La primera vez que me llegó la menstruación me puse a llorar a mares. Tenía miedo, pero sobre todo, sentía vergüenza. Y es que en realidad no había escuchado casi nada sobre este proceso femenino que en esa época –y reconozco que a veces, sigo haciendo– llamaba regla o "estar enferma". Sí sabía que era algo que las mujeres teníamos que disimular, que no podíamos nombrar como tal y que era poco higiénico. Ese día estaba en Argentina porque mi papá, quien está divorciado de mi mamá, vivía allá y fui a verlo. Eran las vacaciones de verano. Cuando noté que mi papel higiénico se había manchado con sangre, me paralicé. De hecho, me costó darme cuenta de lo que me estaba pasando, porque nunca nadie me había hablado de su apariencia. Y me imaginaba una sangre ligera y bien roja. No estaba preparada para encontrarme con la sorpresa de una gruesa, con coágulos y casi morada. Apenas lo logré detectar, grité el nombre de mi hermana. Ella llegó corriendo al baño y trató de calmarme. Un año atrás, había sido su turno. Me buscó una toallita higiénica, me ayudó a usarla y le contó a mi papá, quien me sentó sobre sus piernas mientras yo seguía llorando. No entiendo bien por qué, pero parte de mí se sentía humillada. Al rato llegó mi abuela y mis tías con un ramo de flores y una tarjeta que decía: "Bienvenida, ya eres una mujer". Solo recuerdo haber pensado que aún no quería serlo.
Con el tiempo, me he dado cuenta de que mi experiencia es común. Que, de alguna u otra manera, muchas mujeres compartimos la sensación que tuve hace casi 15 años. El problema es que crecimos rodeadas de prejuicios, estigmas y falta de información respecto al tema. Situación que se repite alrededor del mundo. En India, por ejemplo, la Unicef asegura que un 50% de las mujeres que sangran por primera vez, no tienen idea de qué se trata. En Nepal, recién el 2005 se prohibió expulsar a quienes menstruaban de las casas, práctica que comenzó por la creencia de que el ciclo femenino es sinónimo de desgracia y que terminó con la muerte de varias. En Japón, en cambio, son muchos los que defienden la idea de que la menstruación influye en la preparación de alimentos.
En 2011, el chef Yoshikazu Ono lo explicó así en una entrevista en The Wall Street Journal: "Ser profesional significa tener un sabor constante en la comida, pero debido al ciclo menstrual, las mujeres tienen un desequilibrio en su gusto, y es por eso que no pueden ser sushi chefs". Y es que desde la antigüedad se ha asociado este tipo de sangre como una que nos invalida como mujeres. En la Biblia aseguran que cuando a una mujer le llega su menstruación, queda impura durante siete días y que cualquier persona que la toque lo hará también. Y en el Corán se refieren al ciclo menstrual como algo dañino de lo que el hombre se debe alejar, hasta que la mujer vuelva a estar 'pura'.
Hace más de diez años que la terapeuta menstrual Camila Camacho, quien estudió pedagogía y literatura en la Universidad de Chile, se dedica a educar a las mujeres en edad escolar sobre este tema, con el objetivo de normalizar la menstruación. Además, realiza talleres en los que diferentes mamás hablan sobre menstruación y cómo abordarlo con sus hijas, y en donde la mayoría reconoce haberles dicho exactamente lo mismo que me dijeron a mí. Cuando lo cuentan, Camila les pregunta: ¿Y qué eran antes sus hijas? ¿Las que sangraron a los nueve, pasaron a ser adultas? ¿Las que lo hicieron a los 17, antes eran niñitas? "La idea de que empezamos a ser mujeres después de menstruar responde a que antiguamente significaba que las mujeres ya se podían casar. Aunque hayan pasado cientos de años, el discurso sigue siendo el mismo, no porque las cosas no hayan cambiado, sino porque la ignorancia sobre la menstruación se mantiene intacta", asegura.
"Casi toda la información que recibimos desde niñas sobre el tema está basada en la vergüenza y la humillación. Yo tengo amigas que cuando sangraron por primera vez, a sus 10 años, alertaron llorando a sus mamás porque pensaban que se estaban muriendo. Y es que nos enseñaron a catalogarlo como una enfermedad o algo que nos desvalida como humanos. A ocultarlo. A aprender a usar las compresas como si fuesen drogas y tuviésemos que traficarlas. A sentir vergüenza si un hombre se entera. A adornarla con nombres como regla", dice Camacho. Camila asegura que decirle regla a la menstruación repercute en la manera en que nos relacionamos con ella. "El sangrado del útero, desde la educación y la biología, se abarca desde un solo parámetro: la mujer debe ser regular y su ciclo es de 28 días. Si esto no ocurre es porque algo extraño está pasando. Pero el cuento de la regularidad es tan mentira como la sangre azul de las toallitas higiénicas. Y solo hace que desde chicas veamos esto como una preocupación, porque resulta que, muy probablemente, no estemos menstruando 'regularmente'. Pareciera que lo empezamos a hacer mal desde el principio y eso solo nos hace sentir frustración", explica.
La publicidad es la primera en aprovecharse de esto. Para vendernos sus productos incentivan la idea de que hay que camuflar cosas propias de la sangre. Como su olor y color. En los comerciales, por ejemplo, casi siempre la trama gira en torno a la preocupación de la mujer por colapsar su toallita o tampón, situación que la podría dejar en vergüenza frente al resto. Un buen ejemplo de esto es el spot argentino protagonizado por la cantante Natalia Oreiro en los 90', quien mientras paseaba su perro, se dio cuenta de que tendría que atravesar por medio de un grupo de hombres. El problema era que estaba menstruando y llevaba unos shorts blancos. Sin embargo, como estaba protegida por una marca de productos de higiene femenina, sale airosa de la situación. Y es que eso es la sangre para la publicidad, una amenaza de la debemos protegernos.
"En el sistema capitalista el miedo vende mucho. Y si a las mujeres se les refuerza la idea de que la menstruación es vergonzosa, van a comercializar mucho más. Esto pasa con casi todos los productos. Los protectores diarios, por ejemplo, están hecho para no manchar el calzón, prenda que fue creada justamente para cumplir con ese rol", explica Camila.
Jabones íntimos para evitar el olor, toallitas húmedas para limpiarnos cada vez que vamos al baño, tampones para que no nos pasemos y hasta desodorantes para evitar más humedad, forman parte de los productos que estas marcas ofrecen. Y sobre su verdadero color, mejor no hablar. Durante años se ha hecho uso de un líquido azul casi transparente para demostrar la absorción de las toallas. Recién en 2017, una marca australiana mostró por primera vez el tono rojo en un anuncio. "¿Por qué se considera inaceptable mostrar sangre menstrual? La menstruación es normal. Mostrarla también debería serlo", es el mensaje con el que termina el video que se mostró a través de la televisión y que recibió más de 600 denuncias por mostrar contenido considerado "inapropiado", "ofensivo" o incluso "asqueroso".
Para Camila Camacho que la menstruación siga siendo un tema tabú se debe a que todavía creemos en la idea de que la mujer debe responder a aquella imagen de ser perfecto, limpio y puro. Y como la sangre del útero es catalogada como poco higiénica, ambas cosas no pueden ir de la mano. "Para mí la sangre no está sucia y no es una mancha. Si se me moja la ropa, no es grave y si se pasa hasta donde estoy sentada, lo limpio, dice Camila. "Así funciona nuestro cuerpo. ¿Por qué debemos esconderlo?".