Hacer un aborto por una de las tres causales: “Siempre es una decisión difícil, ya que en todos los casos hay una historia de dolor atrás”
“Fui mamá por primera vez a los 32 años y luego a los 37. Entre medio tuve dos pérdidas –una de ellas terminó en un raspado uterino– que si bien en su minuto viví con mucha tristeza, no fueron traumáticas, porque la verdad es que me concentré en mi hijo y en que tenía que estar bien para él. Sin embargo, a los 40 años tuve una crisis psicológica, lloraba sin razón y sentía mucha pena. En terapia llegamos a la conclusión de que habían sido esos duelos no vividos e inconclusos. Por eso, en julio de este año, cuando quedé nuevamente embarazada sentí mucho miedo.
Soy una mujer de 43 años, con antecedentes de pérdida y por tanto las probabilidades de que el embarazo llegara a buen término, eran cincuenta y cincuenta. Desde el comienzo me sentí muy mal, con nauseas, vómitos, me salió caspa, alergia y todo muy exacerbado. Además tuve una infección, entonces decidí buscar diversas opiniones. Así descubrimos que la guagua no venía bien. En uno de los controles, la doctora me hizo una ecografía en la que vio un tumor en la frente y algo más en la guatita. No recuerdo exactamente lo que me dijo, porque en ese momento todo se nubló, pero después de unos minutos hablamos con calma y ella me dijo que lo más probable es que mi guagua tuviera Trisomía 13 –también conocida como síndrome de Patau, que ocasiona discapacidad intelectual grave y defectos físicos– y que podía acogerme a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en 3 causales (IVE).
Reconozco que tuve miedo. Lloré desde ese día, cada día, hasta que llegó la ecografía de confirmación del diagnóstico. Y opté por la ley. Aunque me cuestioné muchas cosas, en el fondo siempre lo tuve claro, no quería traspasar el dolor de perder un hermano a mis hijos, porque ya había vivido otras pérdidas. Y tampoco quería hacer sufrir a mi nuevo hijo porque su condición era realmente terrible, con deformaciones graves. La esperanza de vida con Trisomía 13 es de un par de días, y no tenía sentido esperar para eso.
Así comencé mi recorrido hacia el aborto. Todas las noches le hablaba a mi panza. Le decía que lo amaba, pero que debía irse, con la esperanza de que partiera solo. Me sentí como esas mamás que tienen hijos muy enfermos y que deben soltarlos, dejarlos ir para que descansen. Pero Bruno –porque así lo llamé– no se fue. En todo el proceso para optar por la Ley IVE, me encontré con varias trabas. Mi doctora, por ejemplo, no quiso hacer el procedimiento porque tiene objeción de conciencia. Soy de región, de una comuna pequeña, entonces no tenía tantas opciones. Luego hablé con mi doctora de cabecera y ella sí lo hacía, pero después me encontré con otros problemas, como que en mi Isapre no cubrían algunas cosas y que si quería optar por la ley, me tenía que hacer un estudio genético después de la semana 16, por tanto sí o sí tenía que esperar hasta los cuatro meses de embarazo. Y mientras más tiempo pasaba, más difícil era, porque me empezaba a acostumbrar a él. Finalmente el procedimiento se hizo el 13 de octubre con 17 semanas. No sé muy bien por qué, pero tuvo que ser una cesárea. Mi marido no pudo entrar, porque estábamos en plena pandemia, pero la doctora y la matrona me tomaron de la mano, respondieron mis preguntas y me contuvieron hasta el final.
Cuando uno toma una decisión como esta, entran en juego muchas cosas. Aunque siempre tuve la certeza de hacerlo, mentiría si digo que alguna vez no cuestioné la decisión. Y es que, sobre todo las mujeres, tenemos internalizadas muchas ideas que no necesariamente son propias, como cuando te dicen que hay que luchar hasta el final por la vida, por los hijos, independiente de lo que pase y del propio sufrimiento. El día previo al aborto, tuve una reunión con mi doctora en la que las dos lloramos, me sentí acompañada, como que las dos estábamos juntas en esto. Porque siempre la decisión de hacer un aborto, sea cual sea, es difícil física y emocionalmente. En todos los casos hay una historia de dolor atrás.
Y para colmo, el entorno y las instituciones no lo hacen más fácil; piden el informe de un psicólogo para asegurarse de que la decisión sea la correcta, sin embargo, no lo garantizan. Y exigen esperar hasta la semana 16, aunque cada día que pase, uno siente más a su guagua. Y así tantas otras cosas como que cada mujer tiene que encontrar al profesional que quiera hacerlo y en el camino ver cómo las puertas se cierran en la cara.
Ya han pasado algunos meses de esto, y aunque a veces la culpa me abruma, sé que fue la mejor decisión. Pero insisto, no es algo fácil. Siempre estuve a favor del aborto, pero nunca pensé que yo debería hacérmelo”.
Evelyn Saavedra tiene 43 años y es docente.
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