“Aunque suene duro, muchas veces el hecho de ser mamá te desvaloriza en el trabajo, como si te restara puntos. A veces siento que debo omitir que tengo hijos o fingir que no los tengo. Porque cuando me he atrevido a mostrarme como mamá en el trabajo, me he sentido juzgada y finalmente en riesgo de retroceder o estancarme profesionalmente. No es que tu jefatura te lo diga expresamente, pero es algo que se percibe, que es innegable. A veces se valida más que faltes porque tienes una hora al dentista, a que faltes porque debas cuidar a tus hijos. Es muy injusto, y es una brecha que espero en algún minuto podamos superar como sociedad”, dice Valeria (su nombre ha sido cambiado), mamá de una niña pequeña, quien trabaja presencialmente en horario de oficina en una empresa.
Lo que relata Valeria es una experiencia que la economista Emily Oster bautizó hace tres años como “maternidad o paternidad secreta” cuando escribió una columna en The Atlantic en la que instalaba el tema. O, más bien, le ponía nombre a algo que sucede desde siempre: que madres y padres prefieren omitir sus labores de crianza en ambientes laborales por miedo a ser juzgados en su productividad.
Además de ser profesora de economía y de asuntos públicos en la Universidad de Brown, Emily Oster es autora de libros de crianza basados en datos y estudios que han sido éxito de ventas. Para uno de sus libros, entrevistó a muchas madres que señalaron tener la necesidad de ocultar o de minimizar la evidencia de sus hijos en la oficina. Desde mujeres que no hablaban de sus embarazos en los primeros meses, hasta algunas que se aseguraban de no poner fotografías de sus hijos en la oficina.
“Hoy aún se ve la maternidad como una amenaza a la productividad”, dice Nicole Zebil, psicóloga organizacional y coach (@nicolezebil), quien ha visto durante años esta realidad en Chile: “Por ejemplo, cuando una mujer tiene a su hijo enfermo, suele compartirlo solo con personas de confianza en su ámbito laboral; que nadie vaya a creer que eso está interfiriendo en sus funciones, en sus reuniones, o que está destinando tiempo de trabajo a sus hijos. Entonces, se ve obligada a buscar estrategias para estar presente en ambos mundos: trabajo y maternidad. Y ahí se produce lo que se llama ‘doble presencia’. Es decir, estar pero no estar en ninguna de las dos partes”, señala la especialista.
“Las responsabilidades laborales muchísimas veces son opuestas a las necesidades de crianza. No son compatibles. Y en la consulta me toca ver el dolor de muchas mamás por criar tres horas al día”, agrega la psicóloga María José Palmero (@psicologa_maria_jose_palmero), experta en psicopedagogía y educación inicial. De ahí que -añade Nicole Zebil- lo saludable sea en realidad establecer límites entre el trabajo y el mundo personal, pero no fingir. Porque llegar a la casa a cierta hora para jugar, hacer tareas, bañar o acostar a tu hijo es una necesidad que tiene él y también la mamá que quiere experimentar la maternidad desde la presencia y el disfrute. “Y si esa necesidad se está viendo vulnerada y tampoco tienes el espacio para exponerlo a tu jefatura, entonces vale la pena evaluar si esa organización es o no nutritiva para mí”, comenta Nicole Zebil.
El destape en la pandemia
“Millones de trabajadores estadounidenses tienen hijos. Debido a la pandemia, ahora podemos dejar de fingir que no los tenemos”, escribió Melissa Petro, autora neoyorkina en Business Insider, en noviembre del 2020. En su texto señalaba que si bien la pandemia había vuelto mucho más desafiante la vida de los padres que trabajan, también colaboró en la normalización de la crianza de los hijos en el lugar de trabajo. Y eso, sin duda, era positivo: porque ya no había modo de ocultar que la vida de madre es también arreglar mochilas, revisar tareas, llevar al médico, cuidar cuando están enfermos o sostener pataletas.
Pero la pandemia y las consecuencias de las escuelas que estuvieron cerradas, o de la imposibilidad de separar hogar y trabajo, también trajo otro fenómeno. “Muchas mujeres sienten que tocaron techo, a pesar de que antes hubieran llegado más lejos. Sienten que ya no pueden desarrollarse más, que es imposible que su carrera se dispare si ellas quieren al mismo tiempo disfrutar de su rol de madres. Han asumido que solo pueden llegar hasta cierto punto, aunque habrían querido más”, añade la psicóloga Nicole Zebil.
En este sentido, para la experta es central que si las organizaciones quieren retener o apostar por el talento que está en la compañía, estén dispuestas a escuchar y observar que sus trabajadoras tienen realidades distintas. “Generar una cultura de compromiso termina impactando en la productividad. En ambientes donde nos sentimos reconocidas como seres humanos con necesidades que van mucho más allá de las básicas, podemos dar mucho más de lo que se nos está pidiendo”, finaliza.