“Fui mamá biológica a los 22 años y producto de un problema sanguíneo que tengo, mi hijo nació con parálisis cerebral. Años después me casé con mi actual marido. Para nosotros siempre fue muy importante hacer crecer la familia, ya que él no es el padre biológico de mi hijo, pero el riesgo de volver a pasar por lo mismo era muy alto. Analizamos varias alternativas hasta que en 2020, en conjunto, decidimos entrar al proceso de adopción. Nuestras ganas de ser padres eran muchas y estábamos seguros de que padre es el que cría y no el que gesta, es quien ama incondicionalmente.
El proceso de adopción es como un embarazo de elefante; muy duro. En nuestro caso duró tres años. El primer año fue de profunda evaluación psicológica. El segundo fue de preparación para todo lo que se venía, ya que los niños susceptibles para adopción en Chile generalmente tienen un montón de problemas, desde rechazos, problemas familiares y abusos, hasta embarazos no deseados, intentos de aborto y drogas. Fue un proceso lento, doloroso, pero necesario para poder entender lo que podía llegar. El tercer año fue de espera. Espera eterna de esa ansiada llamada que no llegaba. Cómo no sabíamos ni el sexo ni la edad de nuestro futuro hijo, fuimos preparando una pieza neutra. Y a pesar de que habían días de pena en los que lloraba, nunca nos rendimos.
El día que me llamaron para ir a buscar a la Julieta fue el momento más emocionante de mi vida. Me llamó el psicólogo que nos había hecho la evaluación y me contó que había llegado mi hija, que tenía tres meses y que podía ir a conocerla en dos días. Yo estaba eufórica, la gente me miraba y no entendía nada. Llamé a mi marido y no parábamos de gritar y llorar.
Tenía un día para comprar cosas para el tamaño de ella, no teníamos nada. Fue abrumador, fue emocionante, fue increíble. Toda nuestra gente, nuestro clan, fue a celebrar con nosotros. Fue un nacimiento tan esperado, que éramos 30 personas celebrando con un gran asado, regalos incluso y mucho amor. Estaban todos tan involucrados en este proceso que fue demasiado lindo.
Después vino el día de conocerla y vino con mucho nervio. Tenía terror de que no me gustara su olor o que no conectáramos, pero apenas la vi fue amor a primera vista. Fue un momento de mucha emoción y formamos rápidamente un lazo muy especial. Si yo no fuera mamá biológica, nunca lo habría creído. La conexión con mi hija fue instantánea, una emoción y amor tan profundo que me cuesta creer que no saliera de mí. Sentí exactamente lo mismo que cuando me pasaron a mi hijo después de nacer, como si la hubiera parido. Me conecté tanto con ella emocional y físicamente que tuve puerperio; me empezó a salir leche y se me cortaron mis reglas. Hormonalmente mi cuerpo cambió como si estuviera en postparto.
La Julieta vino a completarnos, a ser parte de nuestra familia. Lo que ella me entrega día a día ha sido brutal para nosotros, incluso para mi hijo. Él, con un daño cerebral que lo dejó postrado hace un par de años y que tiene muy pocas conexiones neuronales, tuvo una conexión con ella instantánea y eso fue increíble. Hay veces que uno lo ve y es como si estuviera en Júpiter, pero cuando le pasamos a la Julieta la sintió, trataba de sonreír, hasta la trataba de levantar. Fue muy emocionante.
No hay palabras para describir el amor que siento por ella. Un amor que va creciendo día a día, al igual como el que crece por mi hijo. No hay absolutamente ninguna diferencia con su hermano, con sus primos ni con mis papás que están trastornados con ella. Entregar tanto amor ha sido realmente maravilloso.
El papel de mi marido en esto ha sido clave, muere por ella e intenta estar igual de presente que yo en todo. Sin duda el mejor partner que podría tener y el mejor papá que podría tener Julieta. Somos un equipo y trabajamos en conjunto para nuestra familia.
Julieta ya tiene un año y cuatro meses y, si bien para nosotros es súper natural hablar de la adopción y tiene muchos libros sobre eso, sé que van a haber desafíos importantes durante toda su vida. Muchas veces se suele pensar que el que adopta es un santo, pero no es caridad. Uno no lo hace para sacar a un niño de una situación de riesgo, sino que empieza de la base, del deseo profundo, de ser padre. Es este niño el que viene a cambiar tu vida y a llenártela de amor.
Normalizar esto en la sociedad es todo un desafío. Me da terror que le hagan bullying, que haya gente que no entienda lo que significa hacer familia de esta forma. Hay que enseñar el amor desde esta perspectiva y hacerles entender que no es un acto de buena voluntad, que esto es una familia como cualquier otra, igual de legítima. Si bien no la pudimos gestar nosotros, es sin duda la niña más amada y querida que puede llegar a existir. A nosotros nos encanta ser papás adoptivos, lo amamos. De hecho, estamos nuevamente en el proceso. Para los dos es clave seguir agrandando la familia y estamos seguros de que esta es nuestra manera de hacerlo.
Francisca Sánchez, 38 años, gerente de ventas.