conflicto. Y voy buscando la forma más sutil de decir las cosas. Evidentemente no tengo la misma relación con Felipe que con el resto de mis hijos con quienes suelo ser muy al grano y muy estricta. Con Felipe en cambio tiendo a ser más sutil para decir las cosas.
Siento que perdí absolutamente todos los derechos como mamá, que no soy quién para opinar en ciertas cosas. Ése ha sido el mayor costo de una buena crianza para él. Pero ha sido en desmedro mío y también. Para mí los derechos se ganan y mis derechos se perdieron.
A Felipe lo quiero mucho y le he dicho muchas veces que él es todo para mí y que estoy tremendamente orgullosa de él. Y aunque me he equivocado mucho en la vida y le he pedido que me perdone por todo, siento que hoy tengo otra oportunidad para estar más cerca de él. Y esa oportunidad le veo como un premio porque ya está grande y aunque no necesita de una mamá, por alguna razón mística sé que tengo que estar con él aquí y ahora.
Roxana (46) es madre de tres hijos y estudiante de psicología.